La biografía que prometí de un hombre excepcional con una vida excepcional
Alonso de Salazar Frías: nació en Burgos, en 1564, en una familia con trece hermanos.
Su padre era abogado y ejercía en Burgos propiamente; mientras que su madre era hija natural de un arcediano de la Catedral de la dicha ciudad y de una noble de Valladolid. Con que Alonso pertenecía a una estirpe de linaje.
A los veinte años obtuvo el grado de bachiller en Derecho Canónico y, en 1588, la licenciatura en Sigüenza. Ese mismo año se ordenó sacerdote y se puso al servicio del obispo de Jaén (don Francisco Sarmiento Mendoza). En 1590 era canónigo y, en 1595, albacea. Era el visitador general del obispo, con que, como las propias palabras de Salazar en su autobiografía:
“No había iglesia ni pila bautismal que no hubiera visitado”.
Su superior en Jaén pasó a ser Bernardo de Sandoval y Rojas (sobrino del Duque de Lerma, el valido de Felipe III). Este se convirtió en Inquisidor General y también en el Protector de Salazar, quien le nombró Agente y Procurador General de los Obispos Castellanos en Madrid.
Tuvo un pleito con el arzobispo de Granada, el cual ganó en dos años y, el Nuncio Papal, pudo comprobar su eficacia y perseverancia, maravillado.
Salazar ya demostraba no ser un hombre cualquiera ni permitir que ganase la injusticia.
Como si ya no fuera una meteórica carrera por parte de nuestro protagonista, ocupó el Tercer puesto de Inquisidor en el Tribunal de Logroño el 20 de junio de 1609. Su gran ambición cumplida:
Ser inquisidor.
Clave de su vida que le permitiría marcar un hito en la historia y cambiar el mecanismo de la Santa Inquisición Española.
Gustaba siempre de estudiar las propuestas y consultar los archivos y pruebas documentales antes de emitir un juicio.
Don Pedro del Castillo, obispo de Calahorra, le recordaría como uno de los eclesiásticos más brillantes de la Corte, querido y respetado, actuando siempre con decoro y tacto.
No pensemos que tras la experiencia de Logroño se detuvo, siguió con su labor infatigable de luchar contra la injusticia.
Fue a Granada pero regresó al Tribunal de Logroño, hasta 1618 que fue trasladado al de Murcia pero cuatro años más tarde regresa a Logroño como Inquisidor Mayor.
En 1628 fue ascendido a Fiscal de La Suprema y, en 1931, Consejero de La Suprema. Desde este puesto siempre alzó su voz contra lo que consideraba injusto y el paso de los años no mermaba sus fuerzas.
En 1632 denuncia al Inquisidor General por prometer cargos que aún no tenía vacantes y tuvo la osadía de escribir al mismísimo Felipe IV.
En 1635 fallece Salazar, en este año también moriría el Duque de Lerma y Lope de Vega.
Hoy volveremos la cabeza atrás en la historia para recordar aquellos hechos que hoy no nos sentimos orgullosos por eso y quizás esa es la razón precisa por la que hay que refrescarlo. En artículos anteriores hemos viajado un poco más lejos para ver como era utilizada la brujería en países no europeos (como la India o Nueva Guinea) y; como no de la conocida Leyenda Negra de la Inquisición Española y su persecución contra los herejes. Si bien España se ha llevado la "mala fama", sabemos que países europeos como Alemania y Francia para nada se quedaron atrás en su persecución y su lista negra de gente inocente quemada en la hoguera.
Pero hoy nos vamos a parar en un país vecino cuya historia y conteo final no quedó tampoco atrás, especialmente unida a España, también tuvo una inquisición con una característica especial: se denominó Inquisición Portuguesa, independiente de Roma, siendo los dos únicos países que gozaron de este privilegio. Esta institución mandó a la hoguera cerca de 1183 y promulgó alrededor de 30000 sentencias, cifras escalofriantes si pensamos que estuvo en vigencia de 1536 a 1821.
Pero incluso antes de esto ya hubo emboscadas, bautizos forzosos, persecuciones masivas y masacres contra unos herejes muy especiales: los judíos.
Recordemos que los judíos fueron expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492 y muchos se refugiaron en el reino vecino, lo cual le vino de perlas ya que les cobraba impuestos a este pueblo conocido por su habilidad con los negocios, tanto fue así que cuando Isabel (hija de los Reyes Católicos) le exige a su marido el Rey Manuel que expulse a los judíos de Portugal, el monarca sabía que sería la ruina para sus arcas.
