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domingo, 30 de agosto de 2015

El reloj perfecto

Buenos días querido lector:

EL RELOJ PERFECTO


Finalmente Diego lo puso en venta.
Ojalá no lo hubiese tenido que ponerlo.
Desalentado, siguió con el otro reloj que estaba arreglando.
Cristina  entró en la relojería, por más que entraba ahí diariamente no se cansaba de contemplarla:
Se respiraba a antigüedad y artesanía a pesar de que en los principales escaparates lucían modelos nuevos y modernos, pero el mostrador seguía siendo el que compró el padre de Diego  cuando era joven, en lo alto de las paredes aún se veían cucos que nunca se llegaron a vender; algunos sencillos y otros obras de arte hechos a mano por algún relojero con mucha paciencia y minuciosidad. No obstante los muñequitos de todos parecían observarla aunque no estuviesen a la vista. Curiosos y extravagantes péndulos se alienaban en el fondo, todos al mismo ritmo y exigentes con la hora. Por la puerta de una esquina se distinguía un pedazo de la mesa del trabajo, cubierto con diminutas rueditas, correas, cajitas, pequeñas herramientas… que delataban horas de trabajo nocturnas de manos hábiles y experimentadas…
Cristina suspiró pensando que ya poco trabajo tendrían los relojeros en cuanto a arreglar relojes, hoy en día se compraban y tiraban, punto. Y ya no hacía falta conocer el oficio para abrir una tienda, sólo poner las pilitas y labia para vender sobretodo.
Algo que le vendría bien a Diego opinó para sus adentros antes de que él saliera a atenderla.
-Hola, Cristina- saludó, pero sin mucho entusiasmo.
-He traído café- comentó ella, tendiéndole uno de los vasos de plástico que había comprado en una cafetería.
-Si hoy me tocaba a mí- replicó él, sacudiendo la bolsita de azúcar.
-Ya… pero como ya son las once pensé que a este paso sería el almuerzo en vez del desayuno- apuntó ella, destapando el suyo.
-Ayyyy… perdona, estaba distraído y no me di cuenta- se disculpó avergonzado de que le hubiese pasado otra vez.
-Tranquilo, como no tienes reloj te comprendo- ironizó Cristina, Diego se sonrojó.
-Déjame que lo que queda de semana sea yo el que invite- ofertó bajando la cabeza.
-¿Y esa cara?- le interrogó, percatándose de su tristeza.
-No es nada, lo de siempre… calabazas en el amor- mencionó por encima, sin levantar cabeza, como acostumbraba hacer para no contar detalladamente.
-Esta vez ha tenido que ser fuerte, lo has puesto en venta- se fijó al ver el reloj en el escaparate y con su etiqueta para el precio.
-Si… bueno, ya iba siendo hora- opinó tomándose el café de un trago, tiró el vaso en una papelera y cogió un paño y limpia cristales. –No te entretengo, puede entrar un cliente en tu papelería y…-.
-¿Pero es que nunca me contarás la historia de ese reloj?- resopló ella, -sabes de sobra que ahora mi hermana está en mi tienda cubriéndome- añadió.
Diego suspiró, quizá por una vez debería contar algo que no se resumiera en una frase.
-Todo empezó cuando tenía seis años… todo empezó con la llegada de ese reloj al poco de mi padre abrir la tienda- comenzó, evocando los recuerdos de cuando no era más que un crío.
-¿Y cómo llegó el reloj?- se interesó Cristina, animándole a seguir.
- Estaba yo jugando en la trastienda cuando me llamó la atención los alterados que de repente se pusieron mis padres, fui a ver y me encontré a una niñita de mi edad en lágrimas y suplicando que se lo comprasen. Al  principio mis padres se negaban, el valor de aquella pieza no la reunían ellos con todo el dinero de la caja, mercancía y ahorros… tenía muchísimo valor y mis padres acababan de abrir el negocio y aún no tenían mucho.
Aún veo perfectamente su carita desesperada y afirmando que no hacía falta que le diesen el valor real del reloj, yo veía que con muy poco se conformaría. Después de pensarlo mis padres decidieron darle lo que tenían en caja por aquella pieza y luego venderlo por su valor real, así sería una buena inversión. Yo no entendía como una niña con ropa que necesitaba remiendos tenía un “tesorito” como les pregunté a mis padres en su momento, podría haber sido robado.
Sin embargo mis padres sabían perfectamente que aquella chiquilla era hija de lo que en su día fue una gran comerciante, y a  aquel comerciante le había regalado su mujer un gran reloj por su cumpleaños. Ése sería su último regalo antes de fallecer la mujer. A partir de ahí el comerciante fue de mal en peor y acabó en la ruina y vendiéndolo todo, los vecinos comentaban que el amor que sentía por su esposa lo había cegado en los negocios…
Yo no lo sé… lo que sé perfectamente es como día tras día se pasaba la niña a ver el reloj, cuando lo distinguía en el escaparate, se ponía radiante de felicidad al comprobar que todavía ningún cliente se lo había llevado. Yo solía preguntarle que a qué debía esa felicidad y ella me respondía porque su madre aún no la había abandonado…
Me contaba a menudo en susurros (pues visitaba la tienda a escondidas, antes de ir al colegio) que se lo quitó al padre mientras dormía, que no le quedaba otra cosa por vender y que tenía hambre… su padre le alegaba a menudo que había traicionado a su madre entregándola por unos duros… así que la niña habitualmente murmuraba al reloj cuando no había nadie y le rogaba a su madre perdón pero que tenía que llevar comida a papá.
Frecuentemente oía a mis padres comentar con los vecinos que el viejo comerciante era ya sólo un huraño loco y que lo chiquilla ayudaba en la panadería después del colegio a cambio de pan para cenar, debido a que su padre no trabaja en sus últimos años y sólo vociferaba que dónde estaba el reloj, que se había obsesionado con él y pensaba que si lo recuperaba volvería su mujer… suerte que no salía de su casa.
Yo la miraba todas las mañanas desde la trastienda, soñoliento, con el pijama y mi madre diciéndome que llegaría tarde a clase. Sentía lástima por el infortunio de ella y la devoción que tenía por el reloj.
Un día me acerqué y le pregunté si ella pensaba al igual que el padre, me dijo que no, pero a veces me juraba que por un momento la veía. Supongo que era su deseo y su modo de superarlo… también me prometía a menudo de que si nadie se lo llevaba, cuando fuera grande lo compraría y se lo devolvería a su papá…a mí se me ponía el corazón en un puño.
 Mis padres maldecían el reloj porque nadie podía permitirse comprar semejante pieza, aunque ya lo habían rebajado en varias ocasiones, peores tiempos habían antes… una tarde entró un extranjero con traje, sombrero y bastón que a mí me pareció un gigante, se había interesado en el reloj, mis padres por poco no dieron saltas de alegría aunque yo me entristecí porque si el reloj desaparecía sabría que ella lloraría y la perdería, era mi única amiga… así que mientras ellos hacían el negocio yo escondí el reloj… imagínate, mis padres no sospecharon de mí y creyeron que en lo que ellos hablaban con el extranjero se lo habían robado, incluso acusaron al extranjero de cómplice…
Si volviese atrás no lo habría hecho.
A partir de entonces lo tuve yo y se lo enseñaba a ella a escondidas, quise dárselo pero lo rechazó y juró que lo compraría por el precio que habían puesto mis padres… fuimos creciendo y nos convertimos en adolescentes y novios.
Entonces a su padre le llegó la hora y con su muerte ella se tendría que marchar, nos queríamos mucho y juramos amor eterno, yo quedé en quedarme en esta tienda y esperarla, ella en regresar un día, comprar el reloj y casarnos…
No te voy a decir que esperé diez años… o quizá si, mis padres  murieron y la tienda pasó a ser mía, con que saqué el reloj pero sin ponerlo en venta. Me he dicho mil veces que aquello fue una chiquillada y que no volvería para así sentirme bien cuando salía con alguna chica, no obstante…
Ninguna, no creo que hayan sido ellas… sino yo, no puedo evitar compararlas y tengo la sensación de que ninguna es tan buena como mi primer amor y que no siento  lo que experimenté la primera vez y que me llenó tanto… tanto he buscado rellenar el vacío tan grande que cada vez se ha hecho mayor el agujero dentro de mí.
Ya me empezaba a convencer que estaba condenado a estar solo para el resto de mi vida cuando llegó de improviso…Miriam.
Miriam, lo pronuncié con tanto júbilo la primera vez que la volví a ver y con tanto desaliento para dejarla… ya me duele decir su nombre, como si fuera una daga que se me clava cada vez lo digo.
Parecía el cuento de hadas, volvió y enseguida hablamos de boda, estar juntos para siempre… compró el reloj….
Pero lo devolvió cuando reconoció que en sí ya no lo necesitaba, que había superado lo de su madre desde hace mucho tiempo y que en realidad lo hizo porque lo prometió… yo no era al que recordaba ni yo vi en ella de la que me había enamorado. Al principio no lo quisimos reconocer y lo intentamos contra viento y marea… pero al final afrontamos la realidad de que aquellos adolescentes estaban muertos y los adultos no nos llamaban.
Ella si había esperado con anhelo y sin olvidarme un solo día… hasta el punto que me idealizó, eso me reveló y yo me sentí fatal por intentar salir con otras y lloriquear aludiendo gran amor.
Supongo que va siendo hora de madurar y de olvidar cuentos de hadas- terminó, jugueteando con el trapo limpio de no haber limpiado nada, ni su corazón.
-Creía que sólo tenía la manía de no encontrar ningún reloj perfecto para mí, por eso no he llevado ninguno, pero creo que también he buscado la chica perfecta y al final no hay ninguna… será que soy demasiado exigente o qué se yo- añadió antes de desaparecer por la trastienda.

