Buenos días querido lector
Una historia para comenzar el día:
Apunte, la historia es ficticia, la famila fue real y hoy en día se puede visitar el museo que fue la casa de esta familia noble.
LA
HISTORIA DE LOS LERCARO
Cuento esta historia
que me contó un anciano de La Laguna, unos de esos hombres que han nacido en su
pequeña ciudad, allí han crecido y donde ahora descansan.
La Laguna es antigua, muy antigua y encierra
algunas historias extrañas y siniestras, algunas desde la época en que había
conquistadores de todos los rincones del mundo. Muchas de ellas han estado
ligadas a las casas de La Laguna, algunas son tan antiguas como la ciudad
misma. Unas desmoronadas, otras resisten y unas últimas han sido restauradas
para ser Ayuntamientos, colegios o museos de La Laguna y contar fragmentos de
todo lo que ha sido testigo silencioso de esta ciudad.
Pero aunque ya ha
pasado tiempo y la ciudad con sus casas se hallan cambiado lentamente, no ha
impedido ni impedirá que las casa sigan estando liadas a esas historias que no
se cuentan a los turistas cuando visitan La Laguna, ni siquiera a los jóvenes
residentes.
Para ser recordadas
por unos pocos e ignoradas por la mayoría.
Voy a contar una de
tantas y una cosa aviso antes de empezar: esta que vas a leer no ha sido ni la
más insólita ni la menos olvidada.
Esta es la historia
de los Lercaro.
Ésta ocurrió en una
casa que ahora es museo y la puedes visitar...
Empieza imaginando
una casa de las de antes, que tenía un patio y alrededor todas las
habitaciones. El patio es de piedra y en su centro hay un pozo como en tantas
otras, ahora hay plantas y flores que lo alegran, quizá con la misma viveza que
en su tiempo. Mientras las habitaciones son grandes, con suelos de madera y
paredes de piedra. Ahora cada habitación muestra determinados objetos de
nuestra historia, pero antes eran ocupadas por los muebles de la familia
Lercaro.
Los Lercaro, una
familia genovesa de comerciantes que vinieron a esta pequeña ciudad en el siglo
XVI, tras la conquista, si… esta también es una historia casi tan antigua como
La Laguna.
Los Lercaro, al ser
comerciantes manejaban el suficiente dinero como para construirse esta casa que
en su momento fue una gran mansión. Todavía hoy, para muchos, esta casa es más
grande de la que puedo tener yo o tú. Si
ya te las has imaginado, seguiré con el relato.
Mientras Isabel la Católica había muerto y le sucedía
su hija Juana I de Castilla, aquí, en esta ciudad, era no más que un bebé
recibiendo a su primeras gentes que venían de España y Europa para disfrutar de
nueva tierra conquistada donde poder tener mejor vida en una gran casa. Como
fue el caso de los Lercaro.
Una familia
adinerada no muy distinta de cualquier otra: el señor y la señora Lercaro:
elegantes, poderosos y muy pendientes de la burguesía y la nobleza. Con sus
hijos, que eran cuatro: el primogénito Damián, alto y atractivo, decidido a ser
igual y más poderoso que su padre y llevar el nombre de la familia a la gloria.
Norma, la segunda hija, bien instruida para buscar buen marido, cuyas
estrategias eran las palabras y perfumes dulces, ya que su físico no
colaboraba. Marco, el tercero, deseoso de haber sido primero para poder ser el
favorito del padre y llevar la casa cuando éste no estuviera, no poseía la
misma suerte en atractivo que su hermano. Y por último, Isabel, la benjamín, y
quizá por ser la menor y tener que esperar a que se casase su hermana, Dios la
dotó con más gracia y belleza. Ésta era la familia Lercaro que vino a vivir en
esta ciudad.
Ahora te voy a contar que puede pasarle a una
familia si se deja llevar por la cruel sociedad, con sus tradiciones y reglas,
y por la pasión desenfrenada, con sentimientos incontrolados que pueden volver
a una persona loca o libre.
