Buenos días querido lector:
Vamos con otro relato para encarar el viernes con buen humor y tierna compañía. Por todos esos maravillosos animalitos que nos hacen compañía y reír a diario.
Una gata perruna, una perra gatuna y otra
normal
Veía, veía, pero no entendía
¿Cómo lo iba a entender?
Aunque sólo tuviese seis meses de
vida aquello no le cuadraba.
Mai miraba de un lado para otro
como si de un partido de tenis se tratase. Desconcertada.
La perrita garafiano no sabía si
acertaría más jugando con la otra perrita o con la gata.
¡Es que estaban intercambiadas!
La gata, aquella cosita menudita
de tres kilos era infatigable. No había parado de saltar, subirse a todos
lados, jugar con todo y, muy en especial, con las pelotas.
¡Todas!
La grande, la mediana y la
pequeña. Con la pesada y la saltarina, con la que estaba colgando y la de
colorines.
Pero la perra dormía a pata
suelta, las cuatro para ser exactos. Roncaba de pura felicidad y, de vez en
cuando, tragaba saliva y se recolocaba las barbas. Haciendo caso omiso de todo.
La gata quería jugar, jugar y
jugar. Con los humanos, con la perrita dormilona y con ella (recién llegada
hace unas horas). Sin que se le erizara el rabo.
Pero la perrita seguía durmiendo,
ignorando a la gata y a la recién llegada (salvo cuando los humanos fueron a
acariciarla y ahí si levantó para meter la cabeza a conciencia y que todos los
halagos le tocaran a ella).
¡Pero aún había más!
A la hora de la comida la gata se
había comido gustosa el plato de pollo con caldo ¡privada! Haciéndole asco al
pescado, remilgada. Pero la perra se había comido las sardinas ¡más bien
tragado sin masticar ni nada! Y persiguió a la humana para que le diera otra
lata entera de sardinas para ella solita.
La perrita garafiano se rascó
fuertemente la oreja con su pata trasera mientras seguía mirando a la perra
yorkshire enrazada con teckel, por el lomo negra y sus patabas y barriga
blanca. Si, tenía una hermosa tripita y el pelo lustroso y brillante. Así que
no imaginó que venía del mismo feo y tristón lugar que ella misma.
La gata era pequeñita, pero tenía
el pelo también brillante y otra barriguita. Tampoco se imaginó que venía de
una finca con muchísimos gatos y el crecimiento se le había parado en los
primeros meses por no comer lo suficiente.
Mai le pareció que iba a tener
dos compañeras y no sabía muy bien si se iba a acostumbrar a sus rarezas. Pero al
acordarse de donde vino movió el rabito y le pareció que aquella casa grande y
acogedora con humanos que la acariciaban y un montón de comida por todos lados
le podía gustar mucho más.
En el otro sitio estaba en una
jaula con dos perros machos más muy pesados. Tierra y charcos. A ambos lados
había más jaulas con muchos más perros de todas clases y tamaños. Todos
ladraban. A todas horas. Con que dormir era imposible.
Habían humanos fijos allí que les
ponían comida y mojaban a diario las jaulas (no sabía para qué, porque ella
bebía agua del bebedero y no del suelo). Luego venían también otros humanos
semanalmente, pero sacaban a paseo algunos perros y a ella le tocaba menos de
lo que le gustaría.
¡Se hacía tan corto el paseo y
encima había luego que volver! Ella prefería que se la llevasen con ellos para
siempre. Prometía ser buena y dar muchos lametazos, coger la pelota y echarse
al pie de ellos; y mordería solo de vez en cuando algún mueble. Además, sólo se
subiría a la cama si ellos durmiesen y, antes que se despertaran, se quitaría y
no se enterarían.
Pero no, la devolvían y luego
veía pasar delante de ellos más humanos que la miraban a ella…y a los otros
¡para llevarse otro más escandalosos y desinquietos! ¡Y machos!
Si luego lo mearían todo…estos
humanos no sabían.
Mai dejó sus cavilaciones, la
acababan de meter en la bañera y olía a agua y jabón.
¡Porras!
¡¡Si lo que apesta en la casa es
el gato y su caja de arena!!
Atentamente,
Elena Rojas
0 comentarios:
Publicar un comentario