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viernes, 28 de agosto de 2015

UNA GATA PERRUNA, UNA PERRA GATUNA Y OTRA NORMAL



Buenos días querido lector:


Vamos con otro relato para encarar el viernes con buen humor y tierna compañía. Por todos esos maravillosos animalitos que nos hacen compañía y reír a diario.


Una gata perruna, una perra gatuna y otra normal

Veía, veía, pero no entendía
¿Cómo lo iba a entender?
Aunque sólo tuviese seis meses de vida aquello no le cuadraba.
Mai miraba de un lado para otro como si de un partido de tenis se tratase. Desconcertada.
La perrita garafiano no sabía si acertaría más jugando con la otra perrita o con la gata.
¡Es que estaban intercambiadas!
La gata, aquella cosita menudita de tres kilos era infatigable. No había parado de saltar, subirse a todos lados, jugar con todo y, muy en especial, con las pelotas.
¡Todas!
La grande, la mediana y la pequeña. Con la pesada y la saltarina, con la que estaba colgando y la de colorines.
Pero la perra dormía a pata suelta, las cuatro para ser exactos. Roncaba de pura felicidad y, de vez en cuando, tragaba saliva y se recolocaba las barbas. Haciendo caso omiso de todo.
La gata quería jugar, jugar y jugar. Con los humanos, con la perrita dormilona y con ella (recién llegada hace unas horas). Sin que se le erizara el rabo.
Pero la perrita seguía durmiendo, ignorando a la gata y a la recién llegada (salvo cuando los humanos fueron a acariciarla y ahí si levantó para meter la cabeza a conciencia y que todos los halagos le tocaran a ella).
¡Pero aún había más!
A la hora de la comida la gata se había comido gustosa el plato de pollo con caldo ¡privada! Haciéndole asco al pescado, remilgada. Pero la perra se había comido las sardinas ¡más bien tragado sin masticar ni nada! Y persiguió a la humana para que le diera otra lata entera de sardinas para ella solita.
La perrita garafiano se rascó fuertemente la oreja con su pata trasera mientras seguía mirando a la perra yorkshire enrazada con teckel, por el lomo negra y sus patabas y barriga blanca. Si, tenía una hermosa tripita y el pelo lustroso y brillante. Así que no imaginó que venía del mismo feo y tristón lugar que ella misma.
La gata era pequeñita, pero tenía el pelo también brillante y otra barriguita. Tampoco se imaginó que venía de una finca con muchísimos gatos y el crecimiento se le había parado en los primeros meses por no comer lo suficiente.
Mai le pareció que iba a tener dos compañeras y no sabía muy bien si se iba a acostumbrar a sus rarezas. Pero al acordarse de donde vino movió el rabito y le pareció que aquella casa grande y acogedora con humanos que la acariciaban y un montón de comida por todos lados le podía gustar mucho más.
En el otro sitio estaba en una jaula con dos perros machos más muy pesados. Tierra y charcos. A ambos lados había más jaulas con muchos más perros de todas clases y tamaños. Todos ladraban. A todas horas. Con que dormir era imposible.
Habían humanos fijos allí que les ponían comida y mojaban a diario las jaulas (no sabía para qué, porque ella bebía agua del bebedero y no del suelo). Luego venían también otros humanos semanalmente, pero sacaban a paseo algunos perros y a ella le tocaba menos de lo que le gustaría.
¡Se hacía tan corto el paseo y encima había luego que volver! Ella prefería que se la llevasen con ellos para siempre. Prometía ser buena y dar muchos lametazos, coger la pelota y echarse al pie de ellos; y mordería solo de vez en cuando algún mueble. Además, sólo se subiría a la cama si ellos durmiesen y, antes que se despertaran, se quitaría y no se enterarían.
Pero no, la devolvían y luego veía pasar delante de ellos más humanos que la miraban a ella…y a los otros ¡para llevarse otro más escandalosos y desinquietos! ¡Y machos!
Si luego lo mearían todo…estos humanos no sabían.
Mai dejó sus cavilaciones, la acababan de meter en la bañera y olía a agua y jabón.
¡Porras!

¡¡Si lo que apesta en la casa es el gato y su caja de arena!!

Atentamente,

Elena Rojas

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