Quiso el destino que
en estos parajes, además de esta familia burguesa, hubiese a su alrededor otra
con que competir, los Berardi, y una familia noble de por medio, los Losantos. Junto
con la gente humilde para servirlos como solía pasar.
Comencemos con
Marco, cuyo corazón estaba dividido, una mitad para envidiar a su hermano y la
otra para palpitar por Inés, la hija mayor de la familia noble, a quien solía
espiar cuando daba paseos con su madre por las calles de La Laguna, algunas
veces lo hacía desde la ventana, otras, salía y las perseguía de lejos. Motivo
por el cual muchas veces llegaba tarde a almorzar. -Tarde otra vez, hijo ¿te
parece propio que un chico de tu clase no llegue puntual a almorzar? ¿Qué
excusas traes esta vez?- solía preguntar irritado su padre. Marco siempre daba
alguna.
Sin embargo, Damián
no iba en particular tras de ninguna, aprovechaba su buen ver para conquistar a
una moza cuando le apetecía, con que la actitud de su hermano también le
irritaba. A él sólo le preocupaba su herencia.
En cuanto a las
hijas, Norma moría por casarse, pues ya empezaba a estar madura, deseaba mucho
poder disfrutar de un hombre que la halagase con ricos vestidos y joyas, como
hacía su padre con su madre. Y si Norma se moría de ganas, piensa en la
desilusionada Isabel, viendo como su hermana no le aparecía siquiera un novio
¿cuándo le tocaría a ella?
En un día a la hora
de almorzar en que Marco llegaba tarde una vez más, no pasaría la acostumbrada
monotonía.
-Hijos míos, prestad
atención, ya que por fin Marco se dignó a honrarnos con su visita- puntualizó
el padre.
-Padre, no empiece
usted otra vez, por favor, insiste tanto en las reglas de la nobleza… y
nosotros no somos nobles- le recordó, hastiado.
-Si somos más
inteligentes y rápidos que los Berardi, pronto lo seremos, así que en un futuro
próximo espero que empieces a variar tus costumbres- advirtió.
-Padre ¿qué es eso
que pronto lo seremos?- preguntó Norma, con una esperanza.
- Los Losantos
llevan tiempo disimulando, pero ya están al borde de la ruina y no quieren
perder su vida lujosa, por tanto hará un acuerdo con una de las familias, o los
Berardi, o nosotros, escogerán a la que vean con mejor fama y riqueza, por
supuesto- añadió.
-Vuestro padre ha
pensado que tú, Damián, al ser primogénito al igual que Inés, su hija mayor,
eres perfecto, pues los Berardi tienen una primogénita y tres hijas más antes
de tener el primer varón, que no es más que un chiquillo de quince años-
intervino la señora Lercaro.
-¡Eso no puede ser!-
bramó Marco, enfurecido, dando un puñetazo en la mesa, pues él siempre fue muy
impulsivo y puede que eso ayudara a lo que vino después.
-No cuestiones mis
decisiones, ni siguieres eres el mayor para tener la posibilidad de tener en
cuenta tus palabras. Limítate a obedecer y ser motivo de orgullo de esta
familia. Tu hermano está más capacitado y debe ser el que se case con Inés.
-Pero si es incapaz
de amar a nadie- insistió Marco.
-Eso no es verdad,
hermano, yo quiero y deseo cuidar de esta familia y para hacerlo asumo el deber
de casarme con Inés, a la que amaré como esposa- se defendió con vehemencia.
-Escucha y aprende
de tu hermano, así es como debe ser un hijo- le reprochó su padre.
Marco calló su ira,
se levantó de su mesa y marchó a su cuarto. Su padre le dejó.
-Padre ¿y su hijo
Francisco? Es el segundo, podría casarse conmigo- propuso Norma, ansiosa,
siempre había observado a ese hombre, era guapo y fuerte, le gustaban mucho las
mujeres jóvenes y hermosas y frecuentaba con ellas. Se sabía también que era
violento.
-Lo primero es dar
hombre a su primogénita, podríamos proponerlo- consideró su padre, ambicioso
por un título de la nobleza.
