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viernes, 14 de agosto de 2015

La sombra ignorada (12)

Buenos días querido lector:


-¡Suéltame!- chilló ella.
-¡Suéltala!- gritamos David y yo.
-¿No es sospechoso? “La sombra” no ha aparecido, ¡seguro que en cuanto se esfume aparece!-.
-¡Lo confieso, he matado! A mi tío porque abusó de mí ¡Pero no he hecho nada más!- juró quitándoselo de encima.
-¡¿La han oído?! ¡Es ella!- se desquició Julián.
-¡Cierra el pico, drogadicto traficante!- le espeté yo, él paró, atónito.
-¡Es ella! ¡Es la que chantajea! ¡Lo sabe!- me acusó ahora a mí, levantando la pistola y apuntándome.
-¡Se lo dije yo! ¡Baja eso, histérico!- le ordenó David, poniéndose delante de mí.
-¡Tú! ¿Y cómo osaste desafiarlo? ¿Fuiste tú? ¿Por eso lo sabes?- continuó Julián, sin bajar el arma y temblándole el brazo, los ojos parecían salirse de sus órbitas.
-Baja eso, así no resolveremos nada, debemos vigilar las cámaras- propuso Enrique, intentando bajarle el brazo, Julián no se dejó.
-Haced lo que quieran, me voy- repitió Maca.
-Y yo- se apuntó Enrique, siguiéndola.
-¡DE AQUÍ NO SE VA NADIE!- ordenó Santiago, hasta ahora callado y cerrando la puerta, - si es algún presente el que me ha estado tocando los huevos estos años… no se librará- sentenció, apuntándonos a todos, nos quedamos observando su cara contraída y sus músculos tensos.
Y él se quedó observando algo en la cámara… o alguien.
-¡Maldito hijo de…!- no le oímos terminar porque salió disparado  por el pasillo. Todos nos viramos a las cámaras.
-¿Qué ha visto? ¿Alguien ve algo?- interrogó Enrique, escudriñando las pantallas.
-¡Aquí! En el laboratorio primero- descubrió David.
No se le veía la cara.
Ni falta nos hizo, salimos todos corriendo.
Alcanzamos las escaleras.
Se apagó la luz.
Maca gritó al caerse.
Santiago también vociferaba a lo lejos.
Alguien me calló encima.
¡Un disparo!
Todos caímos y rodamos por los escalones.
¡Más gritos!
¡Otro disparo!
¡El tercero sonó mucho más cerca!
Algo tibio cayó en mi cara.
-¿Todos bien?- interrogó David, incorporándose, había quedado encima de todos, encendió la luz de su linterna.
-¡No tengo mi arma! Creo que se me disparó cuando Julián tropezó conmigo- se asustó Enrique, levantándose para dejarme libre.
-¡Y una porra, capullo! Has aprovechado la ocasión- acusó Julián, rodando para quedarse boca arriba, la sangre salía de su costado. Tenía mi cara manchada con su sangre.
Me levanté sin aire, aplastada por los tres hombres. Maca se había quedado zumbada del golpe que se había dado con el escalón y de haber estado debajo de todos.
David sacó su móvil.
-No tengo cobertura-.
-Debería haberla, yo tampoco tengo- se percató Enrique.
-Intentadlo con el teléfono de las oficinas- ordené quitándome la chaqueta y apretando la herida del costado de Julián.
Si te soy sincera, no pensé en salvarle la vida de ese hombre, pues era un peligro, aún moribundo no dejaba de apuntarnos, sino que tenía que ir a la cárcel por corrupto.
-No hay línea- informó Enrique.
-“La sombra” ha llegado- anunció David.

Yacían dos muertos.
Uno, derribado en su mesa de trabajo, Santiago, con un disparo en el pecho.
El otro en el baño, cuando había intentado esconderse, Álvaro, el antiguo ayudante.
Álvaro, el ladrón.
-Deberíamos habérnoslo imaginado, ¿quién si no sabía qué pasaba aquí y quería seguir triunfando?- lamentó Maca, un poco repuesta pero aterrorizada.
Al igual que todos.
Enrique se había quedado con Julián, intentando que aguantara mientras uno de nosotros saldría a pedir ayuda.
Fuimos David, Maca y yo.
No queríamos vernos solos ante “La sombra” que ya había cumplido por dos veces sus amenazas.
Sin embargo, en nuestro interior no nos dejaba el alma tranquila la idea de que “La sombra” estuviese todo el rato a nuestro lado…
Nos acechábamos y rogábamos que no hubiese sido un error dejar a Enrique con Julián.
En aquellas circunstancias poco valía lo que hubiésemos averiguado anteriormente.
Salvo lo último que averigüé.
Nos acercamos a una puerta que daba a las escaleras de incendio.
-Cerrada, no me extrañaría encontrarlo todo cerrado- apuntó David.
Disparé contra el cristal de la puerta, se hizo añicos.
-Por la pequeña ventana cabes, Maca, ve a pedir ayuda-, ella no se lo pensó y pasó.
-Venid también- rogó, -regresaremos con refuerzos y a por Julián y Enrique-.
-Entonces “La sombra” escapará y se saldrá con la suya- negó David, -Elisa, ve con ella-.
-No, me quedo- rechacé.
-¡Ve con ella!-.
-¡Que no! Ya se ha cargado a dos él solo- le recordé, me miró a los ojos y supo que no iba a abandonar.
Puede que si la misma situación se me presentase ahora, me lo hubiese pensado, pero en mi sangre joven corría más fácilmente la impotencia y no podía marcharme sin saber quién era.
Regresamos los dos.
Pisadas… de sangre.
Ambos levantamos las armas y empezamos a seguirlas despacio, sin avanzar hasta que con la linterna nos hubiésemos asegurado que en algún rincón se escondía.

Las pisadas nos llevaron hasta Enrique y Julián.

Atentamente,

Elena Rojas

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