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miércoles, 20 de abril de 2016

El fuego griego: origen del fuego Valyrio. LLamas sobre las aguas


Buenos días lector:


Quizás el nombre de fuego griego no suene mucho, pero seguramente sí el "Fuego Valyrio" de la exitosa serie "Juego de Tronos". Muchas veces la ciencia ficción o fantasía está inspirada en hechos reales ya sean recientes o antiguos.



El fuego griego era una antigua arma defensiva que consistía en una sustancia altamente incendiaria. Lo extraordinario eran que las llamas no se extinguían por el agua sino que el fuego podía avanzar por encima del agua sin dejar de arder (lo que lo hacía perfecto y temible para la defensa ante una invasión naval. Además expedía gran cantidad de humo y sonidos estruendosos similares a truenos, lo que lo hacía aún más terrorífico al enemigo que no tenía defensa alguna ante estas llamas aparte de perder completamente la visión en el campo de batalla y consumirse los barcos sin poder hacer nada para evitarlo).

La composición química de esta sustancia inflamable única fue celosamente guardada y, en su día, perdida sin poder haber recuperado la fórmula. Hoy en día los expertos saben que componentes podía tener, pero no la composición exacta. Así, se deduce que la nafta (al no mezclarse con el agua) y el azufre serían el combustible; mientras que el nitrato daría  el oxígeno necesario al fuego para que no se extinguiera. Lo que faltaría para que empezara a arder sería la chispa que los científicos apuntan a que la cal del agua del mar actuaría de chispa. En cuanto a la gran humareda se deduce que, cuando se genera muchos gases una reacción, esta se expande con fuertes presiones generando explosiones estruendosas. Además, estos gases serían nocivos y tóxicos, envenenando a su alrededor.



Las fuentes escritas apuntan a que su inventor fue Calínico de Heliópolis, este huyó de Siria tras una invasión árabe y ofreció la fórmula al emperador del Imperio Romano; lo cual fue la bendición de los bizantinos pues Constantinopla se salvó dos veces de la invasión de los árabes gracias a este arma en los siglo VII y VIII. Los bizantinos armaron sus flotas novales con bombas hidráulicas que les permitían expedir el fuego griego y arrasar con las naves enemigas. Cuando los 1200 barcos árabes veían sus barcos arder, intentaron apagarlos con agua, lo que sólo provocó que se extendiera más rápidamente. Esto fue clave en nuestra historia pues si el Imperio Romano Oriental no hubiese podido frenar la expansión islámica el mundo hoy en día sería muy diferente.

Este arma se hizo tan popular que en las Cruzadas se intentó imitar, así como los chinos, árabes y mongoles tenían sus propias sustancias inflamables; pero nunca lograron imitar la fórmula perfecta y devastadora de los bizantinos (además de la Cadena).

Hoy en día, la única manera de apagar estas sustancias incendiarias es con espuma y polvos químicos.



Atentamente,                                                                                                   

Elena Rojas                     
                                                                 
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lunes, 18 de abril de 2016

Las cadenas de Constantinopla y Sevilla. Aguas cerradas.


Buenos días lector:

Hoy vamos a ver una curiosidad muy llamativa pero desconocida y, si hoy lo viéramos en alguno de nuestros puertos nos resultaría extraño.

A colación con los artículos anteriores donde comentábamos sobre castillos y fortines para defender las costas de ataques piráticos, nos parece evidente estas defensas como sus cañones; pero esto no quiere decir que fuera el único medio.
En Constantinopla (actual Estambul) se situaba en una posición estratégica para el comercio marítimo: la entrada sur del Bósforo y por el antiguo esturio al norte conocido como el Cuerno del Oro. Así el Imperio Bizantino tenía acceso tanto a Asia como Europa. Esta posición única provocaba el deseo de otras potencias de tomar la ciudad privilegiada por el Mar de Mármara (ya que por tierra con potentes murallas la ciudad era bien defendida).



