Subscribe:

Ads 468x60px

domingo, 30 de agosto de 2015

El reloj perfecto

Buenos días querido lector:

EL RELOJ PERFECTO


Finalmente Diego lo puso en venta.
Ojalá no lo hubiese tenido que ponerlo.
Desalentado, siguió con el otro reloj que estaba arreglando.
Cristina  entró en la relojería, por más que entraba ahí diariamente no se cansaba de contemplarla:
Se respiraba a antigüedad y artesanía a pesar de que en los principales escaparates lucían modelos nuevos y modernos, pero el mostrador seguía siendo el que compró el padre de Diego  cuando era joven, en lo alto de las paredes aún se veían cucos que nunca se llegaron a vender; algunos sencillos y otros obras de arte hechos a mano por algún relojero con mucha paciencia y minuciosidad. No obstante los muñequitos de todos parecían observarla aunque no estuviesen a la vista. Curiosos y extravagantes péndulos se alienaban en el fondo, todos al mismo ritmo y exigentes con la hora. Por la puerta de una esquina se distinguía un pedazo de la mesa del trabajo, cubierto con diminutas rueditas, correas, cajitas, pequeñas herramientas… que delataban horas de trabajo nocturnas de manos hábiles y experimentadas…
Cristina suspiró pensando que ya poco trabajo tendrían los relojeros en cuanto a arreglar relojes, hoy en día se compraban y tiraban, punto. Y ya no hacía falta conocer el oficio para abrir una tienda, sólo poner las pilitas y labia para vender sobretodo.
Algo que le vendría bien a Diego opinó para sus adentros antes de que él saliera a atenderla.
-Hola, Cristina- saludó, pero sin mucho entusiasmo.
-He traído café- comentó ella, tendiéndole uno de los vasos de plástico que había comprado en una cafetería.
-Si hoy me tocaba a mí- replicó él, sacudiendo la bolsita de azúcar.
-Ya… pero como ya son las once pensé que a este paso sería el almuerzo en vez del desayuno- apuntó ella, destapando el suyo.
-Ayyyy… perdona, estaba distraído y no me di cuenta- se disculpó avergonzado de que le hubiese pasado otra vez.
-Tranquilo, como no tienes reloj te comprendo- ironizó Cristina, Diego se sonrojó.
-Déjame que lo que queda de semana sea yo el que invite- ofertó bajando la cabeza.
-¿Y esa cara?- le interrogó, percatándose de su tristeza.
-No es nada, lo de siempre… calabazas en el amor- mencionó por encima, sin levantar cabeza, como acostumbraba hacer para no contar detalladamente.
-Esta vez ha tenido que ser fuerte, lo has puesto en venta- se fijó al ver el reloj en el escaparate y con su etiqueta para el precio.
-Si… bueno, ya iba siendo hora- opinó tomándose el café de un trago, tiró el vaso en una papelera y cogió un paño y limpia cristales. –No te entretengo, puede entrar un cliente en tu papelería y…-.
-¿Pero es que nunca me contarás la historia de ese reloj?- resopló ella, -sabes de sobra que ahora mi hermana está en mi tienda cubriéndome- añadió.
Diego suspiró, quizá por una vez debería contar algo que no se resumiera en una frase.
-Todo empezó cuando tenía seis años… todo empezó con la llegada de ese reloj al poco de mi padre abrir la tienda- comenzó, evocando los recuerdos de cuando no era más que un crío.
-¿Y cómo llegó el reloj?- se interesó Cristina, animándole a seguir.
- Estaba yo jugando en la trastienda cuando me llamó la atención los alterados que de repente se pusieron mis padres, fui a ver y me encontré a una niñita de mi edad en lágrimas y suplicando que se lo comprasen. Al  principio mis padres se negaban, el valor de aquella pieza no la reunían ellos con todo el dinero de la caja, mercancía y ahorros… tenía muchísimo valor y mis padres acababan de abrir el negocio y aún no tenían mucho.
Aún veo perfectamente su carita desesperada y afirmando que no hacía falta que le diesen el valor real del reloj, yo veía que con muy poco se conformaría. Después de pensarlo mis padres decidieron darle lo que tenían en caja por aquella pieza y luego venderlo por su valor real, así sería una buena inversión. Yo no entendía como una niña con ropa que necesitaba remiendos tenía un “tesorito” como les pregunté a mis padres en su momento, podría haber sido robado.
Sin embargo mis padres sabían perfectamente que aquella chiquilla era hija de lo que en su día fue una gran comerciante, y a  aquel comerciante le había regalado su mujer un gran reloj por su cumpleaños. Ése sería su último regalo antes de fallecer la mujer. A partir de ahí el comerciante fue de mal en peor y acabó en la ruina y vendiéndolo todo, los vecinos comentaban que el amor que sentía por su esposa lo había cegado en los negocios…
Yo no lo sé… lo que sé perfectamente es como día tras día se pasaba la niña a ver el reloj, cuando lo distinguía en el escaparate, se ponía radiante de felicidad al comprobar que todavía ningún cliente se lo había llevado. Yo solía preguntarle que a qué debía esa felicidad y ella me respondía porque su madre aún no la había abandonado…