Aquel era el momento o nunca.
-Yo al revés, siempre me han parecido todos los chicos que me han gustado perfectos pero que yo no lo merezco, así que  siempre me he callado o he huido de un posible amor, limitándome a contemplarlo-.
Diego se volvió, Cristina no acostumbraba a hablar de sí.
-Ya sé que para ti sólo soy la chica de los cafés y una amiga y nada más y que llevo años delante de ti pero nunca me has visto… a mí tu me gustas, no espera… debe ser que te quiero porque hasta ahora me he conformado con eso, sin embargo quiero más, no me es suficiente, no soy perfecta ni nunca he procurado llamar tu atención pero si yo…-.
-¿Si tú?- quiso saber, mirándome por primera vez fijamente.
-¿Si yo te comprara un reloj te lo pondrías?- pregunté.
Afirmó con la cabeza.
Cristina miró su cartera, no había mucho dinero, la papelería no daba para lujos, así que se paseó delante de los escaparates y escogió uno modesto y discreto, nada que ver con el reloj que en su día trajo Miriam.
Cristina le dio el dinero, él sacó el reloj y se lo puso directamente en la muñeca.
Lo observó detenidamente como a los demás antes de verles algo que no le gustase para él. Había mirado con desdén este antes.
Ahora no consiguió verle nada malo.
El reloj perfecto.
No habían sido los relojes ni las chicas.
Sino él.
No se hallaba a sí mismo.
Ella lo había encontrado en un momento y él llevaba años de búsqueda infructuosa.
-Soy yo el que no te merezco- concluyó antes de darle un beso.
En ese momento entró un cliente preguntando si el magnífico reloj del escaparate estaba en venta.

Diego afirmó entregando con él su vida pasada y quedándose el nuevo con una nueva vida.

Atentamente,

Elena Rojas

viernes, 28 de agosto de 2015

UNA GATA PERRUNA, UNA PERRA GATUNA Y OTRA NORMAL



Buenos días querido lector:


Vamos con otro relato para encarar el viernes con buen humor y tierna compañía. Por todos esos maravillosos animalitos que nos hacen compañía y reír a diario.


Una gata perruna, una perra gatuna y otra normal

Veía, veía, pero no entendía
¿Cómo lo iba a entender?
Aunque sólo tuviese seis meses de vida aquello no le cuadraba.
Mai miraba de un lado para otro como si de un partido de tenis se tratase. Desconcertada.
La perrita garafiano no sabía si acertaría más jugando con la otra perrita o con la gata.
¡Es que estaban intercambiadas!
La gata, aquella cosita menudita de tres kilos era infatigable. No había parado de saltar, subirse a todos lados, jugar con todo y, muy en especial, con las pelotas.
¡Todas!
La grande, la mediana y la pequeña. Con la pesada y la saltarina, con la que estaba colgando y la de colorines.
Pero la perra dormía a pata suelta, las cuatro para ser exactos. Roncaba de pura felicidad y, de vez en cuando, tragaba saliva y se recolocaba las barbas. Haciendo caso omiso de todo.
La gata quería jugar, jugar y jugar. Con los humanos, con la perrita dormilona y con ella (recién llegada hace unas horas). Sin que se le erizara el rabo.
Pero la perrita seguía durmiendo, ignorando a la gata y a la recién llegada (salvo cuando los humanos fueron a acariciarla y ahí si levantó para meter la cabeza a conciencia y que todos los halagos le tocaran a ella).
¡Pero aún había más!
A la hora de la comida la gata se había comido gustosa el plato de pollo con caldo ¡privada! Haciéndole asco al pescado, remilgada. Pero la perra se había comido las sardinas ¡más bien tragado sin masticar ni nada! Y persiguió a la humana para que le diera otra lata entera de sardinas para ella solita.
La perrita garafiano se rascó fuertemente la oreja con su pata trasera mientras seguía mirando a la perra yorkshire enrazada con teckel, por el lomo negra y sus patabas y barriga blanca. Si, tenía una hermosa tripita y el pelo lustroso y brillante. Así que no imaginó que venía del mismo feo y tristón lugar que ella misma.
La gata era pequeñita, pero tenía el pelo también brillante y otra barriguita. Tampoco se imaginó que venía de una finca con muchísimos gatos y el crecimiento se le había parado en los primeros meses por no comer lo suficiente.
Mai le pareció que iba a tener dos compañeras y no sabía muy bien si se iba a acostumbrar a sus rarezas. Pero al acordarse de donde vino movió el rabito y le pareció que aquella casa grande y acogedora con humanos que la acariciaban y un montón de comida por todos lados le podía gustar mucho más.
En el otro sitio estaba en una jaula con dos perros machos más muy pesados. Tierra y charcos. A ambos lados había más jaulas con muchos más perros de todas clases y tamaños. Todos ladraban. A todas horas. Con que dormir era imposible.
Habían humanos fijos allí que les ponían comida y mojaban a diario las jaulas (no sabía para qué, porque ella bebía agua del bebedero y no del suelo). Luego venían también otros humanos semanalmente, pero sacaban a paseo algunos perros y a ella le tocaba menos de lo que le gustaría.
¡Se hacía tan corto el paseo y encima había luego que volver! Ella prefería que se la llevasen con ellos para siempre. Prometía ser buena y dar muchos lametazos, coger la pelota y echarse al pie de ellos; y mordería solo de vez en cuando algún mueble. Además, sólo se subiría a la cama si ellos durmiesen y, antes que se despertaran, se quitaría y no se enterarían.
Pero no, la devolvían y luego veía pasar delante de ellos más humanos que la miraban a ella…y a los otros ¡para llevarse otro más escandalosos y desinquietos! ¡Y machos!
Si luego lo mearían todo…estos humanos no sabían.
Mai dejó sus cavilaciones, la acababan de meter en la bañera y olía a agua y jabón.
¡Porras!

¡¡Si lo que apesta en la casa es el gato y su caja de arena!!

Atentamente,

Elena Rojas

martes, 25 de agosto de 2015

Homenaje al aburrimiento



Buenos días querido lector:


He aquí un homenaje y un guiño a todos aquellos que hacen acopio de fuerza moral y buen humor para ganarle la batalla al aburrimiento y la monotonía que puede llegar a desquiciar y frustrar en aquellos oficios que, por las circunstancias, sólo te queda cumplir y dejar pasar el tiempo cuan lento es en esos momentos exasperantes.
Si, en esos ratos donde ya has contado todas las baldosas del suelo, leído tres libros en una semana, dado incontables vueltas alrededor de un patio o una sala desierta cuando ya el sol cae. Descubrir a compañeros aprendiendo inglés mientras, con la radio pegada a la oreja o hablando para sí mismos.


