Subscribe:

Ads 468x60px

jueves, 13 de agosto de 2015

Flores de Noemí


Buenos días querido lector:


Empecemos con un cuento tierno para deleite de la imaginación. 
Esta tarde tocará otro y ya mañana tengo el complemento perfecto para el artículo de la biografía de Salazar: un video, mejor en mi opinión que los anteriores, más pulido. No perfecto, eso lo hará la práctica y ¡también tu opinión!


Flores.

Flores de su tienda.
Floristería iluminada por candorosos rayos de un tímido sol que entran con permiso por ventanas diáfanas.
Rayos atraídos por aromas exóticos de jazmín fresco y lilas dulzonas, de orquídeas elegantes y humildes margaritas, de lirios en ramillete y violetas de suave olor curativo.
Dorados narcisos coronados acompañan a las strelitzias, que asoman por las ventanas como las aves por el paraíso, acechando a las personas que van a llevarlas.
Rosas puras, amistosas y enamoradas lucen sus vestidos blancos, amarillos y rojos al lado del mostrador.
Tulipanes alegres se mecen arrullados por diminutas campanillas colgadas de una pared ocultada por estantes colapsados de geranios hinchados y orgullosos, que quieren rivalizar con los modestos claveles. Jacintos mezclados que bailan con risueñas amapolas al son del aire tibio del atardecer. Extravagantes azaleas con alhelíes que traen la magia de otros países con sus vestimentas y perfumes.
Suelo abarrotado de ramilletes discretos de lotos tímidos para el joven novato en el amor y joven ilusionada. De ramos nerviosos de rosas temblorosas para quien aspira casarse. De centros espléndidos con variedad de flores que aplauden al que va a cumplir años. Y de silenciosas siemprevivas consoladoras para quien las dedica al que se fue a una vida mejor.
Así era la floristería de Noemí.
Pero para ella hace tiempo que su rincón del paraíso se convirtió en un desierto.
Desierto marchito.
Desierto mustio.
Un desierto solitario cuyos tórridos rayos la abrasaban y quemaban. Un desierto de flores recalentadas e hirvientes del quemado aire del derretido atardecer. Tallos secos y polvo de ellos al igual que su agrietado corazón. En granos de arena y sangre se habían convertido las gotas que rociaban lo que una vez fueron flores con vida y olor como alma suya con ilusión y esperanza. Las sombras eran espejismos de lo que una vez ocurrió.
Salió de su tienda y cerró la puerta, por siempre. Eso había decidido, no se aventuraría más por el desierto cuyo laberinto le aseguraba un no retorno para su vida. Su brújula murió hace tiempo. Con él. Su vida estaba perdida como la de él.
-¿Va a cerrar, señorita?-, preguntó educadamente un hombre.
-Si, señor- musitó, absorta en recuerdos que la seguían arrastrando por el desierto, si se dejaba, sería letal.
-¿No podría hacer una excepción? Es para mí importante, hoy es mi día más importante y pende de usted que sea perfecto hasta el mínimo detalle- pidió con cortesía.
Noemí accedió, no estaba segura si era por el hombre o porque los recuerdos eran más fuertes que ella.
Volvió a abrir la puerta y entró en el desierto que en murmullos le susurraba que no hiciera caso a las palabras de él.
-¿Qué desea?- quiso saber sin mirar mucho al hombre, sólo atisbó que vestía elegante.
-Un ramo… uno especial para la chica más especial, hoy voy a pedirle que se case conmigo- le contestó el hombre esbozando una sonrisa enamorada que ella no vio. La vista se le nubló… ella también se iba a casar.
-¿Cómo quiere el ramo?- siguió, buscando el papel para envolver, debería felicitarlo, pero sus labios se negaban.
-A tu gusto, tú debes saber hacer uno precioso para quitarle el habla a una mujer sorprendida- decidió el hombre. Ella asintió, oía como manoseaba una cajita, seguro que una con un anillo. Oía porque tenía la vista clavada en las flores que seleccionaba de manera mecánica, casi ni se daba cuenta de lo que hacía.
Empezó a armar el ramo mientras su mente estaba ahí mismo… pero en otro tiempo y con otro ramo.
-Discúlpeme si soy impertinente, pero me da la impresión de que no está aquí y realmente desearía un ramo espectacular, la chica se merece lo mejor. Pagaré bien, por supuesto- añadió, presuroso.
Quizá en otras circunstancias le hubiese espetado algo, pero calló y decidió centrarse en el último ramo que pensaba hacer.
-Perdóneme si la he molestado- se disculpó el hombre al ver que las flores estaban siendo rociadas por lágrimas amargas que chillaban como chilló ella la otra vez.
-No… es que hace tiempo un hombre también me vino con el mismo pedido… nada- calló al darse cuenta que estaba hablando con un desconocido sobre algo íntimo.