De modo que dio lugar a un terrible suceso, el 5 de diciembre de 1506 se ordena la expulsión de los judíos y se prepara en el puerto de Lisboa su salida por una flota de barcos. Aproximadamente unas 20000 personas se reúnen en el puerto esperando los barcos que nunca llegarían pues el rey no les dejaría salir con su dinero.
Primeros, se cogieron a los niños a la fuerza arrancándolos de sus familias para entregárselos a los cristianos, luego desde las torres, los monjes lanzaron agua bendita mientras los judíos eran arrastrados a pilas bautismales para convertirlos a la fuerza y, de esta manera, acabar con el judaísmo en Portugal.
Si, se acabó el problema judío, pero empezó otro: el marranismo. Judíos convertidos conocidos como "cristianos nuevos" perseguidos por los "cristianos viejos" que les acusaban de herejes y de no practicar la fe católica. Tal era la tensión que desencadenó otro hecho más terrible aún:
En ese mismo año, en Lisboa se extendió la peste y la gente se agolpaba a las puertas de la iglesia, en la Iglesia de Santo Domingo se creyó ver una cruz iluminada, que los cristianos viejos interpretaron de milagro, uno de los cristianos nuevos alegó que le daba la luz de una ventana, lo que desató la inmediata cólera y, al grito de herejía, se empezó a perseguir a todos los judíos convertidos a la fuerza. Los cristianos viejos alentados por los curas persiguieron, apalearon, quemaron y mataron a hombres, mujeres y niños...cerca de 3000 personas en un día.
Cuando el rey Manuel se enteró de lo ocurrido sentenció a muerto a 45 personas incluyendo dos dominicos y poco después se establece la Inquisición que continuaría la persecusión de todo aquel judío que practicara sus ritos a escondidas.
Una vez un compañero de facultar lanzó una sabia pregunta a la clase mientras veíamos la expulsión de los judíos a lo largo de la historia: ¿por qué siempre los judíos acaban siendo expulsados de todos lados? Fue contestada la pregunta: lejos de ser motivo religioso o ideológico la razón última, era puramente interés económico. Su fama de buenos negociantes y mercaderes, muchas veces era el único filón de oro de los que podían tirar los reyes para llenar sus arcas que ellos habían sido incapaces a la gente del propio reino no habían sabido hacer dinero con la misma habilidad que ellos. Como prueba tenemos siempre como requisitos de las expulsiones que los judíos debían dejar sus bienes y dineros antes de marcharse y, de quedarse, debían pagar tributos.
Ellos se cerraban, él los abría. Pero sus ojos se volvían a cerrar, somnolientos, al compás de sus bostezos.
Ellas aflojaban las bridas, él las apretaba. Pero las adormecidas manos, las volvían a soltar.
Salazar abrió los ojos de nuevo y agarró con fuerza las riendas.
¡Dichoso sueño! ¡Ni que fuera de noche!
El recién licenciado de Derecho Canónico miró atrás, a los lados y en frente, pero no veía el solitario camino por el que andaba, pues estaba oscuro.
Era de noche.
El sol se había despedido de él mientras dormitaba. Miró al firmamento, ahora sólo había estrellas intensas, como perlas radiantes, en océanos de azul marino y la hermana pequeña del sol: la luna.
Suspiró, resignado.
Detuvo a su fiel y dócil yegua. Se apartó del camino y ató a un sauce al animal. La acarició dulcemente y cogió una pequeña manta para dormir unas horas, las imprescindibles. Pensaba ponerse en marcha con el primer tímido rayo del sol.
Se acurrucó al viejo tronco y cerró los ojos.
Apacible noche.
Ese fue su último pensamiento antes de quedarse profundamente dormido.
Un repentino remolino, un violento viento le arrancó despiadadamente la manta.
Contrariado, se levantó y recuperó la manta. Miró al cielo, seguía despejado.
No entendía de donde había salido aquella ráfaga de viento. Se volvió a acurrucar y echó un vistazo a la yegua, que resoplaba intranquila.
Observaba algo fijamente en la copa del sauce.
Salazar levantó la cabeza y atisbó un cuervo en una rama.
¿Pero de dónde había salido si no estaba? ¿Vino con el remolino de viento?