Las 9:15.
Bostezo.
La guagua viene retrasada dos minutos.
Bostezo.
Hoy el hombre del maletín y suéter a rayas no encontró la plaza para aparcar donde le gusta. Aparcó su coche Volvo más a la izquierda.
Rasco de la oreja derecha.
Hoy las flores de la plaza se empiezan a estropear.
Se recoloca el cinto y el llavero.
Ahí llega la guagua retrasada.
El llavero es la pistola, pero cuelga igual de inofensiva que un llavero. Salvo que las llaves se usan a diario y la pistola nunca.
Allá va el dueño de la tienda que va a abrir, tan gruñón como siempre. Hoy lleva la camisa de los lunes.
Rasco de la oreja izquierda.
Tres…dos…uno.
El avión si es más puntual.
Las 9:17.
Aún queda media hora para el relevo y cambio.
¡Y menos mal que no son las ocho horas seguidas viendo el mismo cuadro de paisaje!
¡Menos mal que para aburrirse menos se va rotando de puertas!
Estiramiento de la pierna izquierda.
Y no poder apoyarse en la puerta, contra. Aquí recto y derecho. Rostro neutro.
Ahí van las dos señoras para su desayuno matutino ¿Qué te apuestas que hoy toca croissant?
Estiramiento de la pierna derecha.
¡Sí! Compraron croissant ¡Lo sabía! Los días que llevan botas extrañamente les da hambre de croissant.
9:19.
Envía mensajito al compañero. Respuesta al mensajito.
“Aburrido”.
¡Ya se sabe! ¡Obvio! Lo de todos los días, aparte de eso, carajo.
“Aburrido”.
Se guarda el móvil ¿Para qué insistir? ¿Para qué preguntar al resto de compañeros? Le pondrían lo misma dichosa palabrita que tenían todos pegado a la boca.
A cincuenta metros se acerca el mozalbete.
¿A que saluda? ¿A que saludaaa?
Saludo del pobre chico, como todos los días. Ahí enfrente, con todo su respeto; imitándolos, admirándolos.
Miró muy sutilmente si había superiores caminando por la zona. Sin moros en la costa.
Respondió al saludo. Reprimiendo una sonrisa, casi cariñosa, casi entrañable.
Empezaba a lloviznar, pero seguro que llovería fuerte a la hora de la salida, sólo para fastidiar.
Pero faltaba algo.
Quizá vendría en la siguiente guagua.
Efectivamente.
Podía divisarla.
No la veía bien pero no había dudas.
Aquella figura con paso ligero, bolso marrón en el brazo izquierdo y gafitas negras de pasta.
Iba en su mundo y con prisas, despistada y mejor para ella. En cuanto cruzase y fuera al otro lado seguro que oiría los berridos de su compañero.
Y….
Ahí estaba.
Su compañero saludándola por el otro lado. A chillido limpio.
Que la joven era tímida pero no sorda, pero quizá su compañero no se lo había planteado. Y luego se preguntaban por qué le daría corte a ella saludarlos.
Normal….lo raro sería que no le diese un infarto.
Espera, espera, ahora vendría la pregunta estrella:
“¿Aburrida, mi niña?”
No, ella no. Ellos sí.
Demasiado educada como para que la joven les devolviera la pregunta, debía estar aburridita de que se la hicieran mientras abría la puerta.
En fin, parte de la rutina; solo un detalle de lo fatigoso y trepidante que era una jornada de guardia.
Bostezo.

Atentamente,

Elena Rojas


lunes, 24 de agosto de 2015

Aldeanos y brujos. El populacho de la Inquisición


Buenas dias querido lector:


Tras consultar con la almohada, vamos a invertir el orden, para no perder el hilo terminamos con esta sección y luego el relato.
Como ya hemos ido viendo y desgranando, sólo nos falta el último capítulo para terminar de conocer a los personajes históricos reales.
En este caso, miraremos a lo que se conocía por los inquisidores como “populacho”. Es decir, el pueblo llano. Un pueblo humilde y campesino en su mayoría, analfabeto y feligreses devotos.
Y en tiempos de Inquisición más les valía pagar el diezmo y cumplir los preceptos como buenos cristianos o corrían riesgo para su integridad física y la honra de la familia.
En esta época es cuando llegó a Zugarramurdi la noticia de la existencia de unos seres temibles llamados brujos (por nuestra querida María de Ximildegui) y, como hemos visto en el artículo anterior, se empezó a señalar a algunos vecinos del pueblo de que practicaban el arte de la brujería.
La primera acusada fue María de Jureteguía, a la cual apodé en la novela como “La Niña Buena” y como se le reconoce en el vídeo (esto es así dado que casi todas las mujeres se llamaban María y costaba distinguirlas dejando sólo sus nombres).
Claramente esta campesina entró en cólera y negó en un primer momento, pero fue tan arrolladora La Francesita y convenció a todo el pueblo que la muchacha se vio prácticamente obligada a confesar para salir lo mejor parada posible.
Así empezó una intricada maraña de acusaciones movidas por el terror y la manipulación entre el propio populacho y la Inquisición.
Se les acusó de ir a aquelarres celebrados en el propio pueblo, fabricar venenos, convertir a cristianos en brujos y enseñarles las artes maléficas, asesinatos de personas...
La lista es inmensa de acusados de brujería (cerca de seis mil nombres). Uno de estos nombres fue Catalina de Lizardi, la que será, en la novela, vital para la historia incluso antes de que comenzara.
De Zugarramurdi, los primeros acusados de brujería fueron:
-María Chipía.
-Miguel de Goiburu.
-Juanes de Goiburu.
-Graciana de Barrenechea.
-La familia Navarcorena.
-María de Yriarte.
-Estevanía de Yriarte.
-Juanes de Sansín.

-Juana de Telechea.

¿Te suena alguno de estos nombres?

Atentamente,

Elena Rojas

domingo, 23 de agosto de 2015

Próximamente.


Buenas tardes querido lector:


Aquí estamos sacando textos del horno, aún están calientes.

Mañana tenemos un simpático relato que os hará reír, y después tendremos el último artículo donde veremos a los últimos personajes que salían en el vídeo. Estará enfocado a ver quienes eran el resto de brujos y aldeanos, de que atrocidades se les acusó y como empezó la maraña de acusaciones sin fin para el "populacho".

Atentamente,

Elena Rojas

La Francesita. El comienzo.



Buenos días querido lector:

He aquí el origen del todo, si, las brujas de Zugarramurdi marcaron el más negro capítulo de la historia de las brujas en el norte de España, implicando hasta el mismo Inquisidor General, o incluso el rey. Pero para entonces la historia estaba muy empezada.

¿pero cómo comenzó si ni siquiera se conocía la palabra "bruja" en aquellos pueblos?



Esta es la historia de la entrañable “La Francesita”. Su nombre real, María de Ximildegui.
Esta chiquilla tenía padres franceses que vivieron en Zugarramurdi hasta que la joven cumplió los dieciséis años, momento en que se trasladan a vivir a Ciboure; un pueblo costero francés situado a tres leguas.
María volvió a Zugarramurdi con veinte años para servir mientras sus padres se quedaron en Ciboure.
Pero vivir cuatro años en el pueblo francés le permitió familiarizarse con algo que era del todo desconocido en los reinos españoles:
¡Brujas!
En Francia estalló la gran persecución contra las brujas. En Ciboure y el pueblo colindante (San Juan de la Luz) hubo una impresionante cacería brujeril instigada por Pierre de Lancre. Tal era el miedo que se tenía a los brujos que la gente se resguardaba por la noche en la Iglesia con vela encendida en mano. Esta gente temía ser llevada al aquelarre.
La propia María de Ximildegui, empezó a pasar noches en casa de una amiga y, después, a acompañarla a divertidos bailes en la playa durante la noche. Cuando se dio cuenta, asistía a asambleas de brujos a la orilla del mar bajo presencia del Demonio (según su testimonio).
Así permaneció durante año y medio hasta la Cuaresma de 1608. En esas fechas la joven decidió volver al Cristianismo y acudió al párroco, el sacerdote Hendaya. Le comunicó al clérigo que tenía miedo de las represalias de las brujas y que durante siete semanas había caído gravemente enferma, a borde de la muerte, debido al dolor y las figuraciones del castigo que le esperaba.
Convencido el sacerdote, pidió al Obispo de Bayona permiso para la absolución de la moza, que fue concedido en julio del mismo año. Así que María fue absuelta y se le dio comunión.
Tras esta experiencia de la cual claramente no fue consciente de la suerte que tuvo de no ser sometida a tortura o quema en la hoguera. Al regresar a Zugarramurdi, empezó a comentar con el populacho sus aventuras y peripecias con las brujas.
Así que la gente empezó a conocer a las brujas y hablar de ellas.
A temerlas.
A ponerles cara de sus vecinos.
A acusarlas.
María de Ximildegui llegó más allá. Empezó a señalar vecinos suyos afirmando que habían participado con ella en aquelarres, fue tal su donaire y encanto, su convicción y viveza; sus detalles en los relatos. Que la creyeron y así fue el comienzo de la etapa brujeril en los reinos españoles que desencadenó una auténtica fiebre y terror, persecución y castigo sin freno ni control.
El Tribunal de Logroño tomó cartas en el asunto y, en vez de acabar con la plaga de brujas se multiplicó y destapó un sinfín de aquelarres;  tal fue el escándalo que llegó al Consejo de la Suprema, interviniendo el mismísimo Inquisidor General:
Bernardo Sandoval y Rojas, protector de Alonso de Salazar de Frías.



Atentamente,


Elena Rojas

 El abogado de las brujas

http://www.casadellibro.com/ebook-el-abogado-de-las-brujasel-inquisidor-ebook/9788460694656/2580161

sábado, 22 de agosto de 2015

Lo que vendrá después. La Francesita. Francia y España.


Buenas tardes querido lector:


Espero que gustara el artículo de esta mañana. Mañana continuaremos comentando, especialmente (como dije) del personaje de "La Francesita", tan clave y especial como ella misma.

Su biografía de esta humilde campesina que se recoge por los documentos inquisitoriales y entrevemos una parte clave y fundamental de la historia que une Francia con España y transporta el miedo y terror.


