Buenos dias querido lector:
Un cuento mientras preparo los siguientes materiales prometidos
Noche de sirena
Me
hallaba en mi lúgubre habitación, con tan sólo una estrecha cama y una
desvencijada puerta. Mi habitación, mi prisión con una sola ventana, pequeña y
vieja, por donde podía ver la cara de la noche:
Su
ojo, la luna. Sus pecas, las estrellas. Su oscura tez, el cielo negro. Si abría
la ventana me llegaban sus lágrimas, la lluvia, escuchaba sus gritos, los
truenos, y también me llegaba su aliento, el gélido viento.
No
era una noche agradable, pero sí adecuada.
A
mi pequeña prisión le rodeaban pasillos donde reinan las sombras y el frío,
salas inmensas y solitarias, donde parecen que aún se oyen los murmullos de los
espectadores; camerinos con flores ya marchitas y espejos que reflejan la
oscuridad; escenarios donde la madera todavía cruje, como cuando los actores
caminan sobre él; y escaleras, de mármol frío y blanco donde resaltan los
escalones cuando un resquicio de luz de la luna les llega, en medio de la
soberanía de la oscuridad. Así era el teatro por las noches, cuando nadie lo
habitaba.
Desde
alguna de sus salas, el silencio era desgarrado con violencia por las zarpas de mi tío, sus gritos de odio
atravesaban las paredes con la misma facilidad que un fantasma. Pero el
silencio también era roto por las garras de su nieto, hijo de mi primo, sus
gritos de ira se alzaban sobre los truenos de la noche enfurecida.
Mi
tío era dueño y señor del teatro. El poder que acostumbraba manejar, las
órdenes que daba en cada minuto de su vida, la ingente cantidad de dinero que
manejaba con sus manos avariciosas, el resto de los trabajadores que trataba
como sublevados de su reino… lo habían convertido en un líder de negocios, y
por tanto, frío y calculador, ambicioso y déspota: un verdadero tirano. Un
tirano alto y corpulento, con el pelo surcado de canas y una expresión dura y
frívola en los ojos, su físico imponente le daba aún mayor seguridad,
característica de la experiencia ganada con los años. Para todos y aún más para
mí era imponente, vencedor y ya nadie se atrevía a ser un rival.
Mi
tío odiaba con toda su fuerza al ser que debía tener delante: su nieto. Sin
importarle que por sus venas corría la misma sangre.
Su
nieto, era el único que no se dejaba intimidar y le plantaba cara, por eso esta
noche no parecía distinta de las demás, sus gritos de sus peleas era la música
típica del teatro al caer el sol. Pero esa noche no sería otra más, sería su
noche, mi noche.
El
nieto de mi tío, el hijo de mi primo, había heredado el cuerpo de su padre: era
alto aunque no corpulento, de tez morena, pelo castaño intenso y ojos vivaces y
cálidos; sus ojos eran un mundo contrario al de los ojos de mi tío. Del padre
el cuerpo, de la madre el alma: un alma
llena de humildad, honestidad y bondad, lo que hacía que fuese odioso para su
abuelo.
-¡Tenme
respeto! ¡Maldito…!-.
-¡¿A
qué respeto te refieres?! ¡¿A el que nunca me has tenido?!- le interrumpió,
sabiendo lo mucho que le disgustaba a mi tío que alguien le cortara.
-¡Ya
no estás bajo mi tutela! ¡Eres mayor de edad así que compórtate como tal y
márchate bien lejos de mí! –ordenó con su voz grave y penetrante que encogía a
cualquiera.
-¡Exacto!
¡Ya no puedes mangonearme y tratarme como un niño pequeño idiota! ¡No puedes
obligarme a irme!- aseguró, soltando toda su rabia en cada palabra.
-¡Ya
no vives aquí! ¡Encima que te he comprado una buena casa…!-.
-¡Si!
¡Una buena casa y bien lejos de aquí para no verme! Pero da igual todo lo que
hagas e intentes para sacarme de tu vida, porque siempre estaré aquí, cada vez
que estrenes una obra yo estaré sentado en una butaca, cada vez que anochezca y
tu te quedes aquí, yo estaré, cada vez que celebres una fiesta, yo estaré… ¡y
no lo podrás impedir!- aseguró, utilizando cada palabra como un cuchillo que le
pones a alguien en el cuello para amenazarle.