Bah, tonterías…
Salazar se dio la vuelta apartando cualquier pensamiento estúpido de su mente y cerró los ojos, cansado.
Un graznido.
Se tapó la cabeza con la manta.
Otro graznido.
Y otro, y otro más. Aquel pájaro mal agüero no se callaba.
Irritado, Salazar se levantó para espantarlo. Gritó e hizo aspavientos para asustarlo.
Pero ahí estaba el cuervo, tan tranquilo, de hecho parecía mirarlo con burla, con unos ojos astutos. Voló y se posó en una rama más cercana, como si quiera escudriñarlo mejor con aquellos ojos saltones y sarcásticos.
-Ahora verás-musitó Salazar, cogiendo una piedra del suelo y lanzándola contra el ave.
¡Zas! Pasó muy cerca…pero el cuervo ni se inmutó.
Salazar se quedó pasmado, aquello no era normal. El cuervo le siguió escudriñando con sus ojos astutos, era como si le mirase otro humano.
-Está bien, compartiremos el árbol- se rindió. No iba a dejarse asustar por el ave. Él no creía en absurdas supersticiones pueblerinas. Él sólo creía en Dios.
Cogió la manta y se volvió a acomodar en el tronco del sauce. La verdad es que esperaba oír de nuevo los molestos graznidos.
Pero no, sólo el silencio llenaba sus oídos. Feliz, se dispuso a dormir.
Sin embargo, empezó a removerse debajo de la manta, intranquilo. El sueño y el cansancio le abandonaron de golpe, se puso muy nervioso y no entendía por qué. En vano trató de relajarse respirando hondo. Tenía una sensación extraña, como si una vieja malhumorada lo azuzara con un bastón. Intentó desquitarse de la cabeza esa estúpida idea.
Pero era imposible.
Se quitó la manta de un manotazo, levantándose de un salto y dispuesto a coger a la yegua para alejarse de aquel lugar siniestro.
-¡Esto es el colmo!- farfulló iracundo, al ver la escena.
El cuervo estaba en la grupa. Yegua y cuervo se miraban el uno al otro fijamente, como si se hablaran a través de los ojos.
-¡Fuera, bichejo!-gritó, acercándose muy enfurecido.
Una vez más, el cuervo ni se inmutó. Estupefacto, Salazar se quedó enfrente de la grupa, muy cerca del ave y mirándolo fijamente. El cuervo le sostuvo la mirada con sus ojos astutos.
Salazar necesitó dar un manotazo para que saliera volando.
Para no reconocer que tenía miedo de aquella insólita situación, se limitó a resoplar enfadado mientras desataba a la yegua del árbol y la montaba para alejarse de allí.
La yegua ni se movió.
-Vamos, por el camino- azuzó extrañado, nunca le había desobedecido, pero la hembra se dio media vuelta y empezó a caminar por el bosque, en dirección al río Henares. -¡Por ahí no!-, de nada le sirvió tirar con todas sus fuerzas para que volviera por la senda. -¿Pero qué te pasa, testaruda?-, intentó pararla para poder bajarse, pero la yegua seguía sin hacerle ningún caso.
Salazar alzó las manos y miró al cielo para implorarle a Dios que le ayudara en esa noche tan torcida.
Se quedó con los brazos levantados, pasmado.
Ahí estaba.
El cuervo.
-¡Está siguiendo al maldito pájaro!-, tiró de las riendas con todas sus fuerzas y espoleó fuertemente con los talones. No iba a permitir que un cuervo ahora le dictase el camino.
Pero el cuervo se alejó rápido y la yegua le siguió al galope.
A Salazar no le quedó otra que agarrarse para no caerse y ponerse a rezar para que acabara aquella locura insensata.
Hoguera rodeada.
Gritos aterrados y amenazadores.
El Río Henares, testigo silencioso e impasible.
-¿Qué ocurre aquí?- preguntó Salazar, con tesón.
Los gitanos pararon de gritar y moverse en círculos alrededor de la fogata y una mujer agachada, que gimoteaba.
Cualquiera hubiese dado media vuelta para no buscarse problemas. Pero Salazar no era cualquiera.
-Sigue tu camino, extraño, esto es asunto gitano-espetó un hombre alto y corpulento, con mirada avinagrada.
-Mm… ¿Por qué no soy gitano? ¿Lo es la mujer a la que asustáis?-interrogó Salazar, perspicaz.