Y, para el lunes, nos espera un simpático relato que os hará sonreir para empezar los lunes con buena gana.

Atentamente,

Elena Rojas

Tribunal de Logroño. Poco antes de las brujas

Buenos días querido lector:


Como prometí, hablar un poco más de los personajes que salían en los vídeos y despistaban. Al igual que Alonso Salazar de Frías, son todos personajes reales que existieron y participaron en el caso de las brujas de Zugarramurdi.

Miremos ahora a los compañeros de “El abogado de las brujas”. Sus compañeros inquisidores, el fiscal y el secretario. Estos eran:

Alonso de Becerra Holguín: monje de cuarenta ocho años perteneciente a la orden de Alcántara. Fue admitido en dicha orden en la ciudad que lo vio nacer (Cáceres). No obstante, vivió principalmente en Alcántara y Salamanca. Su labor como inquisidor comenzó a sus cuarenta años y, exactamente el 26 de marzo de 1601, entró en el Tribunal de Logroño.

Juan de Valle  Alvarado: clérigo de cincuenta y cinco años cuando entró en el tribunal de Logroño y congenió enseguida con su colega Becerra (lo cual entonces no es de extrañar que discutieran con Salazar). Procedente de Santander, fue párroco y comisario inquisitorial. Tras esto fue secretario del obispo de Burgos durante muchos años y luego del de Valladolid (Juan Bautista de Acevedo); cuando éste ascendió a Inquisidor General en 1603, Valle le acompañó como secretario de cámara y, a la muerte de éste en 1608, se convirtió en el flamante inquisidor justo a tiempo para las brujas de Zugarramurdi.

En cuanto al fiscal, Isidoro de San Vicente, ocupó la plaza vacante que había dejado Juan Laso de la Vega. A sus veintinueve años,  se incorporó en septiembre de 1608 al tribunal. Congenió con sus dos superiores también enseguida.

Por último, el secretario Luis de Huertas y Rojas también tenía veintinueve años cuando llegó a Logroño.
De modo que, si os dais cuenta, el caso de las brujas de Zugarramurdi tuvo la extraña casualidades que se encontró en el Tribunal de Logroño a un equipo recién llegado de todas partes y que no llevaban demasiado tiempo allí. De hecho, el último en incorporarse sería Salazar el 20 de junio de 1609 (con cuarenta cinco años) ya fraguándose la impresionante historia. Rápidamente chocó con sus otros dos colegas por tener un pensamiento adelantado a su época.


¿Cómo sabemos esto? Sus continuas disputas quedaron patentes en los documentos. Al tener los tres inquisidores el mismo rango debían ponerse de acuerdo antes de actuar y sus votos debían ser unánimes. Como no lograban ponerse de acuerdo tenían que enviar continuos requerimientos a la Suprema para poder solventar las desavenencias.



Atentamente,

Elena Rojas

viernes, 21 de agosto de 2015

Artículos al horno. Lo que se avecina.

Buenas tardes querido lector:


Aprovecho para comentarte mientras tengo los textos haciéndose en el horno, empiezan a soltar aroma, ;)

Mañana tendremos por la mañana, en el desayuno, un artículo acerca de los personajes que acompañaron a Salazar en el Tribunal. Tanto sus dos colegas, primer y segundo inquisidor. Como el fiscal y secretario. Una breve biografía de ellos para ver una extraña ironía y guiño del destino; como si se le antojase que fueran ellos y no otros, los que estuviesen en ese Tribunal en ese momento crítico que estalla la epidemia brujeril de las vascongadas.

En otro artículo tendremos el otro lado del extraño caso, el pueblo y sus brujos. Aunque tengo aparte a La Francesita, y seguro que entenderéis por qué. Sin ella no hay nada, ella es el comienzo, causa y consecuencia.

Y como no, continuar con curiosidades históricas, relatos cortos y lo que guste y cueza en el horno. 

Antes de acabar, respondiendo a una pregunta que se me ha hecho en privado, si los relatos cortos hasta ahora publicados tenían alguna relación o eran totalmente independientes:

La respuesta es si y no como el yin y el yan. Fueron cuentos independientes inventados y venidos a la imaginación al azar, pero fueron reunidos como una obra para presentarlos al concurso literario de mi instituto. Maravilloso instituto con entrañables profesores que siempre me apoyaron y me animaron a seguir adelante y que hoy en día aún sigo en contacto con ellos. Son cuentos de una adolescente antes de que fuera a la Universidad a estudiar Historia y conociera a Salazar.



Atentamente,

Elena Rojas

Noche de sirena


Buenos dias querido lector:



Un cuento mientras preparo los siguientes materiales prometidos


Noche de sirena


Me hallaba en mi lúgubre habitación, con tan sólo una estrecha cama y una desvencijada puerta. Mi habitación, mi prisión con una sola ventana, pequeña y vieja, por donde podía ver la cara de la noche:
Su ojo, la luna. Sus pecas, las estrellas. Su oscura tez, el cielo negro. Si abría la ventana me llegaban sus lágrimas, la lluvia, escuchaba sus gritos, los truenos, y también me llegaba su aliento, el gélido viento.
No era una noche agradable, pero sí adecuada.
A mi pequeña prisión le rodeaban pasillos donde reinan las sombras y el frío, salas inmensas y solitarias, donde parecen que aún se oyen los murmullos de los espectadores; camerinos con flores ya marchitas y espejos que reflejan la oscuridad; escenarios donde la madera todavía cruje, como cuando los actores caminan sobre él; y escaleras, de mármol frío y blanco donde resaltan los escalones cuando un resquicio de luz de la luna les llega, en medio de la soberanía de la oscuridad. Así era el teatro por las noches, cuando nadie lo habitaba.
Desde alguna de sus salas, el silencio era desgarrado con violencia  por las zarpas de mi tío, sus gritos de odio atravesaban las paredes con la misma facilidad que un fantasma. Pero el silencio también era roto por las garras de su nieto, hijo de mi primo, sus gritos de ira se alzaban sobre los truenos de la noche enfurecida.
Mi tío era dueño y señor del teatro. El poder que acostumbraba manejar, las órdenes que daba en cada minuto de su vida, la ingente cantidad de dinero que manejaba con sus manos avariciosas, el resto de los trabajadores que trataba como sublevados de su reino… lo habían convertido en un líder de negocios, y por tanto, frío y calculador, ambicioso y déspota: un verdadero tirano. Un tirano alto y corpulento, con el pelo surcado de canas y una expresión dura y frívola en los ojos, su físico imponente le daba aún mayor seguridad, característica de la experiencia ganada con los años. Para todos y aún más para mí era imponente, vencedor y ya nadie se atrevía a ser un rival.
Mi tío odiaba con toda su fuerza al ser que debía tener delante: su nieto. Sin importarle que por sus venas corría la misma sangre.
Su nieto, era el único que no se dejaba intimidar y le plantaba cara, por eso esta noche no parecía distinta de las demás, sus gritos de sus peleas era la música típica del teatro al caer el sol. Pero esa noche no sería otra más, sería su noche, mi noche.
El nieto de mi tío, el hijo de mi primo, había heredado el cuerpo de su padre: era alto aunque no corpulento, de tez morena, pelo castaño intenso y ojos vivaces y cálidos; sus ojos eran un mundo contrario al de los ojos de mi tío. Del padre el cuerpo, de la madre el alma: un  alma llena de humildad, honestidad y bondad, lo que hacía que fuese odioso para su abuelo.
-¡Tenme respeto! ¡Maldito…!-.
-¡¿A qué respeto te refieres?! ¡¿A el que nunca me has tenido?!- le interrumpió, sabiendo lo mucho que le disgustaba a mi tío que alguien le cortara.
-¡Ya no estás bajo mi tutela! ¡Eres mayor de edad así que compórtate como tal y márchate bien lejos de mí! –ordenó con su voz grave y penetrante que encogía a cualquiera.
-¡Exacto! ¡Ya no puedes mangonearme y tratarme como un niño pequeño idiota! ¡No puedes obligarme a irme!- aseguró, soltando toda su rabia en cada palabra.
-¡Ya no vives aquí! ¡Encima que te he comprado una buena casa…!-.
-¡Si! ¡Una buena casa y bien lejos de aquí para no verme! Pero da igual todo lo que hagas e intentes para sacarme de tu vida, porque siempre estaré aquí, cada vez que estrenes una obra yo estaré sentado en una butaca, cada vez que anochezca y tu te quedes aquí, yo estaré, cada vez que celebres una fiesta, yo estaré… ¡y no lo podrás impedir!- aseguró, utilizando cada palabra como un cuchillo que le pones a alguien en el cuello para amenazarle.
-¡¿Y así piensas pasarte tu vida, persiguiendo la mía?! ¡Loco! Acabarás en un psiquiátrico- afirmó mi tío, deleitándose con la idea.
-Puede, pero acabaré sabiendo la verdad, algún día te desquiciaré y te  la arrancaré  de tu boca- aseveró, totalmente dominado por la ira.
-¡No eres más que un niñito desagradecido! ¡¡Podrías haber acabado en orfanato y te acogí!!- le recordó, escupiendo las palabras como si fuera un lamento de haberlo hecho.
-¡¡Sólo lo hiciste para tener una buena imagen!! ¡Es fácil acoger a alguien y meterlo en una de las habitaciones de tu maldito teatro y que allí crezca como le parezca! Ni una mirada, ni una sonrisa, no podías perder ni un minuto en algo tan absurdo como el hijo de tu hijo- le echó en cara, la rabia la derramaba en sus gritos.
-Por favor- empezó mi tío con desprecio, - no te me pongas sentimental, los sentimientos son sólo el cauce de la debilidad y el fracaso. Yo no me relaciono con despojos lloricas, sino con hombres de verdad.- siguió con esa ironía suya fría e hiriente.
-Supongo que esos son los sentimientos de un trozo de hielo en el sitio del corazón. Pero yo ahora no te estoy pidiendo el cariño que nunca me regalaste ni siquiera en un cumpleaños. ¡Sino la verdad!- volvió a exigir.
-Tú me exiges la verdad que tú quieres oír, que es distinta a la verdad real que te la dije desde tus cinco años – le recordó, harto ya de la misma discusión desde hace años.
-¡Y un cuerno! ¡La verdad que tú cuentas es la verdad manipulada por tus manos, para que siempre tenga una imagen intachable tu maldito teatro!- le corrigió, furioso y descargando su rabio impotente que desde mi habitación la sentía y me estremecía.
-¡¿Te importa no decir maldito cada vez que nombras mi teatro?!-.
-Tú sabes mejor que yo que lo digo con razón, nada se escapa a tu vista, nada se hace aquí sin que lo sepas, porque todo lo planeas, todo lo ves, hasta el último rincón, sólo tú conoces cada secreto oscuro de este edificio… y son muchos, que se han de esconder ¿verdad? Más de lo que yo o cualquiera pueda imaginar. Este teatro está maldito porque tú has traído la maldición, pero en la sombra, donde los espectadores no puedan verlo, así has traído la fama y el éxito borrando el resto de los teatros que hay, ¡¿Pero a qué precio?!- le interrogó.
-¡No divagues! Soy un hombre de negocios que convirtió a un montón de ruinas en puro oro. Para tener éxito no hace falta pactar con el diablo- le aseguró, rabioso y enfurecido de que aquel mocoso se atreviera a desafiarle.
-No hace falta pactar con el diablo cuando se es uno ¿y si no hay algo oscuro por qué ninguno de tus subordinados se atreven a mirarte y nunca ríen, y las grandes estrellas hacen lo que tu digas cuando tú lo digas y como tú lo digas?- cuestionó.
-¡Porque todos saben que soy el mejor y ganarán dinero! Y para mandar hay que ser temido, ¡algo que deberías haber aprendido hace tiempo!-.
-¡¿Cómo murieron mis padres?!- interrogó, había oído muchas veces esa pregunta en muchas noches como esta.
-¡No hagas la pregunta que he respondido cada vez que hablamos!- le ordenó, era la única orden que no era obedecida desde hace mucho tiempo, más del que yo pueda recordar.
-¡Y esperas que me crea que murieron en tu teatro por un accidente! Sólo lo ocultas para mantener la fama-.
-¡Yo gobierno sobre las personas, no sobre techos que se desprenden!-.
-¡¿Con lo exigente que eres y dejaste que un techo estuviera en mal estado y se derrumbara?! Si tienes a un equipo de mantenimiento esclavizado y haciéndoles reparar cosas que están nuevas-.
-¡Se acabó! ¡Hoy es noche de sirena!- bramó.
Aquel último grito me heló la sangre y detuvo mi aliento, me paralizó al igual que paralizó a la cara de la noche, dejó de llorar, gritar y echar su gélido aliento. Ella temía esa frase tanto como yo. Pues aquella noche sería la testigo de un secreto más, uno oscuro, un último secreto.
Su nieto no entendió, se dio por vencido y oí sus pasos que se alejaban, en esos pasos oía perfectamente su impotencia y rabia.
Yo sabía que significaba aquello y me di cuenta de que se iba a escapar la poca esperanza que todavía había en este edificio, en mí, porque hace tiempo que dejé de ser persona y me convertí en un objeto más del teatro, oculto en la sombra y olvidados por todos, y como los demás objetos abandonados, testigos de algunos de los secretos. A eso me relegó mi tío, cuando dejé de ser la sobrina de su hermano pequeño muerto y un testigo de la muerte de su hijo y esposa.
Con seis años ya fui encerrada en mi habitación, mi prisión, por aquel entonces no entendí por qué, pero ahora, que han pasado los años y sigue ese recuerdo igual de vivo que cuando lo presencié, comprendo perfectamente de que soy el único punto débil de mi tío, su miedo. Por eso me ha amedrentado desde entonces y asegurado de que no sea capaz ni de mirarle a los ojos. No los veo desde los seis años, pero ellos me persiguen en mis pesadillas, mientras escucho su voz amenazándome y robándome mi voluntad como si sus palabras fuera un veneno que ingiero poco a poco y que cada vez me hace más daño.
Pero esa noche fui inmune a su veneno, tenía que serlo, o acabaría siendo uno letal.
El silencio volvió a ser soberano del teatro, de vez en cuando interrumpido por algún trueno débil. Me dirigí a la puerta, cerrada, hubo un tiempo en que estaba cerrada con llave, porque yo insistía en salir y aún tenías ganas de vivir viva y no muerta, pero dejó de hacerlo cuando vio que yo no era más que un cuerpo vivo con un espíritu muerto. Ahora la puerta estaba cerrada, simplemente cerrada.
Agarré el pomo, estaba frío, lo hice girar y la desvencijada puerta abrió a un mundo que yo conocía pero que no veía largo tiempo.
Oscuridad.
Al principio sólo eso.
Empecé a distinguir en medio de ella un pasillo ancho, tan lúgubre como mi habitación, estaba en la zona baja del teatro, donde no hace falta que esté bello para los espectadores ya que no pasaban por aquí.
Pasos lentos al principio daba, más rápidos después, pasos desesperados ¡Sólo había una oportunidad y dependía de la fortuna que me acompañara esa noche! Dos personas más en el teatro aparte de mí, si encontraba primero al nieto, salvada, si no, volvería a mi prisión o puede que algo peor ocurriese.
Pasillos y más pasillos, alguna sala, cuartos atestados de decorados y disfraces que en sombras son fantasmales. Ningún alma viva. Escaleras, por ellas empecé a subir, un piso, otro… y ningún alma viva.
El miedo me erizaba y me hacía pensar que quizás mi habitación no era un fin tan malo. En mitad de unas escaleras me quedé indecisa.
Yo no encontré al nieto de mi tío.
Pero él a mí si.
-¡Eh! ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?- interrogó un tanto sorprendido, él nunca me había visto ni sabía de mi existencia, como tanto otros.
Formulé una pregunta cuya respuesta conocía.
-¿Víctor? ¿Víctor Suárez, hijo de Carlos Suárez?, - asintió con la cabeza, algo desconfiado al ver una figura delgada y temblorosa con una cara pálida del miedo y de no haber visto el sol.
-¿Quién eres?- preguntó de nuevo.
-Soy Rebeca, -ya se me había olvidado como sonaba mi nombre, nadie lo había pronunciado y yo no lo pronuncié ni una vez en mi estancia en mi habitación. –Rebeca Suárez, hija del hermano pequeño de tu abuelo, mi tío, y tu padre era mi primo, tenía seis años la última vez que lo vi y fue en noche de sirena –le revelé. Siguió sin entender nada. Pero se quedó mirándome un rato y creo que sus inteligentes ojos pudieron ver parte de mi historia.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrada? ¿Y qué es eso de noche de sirena?- quiso saber, acercándose y mirando alrededor, por si mi tío viniera.
-Cuando dejas de darle importancia al tiempo no sabes cuanto de él pasa. Acabé aquí porque mi padre murió junto con mi madre, no supe que les pasó, tampoco pregunté, tenía cuatro años y a los seis dejé de preguntar-. Pero no estoy aquí para hablar de lo mío- mi voz no era más que un susurro temeroso de que fuera escuchado por los oídos de mi tío, su nieto se acercó más para oírme mejor.
-Este teatro guarda secretos, secretos que son la clave del éxito de tu abuelo: trampas, estafas, sobornos, robos, amenazas… a los trabajadores, a los actores, a su rivales de otros teatros… así ha conseguido el monopolio y una numerosa clientela de alto nivel y riqueza y ser él uno más de ellos. Cada vez que ha habido algo que tapar, ha sabido también manejar a policías y de entre sus subordinados están sanguinarios delincuentes que ante él no son más que ovejas asustadas. A la luz de sol es poderoso y a la sombra lo es aún más- le revelé.
-¿Cómo sabes todo eso?- inquirió, no muy sorprendido, no esperaba menos de mi tío.
- Me pasé dos años escuchando y viendo cuando era una niña, a escondidas, por entonces no entendía lo que presenciaba… hasta que una vez vi más de la cuenta y fui descubierta- añadí.
-Tu sabes que le pasó a mis padres- supuso, sus ojos me estaban pidiendo a gritos la verdad a la que él le había dedicado su vida.
-Tu padre empezó a ver los métodos de tu abuelo, no le gustaron e intentó persuadirle de que no le hiciera, los dos negaban, tu abuelo a dejar sus métodos y tu padre a estar callado y aún menos formar parte. Una noche tu padre fue a ver a tu abuelo y le comunicó que iba a denunciarlo, ya sabes que tenía prestigio tu padre como escritor de obras de teatro y él sabía que se le escucharía; por desgracia tu abuelo también lo sabía… decidió que era noche de sirena- relaté.
-Fue el solito quien sentenció su muerte y la de tu madre al contárselo- afirmó mi tío, apareciendo por la esquina de un ancho pasillo y colocándose delante un ventanal donde entraba la luz de la luna, que le daba por detrás y le daba un aspecto fantasmal.
-Ahora es comprensible de que no me quisieras nunca, no querías ni a tu hijo- acusó su nieto, cerrando los puños como si en ellos estuviese el cuello de mi tío.
-No me dejó otra opción, además, le avisé de que si esa noche iba a los periodistas, sería noche de sirena, sabía lo que había pero siguió adelante… lo intentó- rectificó, esbozando una sonrisa cruel.
-Y tú, chiquilla insolente, de nada te habrá servido hablar, además, ¿quién iba a creer a un estropajo como tú?- quiso saber.
-Nadie- admití, bajando la cabeza para no encontrarme a los ojos que tanto temía.
-Tú vas a pagar por todo lo que habrás hecho, mal nacido- bramó furioso, abalanzándose contra su abuelo, pero mi tío era más fuerte y a pesar de tener sus años le hizo frente.
Empezaron a pelear. Los puños rabiosos alcanzaban las caras. Las manos a los cuellos. Mi tío le arrojó contra la ventana.
Cristales rotos volaron.
La luna dejaba destellos en los cristales.
Rojos.
Porque estaban manchados de sangre joven.
Para desagrado de mi tío, el chico no cayó al vacío, se agarró a los cristales que quedaban aún en la ventana y volvió a colocar los pies en el sitio.
Mi tío  apartó la chaqueta del bolsillo trasero de su pantalón, ya había visto ese gesto, y sabía que le seguía.
Antes de darme cuenta mi mano ya estaba en su bolsillo y extraía el objeto que él quería sacar.
Se dio la vuelta, dispuesta a descargar toda su ira en mí.
Quité con mano nerviosa la funda.
-Ningún rey es rey por siempre- declaré mientras la hundía en su vientre y sentía la primera cosa cálida que le perteneciera.
Su sangre.
Al apartar la mano relució a la luz de la luna la empuñadura de la daga.