-Entonces ruego que me perdone haberle hecho recordar… yo llevo tiempo deseando este momento, también una vez fui a pedir un ramo para dárselo a la chica que amaba, quería que se casase conmigo… fíjese si me fue mal que llevo años soñando con ella en una cama para uno- le reveló.
-¿Y otra chica le ha borrado esos sueños o va a intentarlo con la misma?- tuvo curiosidad mientras se esmeraba en el ramo.
-No, la misma, pero tengo ilusión que cuando vuelva a la cama y sueñe con ella, será en una cama para dos. Algo me dice que esta vez lo conseguiré-, Noemí notó en su voz un timbre de gran emotividad.
¿Por qué no contarlo? Ese hombre se iría con su ramo y no lo vería más… oiría más, sus ojos seguían clavado en las flores que cortaba.
-Yo… el chico que quería me pidió trabajo, entonces yo no sabía que lo hizo para estar cerca de mí, pasó un año más rápido de lo que yo creía y cuando me vine a dar cuenta… ya estaba perdidamente enamorada- empezó, no sabía muy bien como contarlo, nunca lo había hecho.
-¿Y él?- le animó el hombre.
En el reflejo dorado del papel ella vio perfectamente como entraba por la puerta, exaltado, y le pedía que hiciese un ramo especial para una chica que él amaba. Ella sonrió mientras en su interior lloraba, cuando le preguntó qué nombre ponía en la tarjeta él le contestó que el suyo.
-Pues él un día me pidió que hiciera un ramo para su chica, cuando lo terminé me dijo que pusiera mi nombre en él. Ese día nos hicimos novios- siguió contando, a la vez que se dio cuenta que acababa de poner las rosas de la misma forma que aquel ramo. Cambió el orden.
-Parece un buen día- opinó el hombre.
-Fue un buen día… y el otro día lo iba a hacer más-.
En el reflejo de la tijera volvió a recordar, cuando ella entró sorprendida en la tienda al ver que ya estaba abierta, y vio decenas de ramos y centros hechos, todos con tarjetas, el estaba en el mostrador con las tijeras cortando los tallos excesivamente largos de las rosas. Tenía ojeras, se había pasado la noche haciéndolos, le dijo que estaba cansado y le pidió a ella que hiciera el último ramo con las últimas flores que quedaba. Ella accedió y le preguntó que si tantas personas habían encargado por la noche. Él negó con la cabeza y contestó que un amigo lo había llamado y le había pedido estrictamente todas las flores que tuviese para dárselo a la mujer con quien quería casarse.
Recordaba perfectamente como rió ante la ocurrencia de su amigo y le preguntó por qué no él hacía lo mismo y se casaba con ella.
“Sólo falta que le pongas tu nombre a la tarjeta y te haré caso” Esas habían sido sus palabras. Todas las tarjetas ya lo tenían y las flores eran para ella.
-Un día tenía en toda la tienda ramos hechos. Eran muchos… yo hice un último mientras me contaba que un amigo le pidió toda la tienda para la mujer que amaba. Para mi sorpresa era él el amigo y yo la mujer que amaba y con quien quería casarse- relató poniendo con mimo las flores. Le estaba quedando precioso su último ramo.
-Parece que la quería- puntualizó el hombre.
-Si- se apresuró a contestar, -mucho, Carlos me quería mucho y yo a él, por eso me pidió que no le siguiese cuando…- no pudo seguir.
Tirado en el suelo.
Con flores desperdigadas por su cuerpo.
Las había derribado al caer.
Las había manchado de su sangre.
-Alguien entró a robar en ese momento y… me asusté, gritamos todos y el ladrón… a Carlos le llegó la bala porque se puso delante de mí-, no pudo reprimir las mismas lágrimas que fueron derramadas entonces sobre él.
-¿Murió?- preguntó el hombre, afectado.
-Como si lo estuviera, está en coma en una cama del hospital… es que no tengo a nadie más- terminó. –Le dije que sin él no quería vivir cundo estaba en el suelo desangrándose, ahí, donde esta usted… yo pensaba que se iba a morir, él dijo que no le siguiera. Que ya hallaría a otro… pero me es imposible- confesó, dando el último toque al ramo.
-Le ha quedado precioso, quien sabe… quizá haya soñado con usted estos cinco años y el deseo de volver a verla le haga hecho despertar y le pida un ramo y… le diga “pon tu nombre, Noemí”- aventuró el hombre.
-Imposible, los médicos dijeron que se quedaría así para siempre-.
-¿Cómo sabe que fue hace cinco años?- se percató.
-Pon tu nombre, Noemí-.
Levantó cabeza.
Carlos.

Estaba inmersa en el desierto, pero no le importaba, había encontrado un oasis de flores sorprendidas y agua que le salvaba la vida, Carlos.

Atentamente,

Elena Rojas

0 comentarios:

Publicar un comentario