-Entonces hagamos un
banquete e invitemos a los Losantos, hija, tú me acompañarás mañana para
comprar los mejores atavíos y por la tarde que las sirvientas te dejen
deslumbrante. Tú, Isabel, puedes acompañarnos- dijo su madre.
Al día siguiente
mientras en la casa las criadas fregaban, limpiaban y pulían para que todo
estuviese reluciente en la casa de los Lercaro. Padre e hijo mayor hablaban de
lo que convenía, Marcos seguía encerrado en su habitación y la madre con sus
dos hijas iban a comprar.
Isabel iba
indiferente a los nervios de su hermana y madre, estaba acostumbrada a que las
cosas no le afectase a ella por ser la menor. Después de varias horas viendo a
su hermana enfundada en todos los vestidos que en la ciudad existiese y su
madre intentar ver cual disimulaba mejor su cuerpo no agraciado, Isabel se iba
distanciando poco a poco hasta llegar a un puesto de flores.
Ensimismada en ellas
no vio acercarse al mozo.
-Veo a una flor
mirando a otras-. Isabel se asustó al ver junto a ella a un buen mozo vestido
de soldado que la miraba fijamente. –Perdón si la he asustado, señorita-.
-No se disculpe
caballero, soy yo que estaba absorta- respondió Isabel, bajando la cabeza y
sumisa, como la habían enseñado a ser.
-¿Caballero? No
señorita, más quisiera para poder pretenderos, no soy más que un soldado,
Antonio Landi- .
-Isabel Lercaro- se
presentó ella.
-He oído hablar de
vuestra familia, yo vengo a servir a los Losantos como guardia personal-
-Entonces quizá
venga a nuestra cena, esta noche son nuestros huéspedes- comentó ella, tímida.
-Entonces me
consideraré afortunado de poder verla de nuevo- concluyó el hombre.
-¡Isabel! Ven aquí,
vamos, tu hermana ya ha elegido vestido- le apremió la madre.
-Discúlpeme- y se
alejó presurosa.
-¿Qué hacías
hablando con un simple soldado? Si fuera al menos un oficial - estimó su madre.
-Perdóneme madre, va
a ser el nuevo guardia personal de los Losantos- contestó ella.
-Querrás decir
nuestro nuevo guardia personal- le corrigió su hermana, deseosa.
Por la tarde, Norma
era arreglada por las criadas con esmero bajo las exigencias de la madre, que a
la vez le daba consejos a la hija para conquistar a un hombre.
-Estar bella siempre
para él y sumisa, si hablas es para halagarle, cuida bien tu maquillaje y
procura estar bien perfumada, al bailar con elegancia y que te lleve él, accede
a lo que te pida… mientras tú, Isabel, viste bien pero discreta, no debes
llamar la atención, habla sólo con las
hijas de Losantos, que vean lo bien educada que estás, procura no hablar
demasiado- ordenó dirigiéndose a su hija, ella asintió sin escuchar, pues
llevaba todo el día escuchando las palabras de un simple soldado quien
inesperadamente le habían llenado su corazón.
Con la entrada de la
noche, la impoluta casa relució bajo los farolillos en el patio, ocupado con la
mejor mesa y sillas, sobre la mesa estaba depositada la reluciente vajilla de
porcelana y sobre la fresca hierba y flores, los músicos con sus instrumentos
de madera brillante.
Una velada perfecta y preparada hasta el
último detalle.
Los Losantos
comieron a gusto las carnes más caras acompañadas del mejor vino, junto con las
palabras zalameras del señor y la señora Lercaro.
-Una cena exquisita,
si me permitís, tomaré más vino- pidió el cabeza de familia, el señor Lercaro
asintió y miró a Isabel ordenándole con
el gesto que le acercara el vino.
-Gracias jovenzuela,
buena muchacha tiene, me recuerda a mi Inés a su edad- opinó el hombre, disfrutando
del vino.
-Nada me halaga más-
asintió el señor Lercaro, complacido, Francisco también estaba complacido con
ella.