-Tenía razón… hoy es noche de sirena- reconoció su nieto, observando la empuñadura con forma de sirena.

Atentamente,

Elena Rojas

miércoles, 19 de agosto de 2015

La historia de los Lercaro

Buenos días querido lector

Una historia para comenzar el día:

Apunte, la historia es ficticia, la famila fue real y hoy en día se puede visitar el museo que fue la casa de esta familia noble.


LA HISTORIA DE LOS LERCARO


Cuento esta historia que me contó un anciano de La Laguna, unos de esos hombres que han nacido en su pequeña ciudad, allí han crecido y donde ahora descansan.
 La Laguna es antigua, muy antigua y encierra algunas historias extrañas y siniestras, algunas desde la época en que había conquistadores de todos los rincones del mundo. Muchas de ellas han estado ligadas a las casas de La Laguna, algunas son tan antiguas como la ciudad misma. Unas desmoronadas, otras resisten y unas últimas han sido restauradas para ser Ayuntamientos, colegios o museos de La Laguna y contar fragmentos de todo lo que ha sido testigo silencioso de esta ciudad.
Pero aunque ya ha pasado tiempo y la ciudad con sus casas se hallan cambiado lentamente, no ha impedido ni impedirá que las casa sigan estando liadas a esas historias que no se cuentan a los turistas cuando visitan La Laguna, ni siquiera a los jóvenes residentes.
Para ser recordadas por unos pocos e ignoradas por la mayoría.
Voy a contar una de tantas y una cosa aviso antes de empezar: esta que vas a leer no ha sido ni la más insólita ni la menos olvidada.