-¡¿Y
así piensas pasarte tu vida, persiguiendo la mía?! ¡Loco! Acabarás en un
psiquiátrico- afirmó mi tío, deleitándose con la idea.
-Puede,
pero acabaré sabiendo la verdad, algún día te desquiciaré y te la arrancaré de tu boca- aseveró, totalmente dominado por
la ira.
-¡No
eres más que un niñito desagradecido! ¡¡Podrías haber acabado en orfanato y te
acogí!!- le recordó, escupiendo las palabras como si fuera un lamento de
haberlo hecho.
-¡¡Sólo
lo hiciste para tener una buena imagen!! ¡Es fácil acoger a alguien y meterlo
en una de las habitaciones de tu maldito teatro y que allí crezca como le
parezca! Ni una mirada, ni una sonrisa, no podías perder ni un minuto en algo
tan absurdo como el hijo de tu hijo- le echó en cara, la rabia la derramaba en
sus gritos.
-Por
favor- empezó mi tío con desprecio, - no te me pongas sentimental, los
sentimientos son sólo el cauce de la debilidad y el fracaso. Yo no me relaciono
con despojos lloricas, sino con hombres de verdad.- siguió con esa ironía suya
fría e hiriente.
-Supongo
que esos son los sentimientos de un trozo de hielo en el sitio del corazón.
Pero yo ahora no te estoy pidiendo el cariño que nunca me regalaste ni siquiera
en un cumpleaños. ¡Sino la verdad!- volvió a exigir.
-Tú
me exiges la verdad que tú quieres oír, que es distinta a la verdad real que te
la dije desde tus cinco años – le recordó, harto ya de la misma discusión desde
hace años.
-¡Y
un cuerno! ¡La verdad que tú cuentas es la verdad manipulada por tus manos,
para que siempre tenga una imagen intachable tu maldito teatro!- le corrigió,
furioso y descargando su rabio impotente que desde mi habitación la sentía y me
estremecía.
-¡¿Te
importa no decir maldito cada vez que nombras mi teatro?!-.
-Tú
sabes mejor que yo que lo digo con razón, nada se escapa a tu vista, nada se
hace aquí sin que lo sepas, porque todo lo planeas, todo lo ves, hasta el
último rincón, sólo tú conoces cada secreto oscuro de este edificio… y son
muchos, que se han de esconder ¿verdad? Más de lo que yo o cualquiera pueda
imaginar. Este teatro está maldito porque tú has traído la maldición, pero en
la sombra, donde los espectadores no puedan verlo, así has traído la fama y el
éxito borrando el resto de los teatros que hay, ¡¿Pero a qué precio?!- le
interrogó.
-¡No
divagues! Soy un hombre de negocios que convirtió a un montón de ruinas en puro
oro. Para tener éxito no hace falta pactar con el diablo- le aseguró, rabioso y
enfurecido de que aquel mocoso se atreviera a desafiarle.
-No
hace falta pactar con el diablo cuando se es uno ¿y si no hay algo oscuro por
qué ninguno de tus subordinados se atreven a mirarte y nunca ríen, y las
grandes estrellas hacen lo que tu digas cuando tú lo digas y como tú lo digas?-
cuestionó.
-¡Porque
todos saben que soy el mejor y ganarán dinero! Y para mandar hay que ser
temido, ¡algo que deberías haber aprendido hace tiempo!-.
-¡¿Cómo
murieron mis padres?!- interrogó, había oído muchas veces esa pregunta en
muchas noches como esta.
-¡No
hagas la pregunta que he respondido cada vez que hablamos!- le ordenó, era la
única orden que no era obedecida desde hace mucho tiempo, más del que yo pueda
recordar.
-¡Y
esperas que me crea que murieron en tu teatro por un accidente! Sólo lo ocultas
para mantener la fama-.
-¡Yo
gobierno sobre las personas, no sobre techos que se desprenden!-.
-¡¿Con
lo exigente que eres y dejaste que un techo estuviera en mal estado y se
derrumbara?! Si tienes a un equipo de mantenimiento esclavizado y haciéndoles
reparar cosas que están nuevas-.
-¡Se
acabó! ¡Hoy es noche de sirena!-
bramó.
Aquel
último grito me heló la sangre y detuvo mi aliento, me paralizó al igual que
paralizó a la cara de la noche, dejó de llorar, gritar y echar su gélido
aliento. Ella temía esa frase tanto como yo. Pues aquella noche sería la
testigo de un secreto más, uno oscuro, un último secreto.
