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viernes, 20 de noviembre de 2015

El Corsario y la monja.


Buenos días querido lector:

No es la primera vez que hablamos del admirable y temible corsario Amargo Pargo. Pero hoy más que su brillantez para los negocios, la estrategia naval y la lucha con otros piratas (Amaro Pargo) veremos una parte más humana y vulnerable, donde la desesperación y la fe lucharon por salvar cuerpo y alma del corsario y su tripulación.

El rey Felipe IV, harto de los ataques piratas que asaltaban los buques españoles de regreso del continente africano, solicitó ayuda de Amaro Pargo una vez más para que derrotase a los piratas y los barcos pudieran comerciar salvos y a resguardo.



Amaro Pargo sin dudarlo fue con su tripulación y, una vez más, salió victorioso de la campaña naval; a su vuelta tuvo que enfrentarse a un enemigo inesperado y terrorífico para todo capitán experimentado:

Una tormenta.

Una tormenta cuya única salida era el fondo del mar.

Sabedor de que el barco se hundía y sus marineros se ahogaban, el audaz capitán corrió a su camarote y sacó un cofre donde en su interior guardaba una poderosa reliquia:

Arena.

Arena de la ciudad de La Laguna, arena del huerto de las monjas catalinas, donde estuvo enterrada unos años aquella monjita (conocida con el nombre cariñoso de "la siervita") que le cautivó y sorprendió de tal manera que más nunca pudo olvidar a aquella niña prodigiosa y buena.

En aquellos instantes que el corsario creía los últimos rogó en susurro a la siervita "nos estamos ahogando, sálvanos" y sin dudarlo Amaro tiró la tierra al mar embrabecido.

Misteriosamente, las aguas se calmaron cual balsa de agua y toda la tripulación logró llegar a las costas de Tenerife. Heridos y rotos, si, vivos; también.

Tal fue el agradecimiento de los marineros que al recibir el cobro de Felipe IV por el éxito de su campaña, fueron incapaces de gastarse el cofre de monedas recibido. Todos decidieron unánimemente gastar la pequeña fortuna en un ataúd digno de la monjita incorrupta.

Hoy en día, el rico y bien ataviado ataúd donde descansa la monja incorrupta de La Laguna es el que pagó el corsario y sus hombres agradecidos por la proeza de la monja obradora de innumerables milagros que le son atribuidos.


Hoy en día se puede ver el cofre donde el corsario recibió las monedas en la casa de la siervita.

Atentamente,

Elena Rojas

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