Esta es la historia de los Lercaro.
Ésta ocurrió en una casa que ahora es museo y la puedes visitar...
Empieza imaginando una casa de las de antes, que tenía un patio y alrededor todas las habitaciones. El patio es de piedra y en su centro hay un pozo como en tantas otras, ahora hay plantas y flores que lo alegran, quizá con la misma viveza que en su tiempo. Mientras las habitaciones son grandes, con suelos de madera y paredes de piedra. Ahora cada habitación muestra determinados objetos de nuestra historia, pero antes eran ocupadas por los muebles de la familia Lercaro.
Los Lercaro, una familia genovesa de comerciantes que vinieron a esta pequeña ciudad en el siglo XVI, tras la conquista, si… esta también es una historia casi tan antigua como La Laguna.
Los Lercaro, al ser comerciantes manejaban el suficiente dinero como para construirse esta casa que en su momento fue una gran mansión. Todavía hoy, para muchos, esta casa es más grande de la que puedo tener  yo o tú. Si ya te las has imaginado, seguiré con el relato.
Mientras  Isabel la Católica había muerto y le sucedía su hija Juana I de Castilla, aquí, en esta ciudad, era no más que un bebé recibiendo a su primeras gentes que venían de España y Europa para disfrutar de nueva tierra conquistada donde poder tener mejor vida en una gran casa. Como fue el caso de los Lercaro.
Una familia adinerada no muy distinta de cualquier otra: el señor y la señora Lercaro: elegantes, poderosos y muy pendientes de la burguesía y la nobleza. Con sus hijos, que eran cuatro: el primogénito Damián, alto y atractivo, decidido a ser igual y más poderoso que su padre y llevar el nombre de la familia a la gloria. Norma, la segunda hija, bien instruida para buscar buen marido, cuyas estrategias eran las palabras y perfumes dulces, ya que su físico no colaboraba. Marco, el tercero, deseoso de haber sido primero para poder ser el favorito del padre y llevar la casa cuando éste no estuviera, no poseía la misma suerte en atractivo que su hermano. Y por último, Isabel, la benjamín, y quizá por ser la menor y tener que esperar a que se casase su hermana, Dios la dotó con más gracia y belleza. Ésta era la familia Lercaro que vino a vivir en esta ciudad.
 Ahora te voy a contar que puede pasarle a una familia si se deja llevar por la cruel sociedad, con sus tradiciones y reglas, y por la pasión desenfrenada, con sentimientos incontrolados que pueden volver a una persona loca o libre.
Quiso el destino que en estos parajes, además de esta familia burguesa, hubiese a su alrededor otra con que competir, los Berardi, y una familia noble de por medio, los Losantos. Junto con la gente humilde para servirlos como solía pasar.
Comencemos con Marco, cuyo corazón estaba dividido, una mitad para envidiar a su hermano y la otra para palpitar por Inés, la hija mayor de la familia noble, a quien solía espiar cuando daba paseos con su madre por las calles de La Laguna, algunas veces lo hacía desde la ventana, otras, salía y las perseguía de lejos. Motivo por el cual muchas veces llegaba tarde a almorzar. -Tarde otra vez, hijo ¿te parece propio que un chico de tu clase no llegue puntual a almorzar? ¿Qué excusas traes esta vez?- solía preguntar irritado su padre. Marco siempre daba alguna.
Sin embargo, Damián no iba en particular tras de ninguna, aprovechaba su buen ver para conquistar a una moza cuando le apetecía, con que la actitud de su hermano también le irritaba. A él sólo le preocupaba su herencia.
En cuanto a las hijas, Norma moría por casarse, pues ya empezaba a estar madura, deseaba mucho poder disfrutar de un hombre que la halagase con ricos vestidos y joyas, como hacía su padre con su madre. Y si Norma se moría de ganas, piensa en la desilusionada Isabel, viendo como su hermana no le aparecía siquiera un novio ¿cuándo le tocaría a ella?
En un día a la hora de almorzar en que Marco llegaba tarde una vez más, no pasaría la acostumbrada monotonía.
-Hijos míos, prestad atención, ya que por fin Marco se dignó a honrarnos con su visita- puntualizó el padre.
-Padre, no empiece usted otra vez, por favor, insiste tanto en las reglas de la nobleza… y nosotros no somos nobles- le recordó, hastiado.
-Si somos más inteligentes y rápidos que los Berardi, pronto lo seremos, así que en un futuro próximo espero que empieces a variar tus costumbres- advirtió.
-Padre ¿qué es eso que pronto lo seremos?- preguntó Norma, con una esperanza.
- Los Losantos llevan tiempo disimulando, pero ya están al borde de la ruina y no quieren perder su vida lujosa, por tanto hará un acuerdo con una de las familias, o los Berardi, o nosotros, escogerán a la que vean con mejor fama y riqueza, por supuesto- añadió.
-Vuestro padre ha pensado que tú, Damián, al ser primogénito al igual que Inés, su hija mayor, eres perfecto, pues los Berardi tienen una primogénita y tres hijas más antes de tener el primer varón, que no es más que un chiquillo de quince años- intervino la señora Lercaro.
-¡Eso no puede ser!- bramó Marco, enfurecido, dando un puñetazo en la mesa, pues él siempre fue muy impulsivo y puede que eso ayudara a lo que vino después.
-No cuestiones mis decisiones, ni siguieres eres el mayor para tener la posibilidad de tener en cuenta tus palabras. Limítate a obedecer y ser motivo de orgullo de esta familia. Tu hermano está más capacitado y debe ser el que se case con Inés.
-Pero si es incapaz de amar a nadie- insistió Marco.
-Eso no es verdad, hermano, yo quiero y deseo cuidar de esta familia y para hacerlo asumo el deber de casarme con Inés, a la que amaré como esposa- se defendió con vehemencia.
-Escucha y aprende de tu hermano, así es como debe ser un hijo- le reprochó su padre.
Marco calló su ira, se levantó de su mesa y marchó a su cuarto. Su padre le dejó.
-Padre ¿y su hijo Francisco? Es el segundo, podría casarse conmigo- propuso Norma, ansiosa, siempre había observado a ese hombre, era guapo y fuerte, le gustaban mucho las mujeres jóvenes y hermosas y frecuentaba con ellas. Se sabía también que era violento.
-Lo primero es dar hombre a su primogénita, podríamos proponerlo- consideró su padre, ambicioso por un título de la nobleza.
-Entonces hagamos un banquete e invitemos a los Losantos, hija, tú me acompañarás mañana para comprar los mejores atavíos y por la tarde que las sirvientas te dejen deslumbrante. Tú, Isabel, puedes acompañarnos- dijo su madre.
Al día siguiente mientras en la casa las criadas fregaban, limpiaban y pulían para que todo estuviese reluciente en la casa de los Lercaro. Padre e hijo mayor hablaban de lo que convenía, Marcos seguía encerrado en su habitación y la madre con sus dos hijas iban a comprar.
Isabel iba indiferente a los nervios de su hermana y madre, estaba acostumbrada a que las cosas no le afectase a ella por ser la menor. Después de varias horas viendo a su hermana enfundada en todos los vestidos que en la ciudad existiese y su madre intentar ver cual disimulaba mejor su cuerpo no agraciado, Isabel se iba distanciando poco a poco hasta llegar a un puesto de flores.
Ensimismada en ellas no vio acercarse al mozo.
-Veo a una flor mirando a otras-. Isabel se asustó al ver junto a ella a un buen mozo vestido de soldado que la miraba fijamente. –Perdón si la he asustado, señorita-.
-No se disculpe caballero, soy yo que estaba absorta- respondió Isabel, bajando la cabeza y sumisa, como la habían enseñado a ser.
-¿Caballero? No señorita, más quisiera para poder pretenderos, no soy más que un soldado, Antonio Landi- .
-Isabel Lercaro- se presentó ella.
-He oído hablar de vuestra familia, yo vengo a servir a los Losantos como guardia personal-
-Entonces quizá venga a nuestra cena, esta noche son nuestros huéspedes- comentó ella, tímida.
-Entonces me consideraré afortunado de poder verla de nuevo- concluyó el hombre.
-¡Isabel! Ven aquí, vamos, tu hermana ya ha elegido vestido- le apremió la madre.
-Discúlpeme- y se alejó presurosa.
-¿Qué hacías hablando con un simple soldado? Si fuera al menos un oficial  - estimó su madre.
-Perdóneme madre, va a ser el nuevo guardia personal de los Losantos- contestó ella.
-Querrás decir nuestro nuevo guardia personal- le corrigió su hermana, deseosa.