-No- reconoció el mismo hombre, escupiendo la mezcla de hierbas que mascaba. -Pero es bruja- añadió, -así que no os acerquéis si no queréis resultar herido-advirtió mientras le daba la espalda.
-Ahh…claro-asintió con ironía, -Dios me protege, soy sacerdote, con que no me pasará nada si me acerco-declaró duramente.
Bueno, para ser exactos…
Lo iba a ser muy pronto, por eso se había puesto en camino, para tomar los hábitos y ponerse al servicio del obispo de Jaén. El Señor le perdonaría la mentira por una buena causa. Él no creía en brujas ni otras habladurías, achacaba la creencia de esas fábulas a la ignorancia de la gente.
El hombre, que parecía el jefe del clan se volvió de nuevo, para escudriñar con sus ojos de vinagre al futuro clérigo.
-Es más, de ser así, me concierne-agregó, abriéndose paso con la yegua al centro, donde estaba la mujer agazapada, muy cerca del fuego.
No era una mujer encogida en el suelo por miedo.
Era una niña de pie, paralizada del terror.
-¡Pero si la cría no debe de tener más de seis o siete años!-exclamó indignado, -¡qué va a ser bruja!-negó, bajando de la yegua y acercándose a la niña.
-¡No os aproximéis, el diablo está cerca de ella!-bramó una mujer de voz ronca.
Salazar se detuvo y observó a la anciana con la cara oculta por las greñas grisáceas y una nariz descomunal. Estaba recubierta toda su piel agrietada por harapos de lo que antaño fue de colores chillones y unas pulseras con herrumbre.
Salvo sus manos, asomaban con dedos enroscados y uñas largas, retorcidas y amarillentas. Enseñaba tres cartas.
El diablo, un hombre colgado al revés y otro hombre abriéndole la boca a un león.
Cartas del tarot.
Aquella mujer sí que parecía bruja.
-¿Adivina? Esas cartas endiabladas no son obra de Dios, así que o se deshace de ellas y dejan tranquila a la moza o me veré obligado a…tomar cartas en el asunto-concluyó.
-¿Amenazas a mi abuela con denunciarla a la Inquisición? ¿Aquí? ¿Solo y de noche?-inquirió el gitano, agriándose la mirada aún más y sacando un cuchillo.
-No me parece justo que a una anciana que se entretiene con una ilógica baraja acabe torturada como a las brujas gallegas ¿sabes qué le hacen?-le preguntó Salazar impasible, – les deja caer sobre la cabeza un goteo de agua continuo, al cabo de un tiempo, el cráneo se ha perforado-siguió mientras cogía a la niña y la montaba a la grupa de la yegua. –Pero tampoco es justo que se haga daño a una niña por una tirada de cartas-concluyó, dispuesto a subirse él también.
-¡¡Quieto!!-chilló la anciana, zarandeando las tres cartas, -el colgado anuncia el poder profético; la fuerza que abre la boca del león, revela el poder de domesticar a las bestias; esos dones se los ha dado el diablo-bramó, señalando con su maltrecho dedo a la niña.
Haciendo caso omiso, Salazar hizo un conato de subirse a la montura.
-Alto, cura, no nos libraremos de la maldición hasta que nos deshagamos de la niña- el gitano amenazó con el cuchillo al cuello de Salazar.
-No son más que supersticiones-decretó, afilando la voz, manteniendo toda la calma posible. –Y una maldición si te caerá como me mates a mí, la justicia te mandará a la horca-prometió.
Todos estallaron en carcajadas. ¿Quién iba a saber qué fueron ellos? Si enterraban su cuerpo jamás nadie sabría qué le pudo ocurrir al cura.
La amenaza no había surtido efecto.
-La mala suerte pesa sobre esta familia, sólo se romperá este mal de ojo con la sangre de la mocosa- aseguró el gitano. -Curó a un ruiseñor que tenías las alas rotas de sólo tocarlo, y estaba hechizado por ella, pues cantaba de día y no de noche. Cuando le echamos los perros hambrientos, éstos sólo se dedicaron a darle lametones y se nos echaron encima a nosotros- bramó, apretando el cuchillo contra el cuello de Salazar, mientras le mostraba el otro brazo lleno de mordeduras.
-Miró a mi hermano y le dijo que moriría- agregó otro gitano, con la cara sucia y cuerpo esquelético, -¡y murió! Ella le echó un sortilegio-acusó.