Así que se les ocurrió utilizar una pesada cadena de 800 metros que cerrada el estrecho del Cuerno del Oro para que los barcos no pudieran pasar en caso de ataque. De este modo la cadena iba de lado a lado, se tiene constancia de su uso desde el siglo VIII y como se levantaba y bajaba a voluntad para dejar pasar barcos a voluntad. Dada su eficacia los asaltos tenían que evitar la cadena, como paso con Ucrania en el siglo X, que necesitaron llevar sus barcos por tierra para evitarla y luego volver a la mar. En cuanto a los otomanos en el siglo XV, intentaron romperla pero les fue imposible; así que tuvieron que copiar la táctica de los ucranianos. Se hicieron con la ciudad y retiraron la cadena.

Hoy la encontramos fragmentos de ella en el museo militar Askeri Müze

Esta táctica simple y eficaz también fue llevaba a cabo por Sevilla en la época musulmana, un extremo se engarzaba a la Torre del Oro y el otro a una fortificación.








Atentamente,                                                                                                   

Elena Rojas                     
                                                                 
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sábado, 9 de abril de 2016

Los castillos que nos salvaron: supervivientes en la costa (2º)


Buenos días lector:

Hoy vamos a ver un poco más allá de la historia singular de las Islas Canarias y para ellos echaremos una revisada a unos artículos anteriores dado que están conectados con lo que comentaremos hoy
Como bien se ha comentado y se sabe, estas islas eran punto estratégico en el océano Atlántico y, por tanto, estaba en el punto de mira de varias potencias. Como ya se vio en el artículo: El cañón Tigre y el Almirante Nelson, el imperio británico intentó hacerse con ellas y fracasó. Pero no sólo nuestras costas sufrieron intentos de colonización, sino de piratería, siendo necesario entonces fuertes y castillos en las costas para defenderse de estos ataques. En su momento vimos Los castillos que nos salvaron: supervivientes en la costa. Los fuertes claves en la capital de Santa Cruz que nos libraron de pertenecer a otras potencias o ataques piráticos. 

Pero esto no quiere decir que sólo la costa de la capital fuese atacada, Tenerife necesitaba tener otros castillos defensivos en las zonas portuarias, como es el Puerto de la Cruz.



La primera fortificación bélica a destacar es el Castillo de San Felipe, hoy en día muy bien conservado al contrario de algunos vistos en Santa Cruz en el anterior artículo. Tiene densa y variopinta historia:



Comenzó a construirse en 1599 y se finalizó en 1604. Tiene una curiosa planta pentagonal con dos plantas y estilo colonial. Si bien al principio fue rodeado por un foso luego se cambió a una pasarela fija. Antes de este fortín tan sólo había dos cañones sobre una plataforma que, sin bien sirvió de defensa ante ataques piratas resultó evidente la necesidad de algo más robusto (y aún así, se evitó un ataque compuesto por cinco navíos piratas). El emplazamiento constó entonces con tres cañones y podía alojar hasta 35 soldados  en su segunda planta.

Tras su función esencial defensiva a partir de 1949 empezó a desempeñar otras funciones como lazareto, ciudadela, depósito, sociedad de tiro, restaurante y (actualmente) centro cultural para exposición y concierto.

Con estas sucesivas funciones ha sido posible su restauración y renovación conservándose hoy en día en perfecto estado.


Otra fortificación a destacar y que se encuentra en un agradable paseo por la costa del Puerto es la Batería de Santa Bárbara, mandada a construir por la noble familia de Franchy en el siglo XVIII. Se componía de empalizada, garita y un polvorín; además de cuatro cañones (uno del siglo XVIII y otro del XIX) cogidos de un buque holandés y por ello hoy en día podemos ver sus insignias en los dos cañones conservados.

Toda esta estructura está muy bien conservada y cubre buena parte de la costa que da a mar abierto. El polvorín actualmente son oficinas gubernamentales y el resto se puede pasear por el para disfrutar de las vistas y recordar el convulso pasado de la isla.



Atentamente,                                                                                                   

Elena Rojas                     
                                                                 
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