Por la tarde, Norma era arreglada por las criadas con esmero bajo las exigencias de la madre, que a la vez le daba consejos a la hija para conquistar a un hombre.
-Estar bella siempre para él y sumisa, si hablas es para halagarle, cuida bien tu maquillaje y procura estar bien perfumada, al bailar con elegancia y que te lleve él, accede a lo que te pida… mientras tú, Isabel, viste bien pero discreta, no debes llamar la atención,  habla sólo con las hijas de Losantos, que vean lo bien educada que estás, procura no hablar demasiado- ordenó dirigiéndose a su hija, ella asintió sin escuchar, pues llevaba todo el día escuchando las palabras de un simple soldado quien inesperadamente le habían llenado su corazón.
Con la entrada de la noche, la impoluta casa relució bajo los farolillos en el patio, ocupado con la mejor mesa y sillas, sobre la mesa estaba depositada la reluciente vajilla de porcelana y sobre la fresca hierba y flores, los músicos con sus instrumentos de madera brillante.
 Una velada perfecta y preparada hasta el último detalle.
Los Losantos comieron a gusto las carnes más caras acompañadas del mejor vino, junto con las palabras zalameras del señor y la señora Lercaro.
-Una cena exquisita, si me permitís, tomaré más vino- pidió el cabeza de familia, el señor Lercaro asintió y miró a Isabel ordenándole  con el gesto que le acercara el vino.
-Gracias jovenzuela, buena muchacha tiene, me recuerda a mi Inés a su edad- opinó el hombre, disfrutando del vino.
-Nada me halaga más- asintió el señor Lercaro, complacido, Francisco también estaba complacido con ella.
-Acercarme a mi también el vino, linda muchacha- pidió alzando la copa, Isabel se aproximó para acercarle el vino mientras él aprovechaba para devorarla con sus encaprichados ojos. Detalle que no se escapó a la experta madre ni a su hija dolorida Norma. Tampoco al soldado Antonio, junto a los músicos.
-Entonces ¿qué le parece mi hijo Damián para su adorable hija?- preguntó el señor Lercaro, Damián se levantó y se dirigió con cortesía al padre y madre Losantos.
-Sería para mí un honor poder desposar a vuestra hermosa hija y complacerla en sus deseos y ser humilde servidor entonces de mi nueva familia- dijo. Tanto el padre como la madre les gustó el porte del muchacho como su seguridad, sería un buen cabeza de familia.
-Sea pues entonces- asintió el señor Losantos. Inés se ruborizó, impresionada por el guapo chico que ni se daba cuenta del otro hermano.
-Dejemos entonces que los muchachos se diviertan y bailen- propuso el señor Lercaro, contento.
Damián sacó a bailar a Inés bajo la envidiosa mirada de su hermano, que se vio en la obligación de sacar a bailar a la hermana de Inés, no más que una niña.
-Francisco, baila con Norma, es la hija mayor de nuestros anfitriones- propuso su madre, Francisco obedeció, disimulando su desagrado al verla.
Isabel se quedó junto con los otros dos hijos de los Losantos, demasiado vino ya como para bailar.
-Isabel, acércate a la cocina y pide a la sirvienta que se lleve las copas de vino y traiga unos licores- le ordenó su padre. Isabel asintió y obedeció.
Entró en la cocina y se asustó al ver un hombre y no a la sirvienta, tirando a su paso una de las copas que estaban ya preparadas.
-Perdone señorita, ya la he asustado dos veces hoy- se disculpó Antonio, ayudándola a recoger,   sólo venía a por un poco de agua, no tengo la suerte  de estar sentado al lado de una linda joven  -piropeó, Isabel se ruborizó y bajó la cabeza.
-¿Por qué agacha la cabeza, señorita? Así no puedo verle esos ojos tan bonitos- preguntó, terminando de  recoger los cristales.
-No se debe mirar a un hombre- respondió cogiendo las copas de licor.
-Pues a mí me gusta que me mires y que me hables- confesó, alcanzándole la botella de licor.
Isabel se quedó mirándole tímidamente y él también a ella. Isabel empezó a perder la timidez.
-Creía que se debía de temer a un hombre- opinó, sirviendo licor en las copas.
-Sería incapaz de asustar a un ángel, yo procuraría hacerla reír-, a Isabel le empezaba a gustar bastante esa otra manera de vivir.
-¿Así se conocen los humildes?- preguntó.
-Así lo hacen los enamorados- le contestó él.
Antes de que se diera cuenta, Isabel tocaba sus labios con los suyos, los retiró.
-Perdón por mi atrevimiento- se disculpó dándose la vuelta llevándose en una bandeja los licores.
-Entonces perdone señorita el mío- pidió, besándola dulcemente.
-Isabel, has tardado- objetó su padre.
-Perdone padre, no encontraba a la sirvienta - se disculpó volviéndose a sentar.
-Sería una lástima que en esta hermosa velada la muchacha no bailase ¿puedo sacarla a bailar?- preguntó Francisco, dejando a Norma, contrariada.
-Por supuesto, buen mozo, hacedlo, Norma debe estar cansada- aprobó el padre, dándose cuenta. –Seguid bailando, que son jóvenes, nosotros iremos junto a la chimenea, empieza a hacer fresco- propuso el señor Lercaro al señor y señora Losantos, ellos asintieron y se retiraron.
-Es verdad que hace un poco de fresco ¿no tiene frío? Puede pegarse más- invitó Francisco, al poco rato de estar bailando.
-No, gracias, no tengo frío. Estoy algo exhausta, será mejor que me retire y le deje con Norma- opinó ella, deseosa de marcharse.
-Entonces le acompañaré primero, además, su hermano mayor fue a enseñar a Inés vuestra sala de cuadros familiares, podría enseñármelo un momento- propuso, Isabel asintió resignada. Fueron a la sala.
-Deben haberse marchado ya- observó Francisco al no ver a nadie, ojeando sin prisa.
-Si me permite me retiro y le dejo para que se esté el tiempo que quiera- comentó Isabel, empezando a dirigirse a la puerta.
-No, muchacha, presentádmelos- le animó él, mirándola fijamente, Isabel bajó aún más la vista.
-Esa es mi abuela, se llamaba también Isabel- empezó.
-Y ha heredado usted algo más que su nombre, su belleza- opinó, situándose detrás y poniendo sus manos sobre sus hombros y empezando a deslizarlas.
-Será mejor que me marche- dijo incómoda y dirigiéndose a la puerta, éste la detuvo y empezó a forzarla.
-Mi señor, vuestro padre os llama, es algo importante- interrumpió Antonio, abriendo de golpe la puerta. Francisco lo miró con odio y salió, Antonio lo tuvo que seguir pero antes de marcharse le susurró a ella -enciérrate en tu habitación-.
Isabel corrió a su habitación y cerró la puerta con llave, para su sorpresa, Marco estaba ahí.
-Marco, hermano ¿qué haces aquí?- le preguntó, arreglándose.
-¿Los oyes? Y él no la ama- contestó, irascible y con los puños crispados.
Isabel los oyó, manteniendo relaciones en la habitación contigua.
-Cálmate, hermano- suplicó.
-No, no me calmo, y tú serás como las otras, sólo miran a los guapos- chilló, girando la llave y saliendo de la habitación.
 Allí se quedó, hasta que su madre la fue a buscar.
-Hija abre, deberías haber bajado para haberte despedido de los Losantos- opinó su madre.
-Perdone madre, estaba indispuesta- contestó, abriendo la puerta.
-Bajemos hija, tenemos que hablar junto con los demás- le ordenó su madre. Ambas bajaron.
-Muy bien, hijos míos, lo hemos conseguido, cuando se celebren las bodas, seremos de la nobleza- anunció el señor Lercaro, satisfecho.
-¿Las bodas? Entonces ¿me caso con Francisco?- preguntó Norma, esperanzada.
-Se lo propusimos a su padre y luego a él, pero el muchacho dijo que sólo se casaría con Isabel, así que accedimos- respondió el padre, frío.
-¡¿Qué?! ¡No puede! ¡Yo soy la mayor!- vociferó Norma, furiosa.
-Si así somos parte de ellos, así será y tú ya te casarás con otro- sentenció el padre.
Isabel estaba aterrorizada.
-Padre, me da miedo ese hombre- suplicó Isabel.
-¡Ella no quiere! ¡Yo si!- gritó Norma.
-El miedo lleva al respeto, te casarás con él- respondió el padre, impasible.
-Madre, intentó forzarme- exclamó Isabel, suplicante.
-Viene de una familia noble, no haría eso, además, a partir de ahora, al ser tu esposo, tendrás que acceder- le advirtió su madre.
-¡Yo quiero a Francisco!- siguió gritando Norma.
-¡Y yo a Antonio!- gritó también a Isabel, acto seguido se tapó la boca. Su padre la miró confuso.
-Es el guardia personal de los Losantos- contestó su mujer.
-¡Niña estúpida! Te casarás con Francisco y se acabó, retiraros todos a los dormitorios- ordenó el padre, saliendo con su mujer.
Las hijas también salieron.

-Hermano, tú no la amas- le detuvo Marco.
- Espera a que una de sus hermanas crezca un poco para ti- contestó con desprecio.
-¡Eso no es amor!-.
-Deja de soñar a partir de ahora con ella, es mía- le atajó, dirigiéndose a la cocina para beber agua.
-¡Todo es tuyo! El afecto de nuestro padre, la herencia, el buen físico, las mujeres, hasta la que yo amo.  Aunque te cases con ella seguirás con otras- bramó, persiguiéndolo.
-Pues asúmelo- le espetó. Empezaron a luchar, Damián apartó de a su hermano de un empujón, él perdió equilibrio, dio unos pasos atrás y cayó sobre el fogón, ardiendo. Su hermano intentó sacarle, pero cuando lo consiguió y apagó las llamas del cuerpo de Marco, fue tarde.

-¡Yo tenía que haber sido la primera en casarme!- gritó Norma, en el patio, donde estaba su hermana.
-¡Quédatelo! Me voy- anunció, caminado hacía la salida.
-¿Adónde vas?-.
-Junto con Antonio, me voy con él a cualquier parte- gritó.
-¡No! No puedes, no puedes marcharte, deshonrarás a nuestra familia ¡cásate con Francisco! -.
- Jamás, sólo me casaré con Antonio-.
-Despierta hermana, sólo te quiere igual que Francisco, luego perderá el interés-.
-No, me ama y voy con él-, su hermana se interpuso.
-Sabes que no puedes y padre no te dejará- bramó Norma.
-Pues si no puedo estar con él, con nadie, no entregaré mi corazón a nadie más- decidió Isabel.
-Tampoco podrás, una mujer debe casarse y si te niegas se romperá el acuerdo y serás la vergüenza de los Lercaro- negó Norma, cogiendo a su hermana y zarandeándola.
-Tú que tienes la oportunidad que a mi me falta, cásate- suplicó.
-¡No estoy enamorada de él!- se negó, desprendiéndose de ella.
-Para casarse no es necesario- le recordó, -si no lo haces con él, ningún otro hombre lo hará- siguió Norma, desesperada por hacerla entrar en razón. –Que daría yo por estar en tu lugar- siguió desconsolada.
-No quiero a  otro que a Antonio, vendrá a buscarme y nos casaremos- aseguró.
-Mi pobre hermana, y aunque él quisiera no le dejarían, padre le mataría- exclamó Norma.
Isabel afirmó, serenándose, su hermana suspiró al ver que por fin había entendido, -tienes razón, nosotros que supuestamente somos libres y los pobres no, somos más esclavos que ellos, y yo quiero libertad, pero no puedo tenerla… no lo soporto, así que adiós querida hermana- se despidió.
-¡No lo hagas! Otro hombre te ocupará el corazón, dale una oportunidad a Francisco, verás como te hace olvidar Antonio- suplicó Norma, agarrando a Isabel para que no se tirara por el pozo.
Pero lo consiguió.
En ese momento irrumpía en el patio Antonio.
-¿Dónde está tu hermana? Voy a llevármela antes que Francisco se case con ella- anunció.
-Vete muchacho y huye. Que por lo menos uno se libre de la desgracia. Ella ahora es libre- respondió Norma, señalando al pozo mientras veía por detrás de Antonio a su hermano mayor sosteniendo al cuerpo de Marco ya sin vida. -Vete, que padre no te encuentre o hallarás también la muerte- le apremió, llorando.

Ahora, siglos después, no hay rastro de lo que aconteció allá en el siglo  XVI, la casa es ahora museo restaurado, con un agradable patio con su pozo… que por la noche hay quienes dicen que aún se puede escuchar a Isabel en el pozo. Hay quien incluso dice que la ha visto. Yo, particularmente, no me he atrevido a ir por la noche a comprobarlo.   Creo que no sería capaz de aguantar sus sufridos llantos. Hay también quien dice que por la noche huele a carne quemada y ve fulgores en la cocina. Yo no me atrevo entrar ahí ni de día.                                                        
Ésta es una de las historias que oculta La Laguna. Ésta ha ocurrido en una de sus casas.

Hay muchas casas más que detrás de sus puertas se esconde algo más que polvo viejo y aire rancio.

Atentamente,

Elena Rojas