-Mis pequeños se extraviaron y se cayeron sobre un pozo, la niña sabía dónde estaban ¡sólo lo podía saber porque los tiró por maldad!-sentenció una mujer de voz chillona con dos niños pegados a sus faldas.
-Además, hemos perdido nuestros dineros, pasado hambre y el mal tiempo nos sorprende de pronto ¡nos lanza conjuros!- añadió otra gitana, exaltada.
-Eso son coincidencias que achacáis a mala suerte-negó Salazar.
-Siempre la Iglesia nos han condenado y perseguido, Padre, con que si se interpone en nuestro camino, no tendremos piedad-juró el gitano que le amenazaba con el cuchillo. Estiró el brazo y bajando a la niña del animal tirándole del pelo.
La pequeña rompió a llorar tras la fuerte caída. Sin piedad, el gitano la arrastró por el suelo por la cabellera de fuego; el fulgor de las llamas se reflejaban en el pelo de la aterrada niña.
Un aullido se escuchó, parecía el de una vieja.
Un viento de una infernal fuerza se levantó, formando un remolino con tal brío que ahogó las llamas de la fogata y todo quedó a oscuras.
Así, oculto, en la negra noche el gitano no vio al negro cuervo hasta que sintió el picotazo en su mano.
Soltó el cuchillo.
Salazar lo cogió en su caída y agarró la mano de la niña, pero el gitano no la soltaba y tiró más por la cabellera mientras le asestaba un puñetazo en la cara de Salazar.
Ignorando el dolor, no puso la otra mejilla como le habían enseñado; sino que le dio una patada en la ingle. Con el cuchillo cortó el pelo de la pequeña, liberándola.
La niña salió corriendo.
No lo veía bien en la oscuridad, pero escuchó como toda la familia gitana sacaban los cuchillos.
Aquel era un buen momento para que Dios obrase uno de sus milagros.
Mientras hacía un ruego rápido mental, Salazar se montó en la yegua de un salto, le dio la vuelta y la encabritó.
El animal empezó a dar coces de diestra a siniestra, daba dentelladas y pisoteaba. En la oscuridad, los gitanos no venían de dónde venían los golpes. Los hizo volar por el aire y creer que aquel cuadrúpedo también estaba bajo el hechizo de la niña, pues no quedó uno en pie.
Salazar intentó ver dónde estaba la pequeña, pero no la veía por ninguna parte. De repente, todo le dio vueltas y se mareó.
Algo cálido le estaba empapando las ropas por un costado.
En la oscuridad, aquella mirada agriada brilló. Tras acuchillarlo a traición, lo derribó de la montura y lo pateó con una sola pierna. Lo agarró del cuello y, cojeando, lo arrastraba hacia la orilla del río.
-Tú has venido a desgraciar a mi familia porque la bruja te llamó, condenado cura-jadeó el gitano.
Una bruja pidiendo ayuda a un futuro sacerdote.
Salazar se hubiese reído de tener fuerzas, pero se le escapaban, mezclándose con las gélidas aguas del río.
El gitano le siguió arrastrando más adentro del río y le hundió la cabeza, ahogándolo.
Mientras todo el aire le abandonaba en burbujas, el frío le atravesaba todo el cuerpo. La sombra de su agresor se movía con el vaivén del agua. Forcejeaba, pero cada vez con más debilidad mientras la vista se le nublaba.
El sueño con el que empezó la extraña noche regresó.
Se estaba muriendo.
Cuando acabase con él, iría a por la indefensa niña.
¡No permitiría tal atrocidad!
Aún llevaba el cuchillo que le arrebató. Lo había guardado entre sus ropas.
El gitano rió y soltó al cuerpo inerte que ya no le ofrecía resistencia. Pero Salazar emergió de las aguas y blandió el arma en alto.
Gritó sorprendido y esquivó el golpe por muy poco. Pero el gitano se recompuso rápido y le sostuvo el brazo para frenar el golpe, le metió un puñetazo en el estómago que le dobló. El hombre le retorcía la muñeca para que soltara el cuchillo, pero Salazar no lo soltaba. Allí, doblado, mientras seguía recibiendo golpes, hundió en las aguas la otra mano y cogió una roca.
Se levantó con brío y con sus últimas fuerzas hundió la roca en la mejilla del gitano.
Tambaleó.
Dio unos pasos.