Me contaba a menudo en susurros (pues visitaba la tienda a escondidas, antes de ir al colegio) que se lo quitó al padre mientras dormía, que no le quedaba otra cosa por vender y que tenía hambre… su padre le alegaba a menudo que había traicionado a su madre entregándola por unos duros… así que la niña habitualmente murmuraba al reloj cuando no había nadie y le rogaba a su madre perdón pero que tenía que llevar comida a papá.
Frecuentemente oía a mis padres comentar con los vecinos que el viejo comerciante era ya sólo un huraño loco y que lo chiquilla ayudaba en la panadería después del colegio a cambio de pan para cenar, debido a que su padre no trabaja en sus últimos años y sólo vociferaba que dónde estaba el reloj, que se había obsesionado con él y pensaba que si lo recuperaba volvería su mujer… suerte que no salía de su casa.
Yo la miraba todas las mañanas desde la trastienda, soñoliento, con el pijama y mi madre diciéndome que llegaría tarde a clase. Sentía lástima por el infortunio de ella y la devoción que tenía por el reloj.
Un día me acerqué y le pregunté si ella pensaba al igual que el padre, me dijo que no, pero a veces me juraba que por un momento la veía. Supongo que era su deseo y su modo de superarlo… también me prometía a menudo de que si nadie se lo llevaba, cuando fuera grande lo compraría y se lo devolvería a su papá…a mí se me ponía el corazón en un puño.
 Mis padres maldecían el reloj porque nadie podía permitirse comprar semejante pieza, aunque ya lo habían rebajado en varias ocasiones, peores tiempos habían antes… una tarde entró un extranjero con traje, sombrero y bastón que a mí me pareció un gigante, se había interesado en el reloj, mis padres por poco no dieron saltas de alegría aunque yo me entristecí porque si el reloj desaparecía sabría que ella lloraría y la perdería, era mi única amiga… así que mientras ellos hacían el negocio yo escondí el reloj… imagínate, mis padres no sospecharon de mí y creyeron que en lo que ellos hablaban con el extranjero se lo habían robado, incluso acusaron al extranjero de cómplice…
Si volviese atrás no lo habría hecho.
A partir de entonces lo tuve yo y se lo enseñaba a ella a escondidas, quise dárselo pero lo rechazó y juró que lo compraría por el precio que habían puesto mis padres… fuimos creciendo y nos convertimos en adolescentes y novios.
Entonces a su padre le llegó la hora y con su muerte ella se tendría que marchar, nos queríamos mucho y juramos amor eterno, yo quedé en quedarme en esta tienda y esperarla, ella en regresar un día, comprar el reloj y casarnos…
No te voy a decir que esperé diez años… o quizá si, mis padres  murieron y la tienda pasó a ser mía, con que saqué el reloj pero sin ponerlo en venta. Me he dicho mil veces que aquello fue una chiquillada y que no volvería para así sentirme bien cuando salía con alguna chica, no obstante…
Ninguna, no creo que hayan sido ellas… sino yo, no puedo evitar compararlas y tengo la sensación de que ninguna es tan buena como mi primer amor y que no siento  lo que experimenté la primera vez y que me llenó tanto… tanto he buscado rellenar el vacío tan grande que cada vez se ha hecho mayor el agujero dentro de mí.
Ya me empezaba a convencer que estaba condenado a estar solo para el resto de mi vida cuando llegó de improviso…Miriam.
Miriam, lo pronuncié con tanto júbilo la primera vez que la volví a ver y con tanto desaliento para dejarla… ya me duele decir su nombre, como si fuera una daga que se me clava cada vez lo digo.
Parecía el cuento de hadas, volvió y enseguida hablamos de boda, estar juntos para siempre… compró el reloj….
Pero lo devolvió cuando reconoció que en sí ya no lo necesitaba, que había superado lo de su madre desde hace mucho tiempo y que en realidad lo hizo porque lo prometió… yo no era al que recordaba ni yo vi en ella de la que me había enamorado. Al principio no lo quisimos reconocer y lo intentamos contra viento y marea… pero al final afrontamos la realidad de que aquellos adolescentes estaban muertos y los adultos no nos llamaban.
Ella si había esperado con anhelo y sin olvidarme un solo día… hasta el punto que me idealizó, eso me reveló y yo me sentí fatal por intentar salir con otras y lloriquear aludiendo gran amor.
Supongo que va siendo hora de madurar y de olvidar cuentos de hadas- terminó, jugueteando con el trapo limpio de no haber limpiado nada, ni su corazón.
-Creía que sólo tenía la manía de no encontrar ningún reloj perfecto para mí, por eso no he llevado ninguno, pero creo que también he buscado la chica perfecta y al final no hay ninguna… será que soy demasiado exigente o qué se yo- añadió antes de desaparecer por la trastienda.