-Acercarme a mi
también el vino, linda muchacha- pidió alzando la copa, Isabel se aproximó para
acercarle el vino mientras él aprovechaba para devorarla con sus encaprichados
ojos. Detalle que no se escapó a la experta madre ni a su hija dolorida Norma.
Tampoco al soldado Antonio, junto a los músicos.
-Entonces ¿qué le
parece mi hijo Damián para su adorable hija?- preguntó el señor Lercaro, Damián
se levantó y se dirigió con cortesía al padre y madre Losantos.
-Sería para mí un
honor poder desposar a vuestra hermosa hija y complacerla en sus deseos y ser
humilde servidor entonces de mi nueva familia- dijo. Tanto el padre como la
madre les gustó el porte del muchacho como su seguridad, sería un buen cabeza
de familia.
-Sea pues entonces-
asintió el señor Losantos. Inés se ruborizó, impresionada por el guapo chico
que ni se daba cuenta del otro hermano.
-Dejemos entonces
que los muchachos se diviertan y bailen- propuso el señor Lercaro, contento.
Damián sacó a bailar
a Inés bajo la envidiosa mirada de su hermano, que se vio en la obligación de
sacar a bailar a la hermana de Inés, no más que una niña.
-Francisco, baila
con Norma, es la hija mayor de nuestros anfitriones- propuso su madre,
Francisco obedeció, disimulando su desagrado al verla.
Isabel se quedó
junto con los otros dos hijos de los Losantos, demasiado vino ya como para
bailar.
-Isabel, acércate a
la cocina y pide a la sirvienta que se lleve las copas de vino y traiga unos
licores- le ordenó su padre. Isabel asintió y obedeció.
Entró en la cocina y
se asustó al ver un hombre y no a la sirvienta, tirando a su paso una de las
copas que estaban ya preparadas.
-Perdone señorita,
ya la he asustado dos veces hoy- se disculpó Antonio, ayudándola a recoger, sólo
venía a por un poco de agua, no tengo la suerte de estar sentado al lado de una linda joven -piropeó, Isabel se ruborizó y bajó la
cabeza.
-¿Por qué agacha la
cabeza, señorita? Así no puedo verle esos ojos tan bonitos- preguntó,
terminando de recoger los cristales.
-No se debe mirar a
un hombre- respondió cogiendo las copas de licor.
-Pues a mí me gusta
que me mires y que me hables- confesó, alcanzándole la botella de licor.
Isabel se quedó
mirándole tímidamente y él también a ella. Isabel empezó a perder la timidez.
-Creía que se debía
de temer a un hombre- opinó, sirviendo licor en las copas.
-Sería incapaz de
asustar a un ángel, yo procuraría hacerla reír-, a Isabel le empezaba a gustar
bastante esa otra manera de vivir.
-¿Así se conocen los
humildes?- preguntó.
-Así lo hacen los
enamorados- le contestó él.
Antes de que se
diera cuenta, Isabel tocaba sus labios con los suyos, los retiró.
-Perdón por mi
atrevimiento- se disculpó dándose la vuelta llevándose en una bandeja los
licores.
-Entonces perdone
señorita el mío- pidió, besándola dulcemente.
-Isabel, has
tardado- objetó su padre.
-Perdone padre, no
encontraba a la sirvienta - se disculpó volviéndose a sentar.
-Sería una lástima
que en esta hermosa velada la muchacha no bailase ¿puedo sacarla a bailar?-
preguntó Francisco, dejando a Norma, contrariada.
-Por supuesto, buen
mozo, hacedlo, Norma debe estar cansada- aprobó el padre, dándose cuenta.
–Seguid bailando, que son jóvenes, nosotros iremos junto a la chimenea, empieza
a hacer fresco- propuso el señor Lercaro al señor y señora Losantos, ellos
asintieron y se retiraron.
-Es verdad que hace
un poco de fresco ¿no tiene frío? Puede pegarse más- invitó Francisco, al poco
rato de estar bailando.
-No, gracias, no
tengo frío. Estoy algo exhausta, será mejor que me retire y le deje con Norma-
opinó ella, deseosa de marcharse.