Cayó de rodillas en el agua.
Levantó su mano implorante al rosario que titilaba en el cuello de Salazar. Pero no lo pudo alcanzar… como no alcanzaría el cielo.
Se hundió lentamente.
La mirada avinagrada perdió su último brillo bajo el río. Su sepultura.
Para no compartir tumba con aquel infame, Salazar salió a la orilla con pasos temblorosos.
La yegua se acercó y él montó para alejarse de allí, despacio, despacito…la herida le dolía agudamente.
Se recostó en el cuello de la hembra para dormir, por fin, esa noche.
La calidez del sol le despertó.
Amanecía apaciblemente.
Salazar se desperezó y se frotó los ojos.
¡Madre mía! ¡Se había quedado dormido en la propia yegua toda la noche! No llegó a pararse a descansar.
Miró en derredor para ver a qué altura del camino se hallaba, si faltaba mucho o poco.
Un momento… ¡estaba herido de muerte!
Salazar recordó asustado que le habían acuchillado, rebuscó entre sus ropas y se palpó el costado.
Estaba intacto.
Se dio en la frente, avergonzado. Sólo había sido una pesadilla con un cuervo y unos gitanos.
Ese mismo día, al atardecer, se ordenaba sacerdote y ya había olvidado completamente el extraño sueño, con una niña bruja de cabello encendido como el fuego.
Ignorando…
…que mientras dormía sobre la yegua, esa niña que huyó, plantó la semilla de una rosa justo cuando el corazón daba su último pálpito.
Era roja, como la sangre derramada de Salazar.
Pero la luna le siguió dando la luz y esta se fue tornando blanca. Cuando hasta el último pétalo era puro blancura, el corazón de Salazar volvió a latir.
Contenta, la niña arrancó la delicada flor blanca y se la llevó. La necesitaría en un futuro, tanto para él como para ella.
Una rosa que no marchitaría hasta el final de los días del futuro inquisidor.
Hoy vamos a retrotraernos a la época romana, vamos a ir un poco más lejos de lo primero que nos viene a la mente: Roma.
Cuando evocamos el Imperio Romano pensamos en Roma, el Mediterráneo, las tierras conquistadas de la Galia, Hispania y Bretonia (Francia, España e Inglaterra) pero, no obstante, solemos pensar en la parte occidental descuidando la oriental. La realidad es que la parte oriental del Imperio romano era más rica y mejor estructurada que la occidental dejando un gran legado cultural y una rica historia.
Constantinopla (hoy Turquía) dejó una herencia inigualable, hoy en día nos ha llegado su increíble desarrollo de la administración así como del Derecho, por no hablar de la expansión de la religión cristiana cuya clave de su éxito de difusión que nos ha llegado a la actualidad partió de estas tierras así como de la persona que ordenó su expansión: el emperador Justiniano, conocido como "el último de los romanos" por su afán de revivir el gran esplendor de la época romana clásica.
El emperador Justiniano hizo grandes logros en los siglos IV-V d.C, reconquistó tierras con tras numerosas campañas y guerras contra varios imperios y reinados enemigos; mandó a dictar el "Digesto", el "Código" y las "Instituciones" fundamentales para el desarrollo del Derecho. Revivió la idea que la unión efectiva de un imperio partía de la fe y dictaminó el Cristianismo como la religión oficial del imperio. Como si fuera poco, se aseguró de impulsar la arquitectura, el arte y la literatura; y como no, la reconstrucción de la simbólica "Santa Sofía" fue bajo su mandato.
Hombre clave y fundamental sin duda, pero un hombre igual de ambicioso que muchos emperadores que con tal de mantener el poder está dispuesto a lo que sea. Esto dio lugar uno de los hechos más sangrientos y terroríficos que muestra cual es el "precio" de la permanencia de su imperio.
En Constantinopla se hallaba un hipódromo (centro deportivo y social donde se celebraban juegos como la carrera de caballos) que llegó a ser el más grande del mundo por entonces (actualmente se halla a dos metros bajos el suelo y encima está la Plaza Sultán Ahmet). En el hipódromo se reunía la gente y en la tradición de los romanos orientales, los distintas facciones políticas se encontraban en este circo y debatían. Es por ello que Justiniano elige este lugar clave para acallar todas las voces descontentas cuando sube al trono y se encuentra con revueltas e insurrecciones religiosas y políticas, descontento por las partes que no lograron acceder al trono, miseria y pobreza, dificultad de recoger los impuestos...