Aquel era el momento o nunca.
-Yo al revés, siempre me han parecido todos los chicos que me han gustado perfectos pero que yo no lo merezco, así que  siempre me he callado o he huido de un posible amor, limitándome a contemplarlo-.
Diego se volvió, Cristina no acostumbraba a hablar de sí.
-Ya sé que para ti sólo soy la chica de los cafés y una amiga y nada más y que llevo años delante de ti pero nunca me has visto… a mí tu me gustas, no espera… debe ser que te quiero porque hasta ahora me he conformado con eso, sin embargo quiero más, no me es suficiente, no soy perfecta ni nunca he procurado llamar tu atención pero si yo…-.
-¿Si tú?- quiso saber, mirándome por primera vez fijamente.
-¿Si yo te comprara un reloj te lo pondrías?- pregunté.
Afirmó con la cabeza.
Cristina miró su cartera, no había mucho dinero, la papelería no daba para lujos, así que se paseó delante de los escaparates y escogió uno modesto y discreto, nada que ver con el reloj que en su día trajo Miriam.
Cristina le dio el dinero, él sacó el reloj y se lo puso directamente en la muñeca.
Lo observó detenidamente como a los demás antes de verles algo que no le gustase para él. Había mirado con desdén este antes.
Ahora no consiguió verle nada malo.
El reloj perfecto.
No habían sido los relojes ni las chicas.
Sino él.
No se hallaba a sí mismo.
Ella lo había encontrado en un momento y él llevaba años de búsqueda infructuosa.
-Soy yo el que no te merezco- concluyó antes de darle un beso.
En ese momento entró un cliente preguntando si el magnífico reloj del escaparate estaba en venta.

Diego afirmó entregando con él su vida pasada y quedándose el nuevo con una nueva vida.

Atentamente,

Elena Rojas

0 comentarios:

Publicar un comentario