Subscribe:

Ads 468x60px

miércoles, 12 de julio de 2017

Origen de los tacones: no siempre fue así


Buenos días lector:


Hoy vamos a ver una curiosidad llamativa que, tras una sencillez que nos puede sonar a "superficial o material" nos traslada a un trasfondo social con la separación del individuo, lo que se considera masculino y lo que se considera femenino. 
Tendemos a pensar y dar por hecho que cada cosa o idea ha sido siempre así o son modernas, como los tacones. Automáticamente si pensamos en tacones nos viene a la mente las ideas de: mujer, belleza, estilismo, moda....elemento de pocos siglos atrás. Como mucho, nos hace gracia esos retratos de Luis XIV donde le vemos con tacón y peluca, y nos hace gracia porque es un varón con accesorios que hoy en día los vinculamos más a la mujer.

Sin embargo, no siempre fue así ni se creó el tacón para destacar la belleza del cuerpo femenino. Al igual que la idea de que  un hombre para destacar su hombría y virilidad debe rodearse de mujeres, cuando en la antigüedad justamente debía relacionarse con otros hombres (La homosexualidad como hombría en la Antigua Grecia y Roma). 

El tacón ya lo podemos vislumbrar en la Edad Media, aunque lo veamos más fácilmente en las pinturas de la Edad Moderna. Pero de hecho, desde la Antigüedad con los egipcios se empezó a utilizar el zapato con tacón (dejando evidencia en su arte) y en el Oriente Medio estaba completamente extendido, los persas daban uso del tacón para poder montar mejor a caballo, con la introducción del estribo, los jinetes necesitaban encajar el pie en él y con el tacón quedaba sujeto fácilmente (es por ello que las botas de los vaqueros o cowboys es tan característico verlas con tacón). De modo que de hecho era más común ver uso del tacón en los hombres que se dedicaban a montar y a usar armas. De hecho el tacón de aguja nace en la necesidad de montar a caballo y quedar bien sujeto el pie al estribo.

En la Edad Media tenía otra utilidad muy práctica y para nada que ver con el estilismo: alejarte de la suciedad. Como bien sabemos, en este época no hay alcantarillado ni higiene y las calles estaban sucias; así que para poder elevar el pie sin que se te hundiera en la mugre, era muy útil el tacón.

Finalmente en la Edad Moderna empieza a surgir la idea de utilizar los zapatos con tacones para la alta socidad, bellos para presumir los nobles y reyes en sus cortes; pues se empezaron a dar cuenta que al usarlos la figura quedaba estilizada y las mujeres empezaron a desearlos para eventos importantes como las bodas, Catalina de Médici fue de las primeras en lucirlos. Luis XIV al ver su gran utilidad para demostrar poder, publica un edicto donde sólo la Corte puede usarlos y de color rojo y altos, cuanto más altos mejor (de ahí que en las pinturas sean tan visibles y llamativos) pues los nobles no necesitaban hacer maniobras ecuestres mientras usaban armas ni trabajar con ellos, podían utilizarlos.

En el siglo XVII, cuando se empieza a extender la idea de que el varón debe vestir más sobrio y usar tacón más bajo y cuadrado, mientras que los zapatos femeninos con un tacón mas afilado y alto; con el paso del tiempo quedando relegado exclusivamente a la mujer el uso de ellos hasta en la actualidad donde estamos viendo que las líneas se empiezan nuevamente a desdibujar.


Atentamente,                                                                                 Elena Rojas                     
                                                                 





sábado, 1 de julio de 2017

La francesita: el comienzo de todo


Buenos días querido lector:

He aquí el origen del todo, si, las brujas de Zugarramurdi marcaron el más negro capítulo de la historia de las brujas en el norte de España, implicando hasta el mismo Inquisidor General, o incluso el rey. Pero para entonces la historia estaba muy empezada.

¿pero cómo comenzó si ni siquiera se conocía la palabra "bruja" en aquellos pueblos?



Esta es la historia de la entrañable “La Francesita”. Su nombre real, María de Ximildegui.
Esta chiquilla tenía padres franceses que vivieron en Zugarramurdi hasta que la joven cumplió los dieciséis años, momento en que se trasladan a vivir a Ciboure; un pueblo costero francés situado a tres leguas.
María volvió a Zugarramurdi con veinte años para servir mientras sus padres se quedaron en Ciboure.
Pero vivir cuatro años en el pueblo francés le permitió familiarizarse con algo que era del todo desconocido en los reinos españoles:
¡Brujas!
En Francia estalló la gran persecución contra las brujas. En Ciboure y el pueblo colindante (San Juan de la Luz) hubo una impresionante cacería brujeril instigada por Pierre de Lancre. Tal era el miedo que se tenía a los brujos que la gente se resguardaba por la noche en la Iglesia con vela encendida en mano. Esta gente temía ser llevada al aquelarre.
La propia María de Ximildegui, empezó a pasar noches en casa de una amiga y, después, a acompañarla a divertidos bailes en la playa durante la noche. Cuando se dio cuenta, asistía a asambleas de brujos a la orilla del mar bajo presencia del Demonio (según su testimonio).
Así permaneció durante año y medio hasta la Cuaresma de 1608. En esas fechas la joven decidió volver al Cristianismo y acudió al párroco, el sacerdote Hendaya. Le comunicó al clérigo que tenía miedo de las represalias de las brujas y que durante siete semanas había caído gravemente enferma, a borde de la muerte, debido al dolor y las figuraciones del castigo que le esperaba.
Convencido el sacerdote, pidió al Obispo de Bayona permiso para la absolución de la moza, que fue concedido en julio del mismo año. Así que María fue absuelta y se le dio comunión.
Tras esta experiencia de la cual claramente no fue consciente de la suerte que tuvo de no ser sometida a tortura o quema en la hoguera. Al regresar a Zugarramurdi, empezó a comentar con el populacho sus aventuras y peripecias con las brujas.
Así que la gente empezó a conocer a las brujas y hablar de ellas.
A temerlas.
A ponerles cara de sus vecinos.
A acusarlas.
María de Ximildegui llegó más allá. Empezó a señalar vecinos suyos afirmando que habían participado con ella en aquelarres, fue tal su donaire y encanto, su convicción y viveza; sus detalles en los relatos. Que la creyeron y así fue el comienzo de la etapa brujeril en los reinos españoles que desencadenó una auténtica fiebre y terror, persecución y castigo sin freno ni control.
El Tribunal de Logroño tomó cartas en el asunto y, en vez de acabar con la plaga de brujas se multiplicó y destapó un sinfín de aquelarres;  tal fue el escándalo que llegó al Consejo de la Suprema, interviniendo el mismísimo Inquisidor General:
Bernardo Sandoval y Rojas, protector de Alonso de Salazar de Frías.

Atentamente,                                                                                                   
Elena Rojas