Justiniano tenía dos alternativas tras una sedición que duraba ya seis días en la capital (conocida como los disturbios de Nika) huir renunciando a todo o, aconsejado por su mujer Teodora, eliminar a los rebeldes. Tras reunirse todas las facciones en el hipódromo, de 30000 a 40000 personas desarmadas, mueren todas asesinadas por orden del emperador; acabando así con la revuelta y todo oponente abriéndose un largo reinado por delante para sus hitos históricos a costa de un genocidio.
Previa a la Semana Santa y vistazo interesante al Día de la resurección ¿Domingo? Vimos otro donde podíamos ver la increíble fuerza que tiene el miedo y las habladurías sobre ritos de brujos en momentos históricos claves que pueden ser usados como detonantes favorables a las partes interesadas. Para salirnos de Europa y su famosa caza de brujas, nos detuvimos en América: El Kum: brujería caníbal en Papúa Nueva Guinea. Y nos quedaron pendientes un viaje por India y otro por África.
Vamos a recordar hoy el particular motín ocurrido en India en 1857, durante la ocupación británica. Estalló una rebelión por unos cartuchos realmente, la cuestión fue que los británicos solían tener en cuenta las tradiciones tanto de los hindúes como de los musulmanes que vivían en esta tierra pero, al darle a los soldados cartuchos nuevos de recarga para sus rifles, tenían que morderlos para romper los cartuchos y recargar, los fabricantes proporcionaban para esto grasa de ternera y cerdo.
Como es sabido, ambas culturas rechazan la ingesta de estos animales por motivos religiosos y se tomó como grave ofensa. Los soldados se negaron y su oficial al mando los juzgó por su negativa, provocando el motín en Delhi y tomó tanto fuerzas que se extendió por todo el norte de la India.
Uno de los motivos para que el motín en vez de ser puntual estallara en rebelión y se extendiera por el país fue unos rumores que empezaron a circular entre hindúes y musulmanes. Se decía que a la grasa de cerdo (así como al trigo para alimentar a los soldados y a los pozos), los británicos añadían huesos molidos y otros mejunjes propios de brujerías para obligarlos a convertirse al cristianismo. Esto se convirtió en un rumor gigantesco terrible y suficiente para enfurecer a los campesinos y tomar armas no sólo para defender su fe, sino para expulsar a los británicos cristianos y volver a la época imperial mongola.
Estamos ante un movimiento anticolonial que fue ayudado y propulsado con rumores hechos para recurrir al pánico y su defensa ante ello. Con que hay similitudes con la tensión que veíamos en Papúa Guinea. En este caso, cumplió su función, si bien los británicos siguieron gobernando la India, tuvieron que cambiar el régimen de gobierno, el sistema financiero y administrativo así como su ejército.
Hoy, con motivo de la Semana Santa, vamos a aprovechar y revisar de dónde vienen estas celebraciones y sus fechas, más allá de lo que ya damos por sentado por tradición. Como bien vimos en el artículo Nacimiento de Jesús: decidido siglos después, ese 25 de diciembre se tambalea irrevocablemente (no obstante, no da lugar a dejar de celebrar nuestras tradiciones o abandonar la fe cristiana si se cree en ella). Pues veamos que pasa con su día de Resurrección.
Lo primero de todo, y ante la duda de por qué la Semana Santa no tiene una fecha fijada y varía cada año, es porque se atiende a la primera luna llena después del equinoccio de primavera.
Dicho esto, para ver el origen de esta celebración lo primero que tenemos que tener en cuenta es que no hay referencia concreta en la Biblia pero si una continuidad de la Pascua Judía a la Cristiana, ya que Cristo muere el primer día de la Pascua Judía (el 15 de Nisan, primer mes del calendario judío), la víspera del 14 mientras los judíos comen el Cordero Pascual, Jesús celebra la Última Cena y resucita el 17 de Nisan.
El 17 de Nisan ese año cae en domingo, pero no todos los años cae el mismo día de la semana, al ser el calendario judío lunar y el cristiano solar la conversión es difícil con que se fija el domingo por el calendario romano desde el siglo III. Además, cada cuatro años los judíos intercalan un mes de su calendario de forma arbitraria lo que lo complica más aún. De modo que ellos celebran el 15 y 17 indistintamente que día de la semana sea.