-Entonces le
acompañaré primero, además, su hermano mayor fue a enseñar a Inés vuestra sala
de cuadros familiares, podría enseñármelo un momento- propuso, Isabel asintió
resignada. Fueron a la sala.
-Deben haberse
marchado ya- observó Francisco al no ver a nadie, ojeando sin prisa.
-Si me permite me
retiro y le dejo para que se esté el tiempo que quiera- comentó Isabel,
empezando a dirigirse a la puerta.
-No, muchacha,
presentádmelos- le animó él, mirándola fijamente, Isabel bajó aún más la vista.
-Esa es mi abuela,
se llamaba también Isabel- empezó.
-Y ha heredado usted
algo más que su nombre, su belleza- opinó, situándose detrás y poniendo sus
manos sobre sus hombros y empezando a deslizarlas.
-Será mejor que me
marche- dijo incómoda y dirigiéndose a la puerta, éste la detuvo y empezó a
forzarla.
-Mi señor, vuestro
padre os llama, es algo importante- interrumpió Antonio, abriendo de golpe la
puerta. Francisco lo miró con odio y salió, Antonio lo tuvo que seguir pero
antes de marcharse le susurró a ella -enciérrate en tu habitación-.
Isabel corrió a su
habitación y cerró la puerta con llave, para su sorpresa, Marco estaba ahí.
-Marco, hermano ¿qué
haces aquí?- le preguntó, arreglándose.
-¿Los oyes? Y él no
la ama- contestó, irascible y con los puños crispados.
Isabel los oyó,
manteniendo relaciones en la habitación contigua.
-Cálmate, hermano-
suplicó.
-No, no me calmo, y
tú serás como las otras, sólo miran a los guapos- chilló, girando la llave y
saliendo de la habitación.
Allí se quedó, hasta que su madre la fue a
buscar.
-Hija abre, deberías
haber bajado para haberte despedido de los Losantos- opinó su madre.
-Perdone madre,
estaba indispuesta- contestó, abriendo la puerta.
-Bajemos hija,
tenemos que hablar junto con los demás- le ordenó su madre. Ambas bajaron.
-Muy bien, hijos
míos, lo hemos conseguido, cuando se celebren las bodas, seremos de la nobleza-
anunció el señor Lercaro, satisfecho.
-¿Las bodas?
Entonces ¿me caso con Francisco?- preguntó Norma, esperanzada.
-Se lo propusimos a
su padre y luego a él, pero el muchacho dijo que sólo se casaría con Isabel,
así que accedimos- respondió el padre, frío.
-¡¿Qué?! ¡No puede!
¡Yo soy la mayor!- vociferó Norma, furiosa.
-Si así somos parte
de ellos, así será y tú ya te casarás con otro- sentenció el padre.
Isabel estaba
aterrorizada.
-Padre, me da miedo
ese hombre- suplicó Isabel.
-¡Ella no quiere!
¡Yo si!- gritó Norma.
-El miedo lleva al
respeto, te casarás con él- respondió el padre, impasible.
-Madre, intentó
forzarme- exclamó Isabel, suplicante.
-Viene de una
familia noble, no haría eso, además, a partir de ahora, al ser tu esposo,
tendrás que acceder- le advirtió su madre.
-¡Yo quiero a Francisco!-
siguió gritando Norma.
-¡Y yo a Antonio!-
gritó también a Isabel, acto seguido se tapó la boca. Su padre la miró confuso.
-Es el guardia
personal de los Losantos- contestó su mujer.
-¡Niña estúpida! Te
casarás con Francisco y se acabó, retiraros todos a los dormitorios- ordenó el
padre, saliendo con su mujer.
Las hijas también
salieron.
-Hermano, tú no la
amas- le detuvo Marco.
- Espera a que una
de sus hermanas crezca un poco para ti- contestó con desprecio.
-¡Eso no es amor!-.
-Deja de soñar a
partir de ahora con ella, es mía- le atajó, dirigiéndose a la cocina para beber
agua.