Su
nieto no entendió, se dio por vencido y oí sus pasos que se alejaban, en esos
pasos oía perfectamente su impotencia y rabia.
Yo
sabía que significaba aquello y me di cuenta de que se iba a escapar la poca
esperanza que todavía había en este edificio, en mí, porque hace tiempo que
dejé de ser persona y me convertí en un objeto más del teatro, oculto en la sombra
y olvidados por todos, y como los demás objetos abandonados, testigos de
algunos de los secretos. A eso me relegó mi tío, cuando dejé de ser la sobrina
de su hermano pequeño muerto y un testigo de la muerte de su hijo y esposa.
Con
seis años ya fui encerrada en mi habitación, mi prisión, por aquel entonces no
entendí por qué, pero ahora, que han pasado los años y sigue ese recuerdo igual
de vivo que cuando lo presencié, comprendo perfectamente de que soy el único
punto débil de mi tío, su miedo. Por eso me ha amedrentado desde entonces y
asegurado de que no sea capaz ni de mirarle a los ojos. No los veo desde los
seis años, pero ellos me persiguen en mis pesadillas, mientras escucho su voz
amenazándome y robándome mi voluntad como si sus palabras fuera un veneno que
ingiero poco a poco y que cada vez me hace más daño.
Pero
esa noche fui inmune a su veneno, tenía que serlo, o acabaría siendo uno letal.
El
silencio volvió a ser soberano del teatro, de vez en cuando interrumpido por
algún trueno débil. Me dirigí a la puerta, cerrada, hubo un tiempo en que
estaba cerrada con llave, porque yo insistía en salir y aún tenías ganas de
vivir viva y no muerta, pero dejó de hacerlo cuando vio que yo no era más que
un cuerpo vivo con un espíritu muerto. Ahora la puerta estaba cerrada,
simplemente cerrada.
Agarré
el pomo, estaba frío, lo hice girar y la desvencijada puerta abrió a un mundo
que yo conocía pero que no veía largo tiempo.
Oscuridad.
Al
principio sólo eso.
Empecé
a distinguir en medio de ella un pasillo ancho, tan lúgubre como mi habitación,
estaba en la zona baja del teatro, donde no hace falta que esté bello para los
espectadores ya que no pasaban por aquí.
Pasos
lentos al principio daba, más rápidos después, pasos desesperados ¡Sólo había
una oportunidad y dependía de la fortuna que me acompañara esa noche! Dos
personas más en el teatro aparte de mí, si encontraba primero al nieto,
salvada, si no, volvería a mi prisión o puede que algo peor ocurriese.
Pasillos
y más pasillos, alguna sala, cuartos atestados de decorados y disfraces que en
sombras son fantasmales. Ningún alma viva. Escaleras, por ellas empecé a subir,
un piso, otro… y ningún alma viva.
El
miedo me erizaba y me hacía pensar que quizás mi habitación no era un fin tan
malo. En mitad de unas escaleras me quedé indecisa.
Yo
no encontré al nieto de mi tío.
Pero
él a mí si.
-¡Eh!
¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?- interrogó un tanto sorprendido, él nunca me
había visto ni sabía de mi existencia, como tanto otros.
Formulé
una pregunta cuya respuesta conocía.
-¿Víctor?
¿Víctor Suárez, hijo de Carlos Suárez?, - asintió con la cabeza, algo
desconfiado al ver una figura delgada y temblorosa con una cara pálida del
miedo y de no haber visto el sol.
-¿Quién
eres?- preguntó de nuevo.
-Soy
Rebeca, -ya se me había olvidado como sonaba mi nombre, nadie lo había
pronunciado y yo no lo pronuncié ni una vez en mi estancia en mi habitación.
–Rebeca Suárez, hija del hermano pequeño de tu abuelo, mi tío, y tu padre era
mi primo, tenía seis años la última vez que lo vi y fue en noche de sirena –le
revelé. Siguió sin entender nada. Pero se quedó mirándome un rato y creo que
sus inteligentes ojos pudieron ver parte de mi historia.
-¿Cuánto
tiempo llevas aquí encerrada? ¿Y qué es eso de noche de sirena?- quiso saber,
acercándose y mirando alrededor, por si mi tío viniera.