-¡Todo es tuyo! El
afecto de nuestro padre, la herencia, el buen físico, las mujeres, hasta la que
yo amo. Aunque te cases con ella seguirás
con otras- bramó, persiguiéndolo.
-Pues asúmelo- le
espetó. Empezaron a luchar, Damián apartó de a su hermano de un empujón, él
perdió equilibrio, dio unos pasos atrás y cayó sobre el fogón, ardiendo. Su
hermano intentó sacarle, pero cuando lo consiguió y apagó las llamas del cuerpo
de Marco, fue tarde.
-¡Yo tenía que haber
sido la primera en casarme!- gritó Norma, en el patio, donde estaba su hermana.
-¡Quédatelo! Me voy-
anunció, caminado hacía la salida.
-¿Adónde vas?-.
-Junto con Antonio,
me voy con él a cualquier parte- gritó.
-¡No! No puedes, no
puedes marcharte, deshonrarás a nuestra familia ¡cásate con Francisco! -.
- Jamás, sólo me
casaré con Antonio-.
-Despierta hermana,
sólo te quiere igual que Francisco, luego perderá el interés-.
-No, me ama y voy
con él-, su hermana se interpuso.
-Sabes que no puedes
y padre no te dejará- bramó Norma.
-Pues si no puedo
estar con él, con nadie, no entregaré mi corazón a nadie más- decidió Isabel.
-Tampoco podrás, una
mujer debe casarse y si te niegas se romperá el acuerdo y serás la vergüenza de
los Lercaro- negó Norma, cogiendo a su hermana y zarandeándola.
-Tú que tienes la
oportunidad que a mi me falta, cásate- suplicó.
-¡No estoy enamorada
de él!- se negó, desprendiéndose de ella.
-Para casarse no es
necesario- le recordó, -si no lo haces con él, ningún otro hombre lo hará- siguió
Norma, desesperada por hacerla entrar en razón. –Que daría yo por estar en tu
lugar- siguió desconsolada.
-No quiero a otro que a Antonio, vendrá a buscarme y nos
casaremos- aseguró.
-Mi pobre hermana, y
aunque él quisiera no le dejarían, padre le mataría- exclamó Norma.
Isabel afirmó,
serenándose, su hermana suspiró al ver que por fin había entendido, -tienes
razón, nosotros que supuestamente somos libres y los pobres no, somos más
esclavos que ellos, y yo quiero libertad, pero no puedo tenerla… no lo soporto,
así que adiós querida hermana- se despidió.
-¡No lo hagas! Otro
hombre te ocupará el corazón, dale una oportunidad a Francisco, verás como te
hace olvidar Antonio- suplicó Norma, agarrando a Isabel para que no se tirara
por el pozo.
Pero lo consiguió.
En ese momento
irrumpía en el patio Antonio.
-¿Dónde está tu
hermana? Voy a llevármela antes que Francisco se case con ella- anunció.
-Vete muchacho y
huye. Que por lo menos uno se libre de la desgracia. Ella ahora es libre-
respondió Norma, señalando al pozo mientras veía por detrás de Antonio a su
hermano mayor sosteniendo al cuerpo de Marco ya sin vida. -Vete, que padre no
te encuentre o hallarás también la muerte- le apremió, llorando.
Ahora, siglos
después, no hay rastro de lo que aconteció allá en el siglo XVI, la casa es ahora museo restaurado, con
un agradable patio con su pozo… que por la noche hay quienes dicen que aún se
puede escuchar a Isabel en el pozo. Hay quien incluso dice que la ha visto. Yo,
particularmente, no me he atrevido a ir por la noche a comprobarlo. Creo que no sería capaz de aguantar sus
sufridos llantos. Hay también quien dice que por la noche huele a carne quemada
y ve fulgores en la cocina. Yo no me atrevo entrar ahí ni de día.
Ésta es una de las
historias que oculta La Laguna. Ésta ha ocurrido en una de sus casas.
Hay muchas casas más
que detrás de sus puertas se esconde algo más que polvo viejo y aire rancio.
Atentamente,
Elena Rojas
0 comentarios:
Publicar un comentario