-Cuando
dejas de darle importancia al tiempo no sabes cuanto de él pasa. Acabé aquí
porque mi padre murió junto con mi madre, no supe que les pasó, tampoco
pregunté, tenía cuatro años y a los seis dejé de preguntar-. Pero no estoy aquí
para hablar de lo mío- mi voz no era más que un susurro temeroso de que fuera
escuchado por los oídos de mi tío, su nieto se acercó más para oírme mejor.
-Este
teatro guarda secretos, secretos que son la clave del éxito de tu abuelo: trampas,
estafas, sobornos, robos, amenazas… a los trabajadores, a los actores, a su
rivales de otros teatros… así ha conseguido el monopolio y una numerosa
clientela de alto nivel y riqueza y ser él uno más de ellos. Cada vez que ha
habido algo que tapar, ha sabido también manejar a policías y de entre sus
subordinados están sanguinarios delincuentes que ante él no son más que ovejas
asustadas. A la luz de sol es poderoso y a la sombra lo es aún más- le revelé.
-¿Cómo
sabes todo eso?- inquirió, no muy sorprendido, no esperaba menos de mi tío.
-
Me pasé dos años escuchando y viendo cuando era una niña, a escondidas, por
entonces no entendía lo que presenciaba… hasta que una vez vi más de la cuenta
y fui descubierta- añadí.
-Tu
sabes que le pasó a mis padres- supuso, sus ojos me estaban pidiendo a gritos
la verdad a la que él le había dedicado su vida.
-Tu
padre empezó a ver los métodos de tu abuelo, no le gustaron e intentó persuadirle
de que no le hiciera, los dos negaban, tu abuelo a dejar sus métodos y tu padre
a estar callado y aún menos formar parte. Una noche tu padre fue a ver a tu
abuelo y le comunicó que iba a denunciarlo, ya sabes que tenía prestigio tu
padre como escritor de obras de teatro y él sabía que se le escucharía; por
desgracia tu abuelo también lo sabía… decidió que era noche de sirena- relaté.
-Fue
el solito quien sentenció su muerte y la de tu madre al contárselo- afirmó mi
tío, apareciendo por la esquina de un ancho pasillo y colocándose delante un
ventanal donde entraba la luz de la luna, que le daba por detrás y le daba un
aspecto fantasmal.
-Ahora
es comprensible de que no me quisieras nunca, no querías ni a tu hijo- acusó su
nieto, cerrando los puños como si en ellos estuviese el cuello de mi tío.
-No
me dejó otra opción, además, le avisé de que si esa noche iba a los
periodistas, sería noche de sirena, sabía lo que había pero siguió adelante… lo
intentó- rectificó, esbozando una sonrisa cruel.
-Y
tú, chiquilla insolente, de nada te habrá servido hablar, además, ¿quién iba a
creer a un estropajo como tú?- quiso saber.
-Nadie-
admití, bajando la cabeza para no encontrarme a los ojos que tanto temía.
-Tú
vas a pagar por todo lo que habrás hecho, mal nacido- bramó furioso,
abalanzándose contra su abuelo, pero mi tío era más fuerte y a pesar de tener
sus años le hizo frente.
Empezaron
a pelear. Los puños rabiosos alcanzaban las caras. Las manos a los cuellos. Mi
tío le arrojó contra la ventana.
Cristales
rotos volaron.
La
luna dejaba destellos en los cristales.
Rojos.
Porque
estaban manchados de sangre joven.
Para
desagrado de mi tío, el chico no cayó al vacío, se agarró a los cristales que
quedaban aún en la ventana y volvió a colocar los pies en el sitio.
Mi
tío apartó la chaqueta del bolsillo
trasero de su pantalón, ya había visto ese gesto, y sabía que le seguía.
Antes
de darme cuenta mi mano ya estaba en su bolsillo y extraía el objeto que él
quería sacar.
Se
dio la vuelta, dispuesta a descargar toda su ira en mí.
Quité
con mano nerviosa la funda.
-Ningún
rey es rey por siempre- declaré mientras la hundía en su vientre y sentía la
primera cosa cálida que le perteneciera.
Su
sangre.
Al
apartar la mano relució a la luz de la luna la empuñadura de la daga.
-Tenía
razón… hoy es noche de sirena- reconoció su nieto, observando la empuñadura con
forma de sirena.
Atentamente,
Elena Rojas
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