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viernes, 21 de agosto de 2015

Noche de sirena


Buenos dias querido lector:



Un cuento mientras preparo los siguientes materiales prometidos


Noche de sirena


Me hallaba en mi lúgubre habitación, con tan sólo una estrecha cama y una desvencijada puerta. Mi habitación, mi prisión con una sola ventana, pequeña y vieja, por donde podía ver la cara de la noche:
Su ojo, la luna. Sus pecas, las estrellas. Su oscura tez, el cielo negro. Si abría la ventana me llegaban sus lágrimas, la lluvia, escuchaba sus gritos, los truenos, y también me llegaba su aliento, el gélido viento.
No era una noche agradable, pero sí adecuada.
A mi pequeña prisión le rodeaban pasillos donde reinan las sombras y el frío, salas inmensas y solitarias, donde parecen que aún se oyen los murmullos de los espectadores; camerinos con flores ya marchitas y espejos que reflejan la oscuridad; escenarios donde la madera todavía cruje, como cuando los actores caminan sobre él; y escaleras, de mármol frío y blanco donde resaltan los escalones cuando un resquicio de luz de la luna les llega, en medio de la soberanía de la oscuridad. Así era el teatro por las noches, cuando nadie lo habitaba.
Desde alguna de sus salas, el silencio era desgarrado con violencia  por las zarpas de mi tío, sus gritos de odio atravesaban las paredes con la misma facilidad que un fantasma. Pero el silencio también era roto por las garras de su nieto, hijo de mi primo, sus gritos de ira se alzaban sobre los truenos de la noche enfurecida.
Mi tío era dueño y señor del teatro. El poder que acostumbraba manejar, las órdenes que daba en cada minuto de su vida, la ingente cantidad de dinero que manejaba con sus manos avariciosas, el resto de los trabajadores que trataba como sublevados de su reino… lo habían convertido en un líder de negocios, y por tanto, frío y calculador, ambicioso y déspota: un verdadero tirano. Un tirano alto y corpulento, con el pelo surcado de canas y una expresión dura y frívola en los ojos, su físico imponente le daba aún mayor seguridad, característica de la experiencia ganada con los años. Para todos y aún más para mí era imponente, vencedor y ya nadie se atrevía a ser un rival.
Mi tío odiaba con toda su fuerza al ser que debía tener delante: su nieto. Sin importarle que por sus venas corría la misma sangre.
Su nieto, era el único que no se dejaba intimidar y le plantaba cara, por eso esta noche no parecía distinta de las demás, sus gritos de sus peleas era la música típica del teatro al caer el sol. Pero esa noche no sería otra más, sería su noche, mi noche.
El nieto de mi tío, el hijo de mi primo, había heredado el cuerpo de su padre: era alto aunque no corpulento, de tez morena, pelo castaño intenso y ojos vivaces y cálidos; sus ojos eran un mundo contrario al de los ojos de mi tío. Del padre el cuerpo, de la madre el alma: un  alma llena de humildad, honestidad y bondad, lo que hacía que fuese odioso para su abuelo.
-¡Tenme respeto! ¡Maldito…!-.
-¡¿A qué respeto te refieres?! ¡¿A el que nunca me has tenido?!- le interrumpió, sabiendo lo mucho que le disgustaba a mi tío que alguien le cortara.
-¡Ya no estás bajo mi tutela! ¡Eres mayor de edad así que compórtate como tal y márchate bien lejos de mí! –ordenó con su voz grave y penetrante que encogía a cualquiera.
-¡Exacto! ¡Ya no puedes mangonearme y tratarme como un niño pequeño idiota! ¡No puedes obligarme a irme!- aseguró, soltando toda su rabia en cada palabra.
-¡Ya no vives aquí! ¡Encima que te he comprado una buena casa…!-.
-¡Si! ¡Una buena casa y bien lejos de aquí para no verme! Pero da igual todo lo que hagas e intentes para sacarme de tu vida, porque siempre estaré aquí, cada vez que estrenes una obra yo estaré sentado en una butaca, cada vez que anochezca y tu te quedes aquí, yo estaré, cada vez que celebres una fiesta, yo estaré… ¡y no lo podrás impedir!- aseguró, utilizando cada palabra como un cuchillo que le pones a alguien en el cuello para amenazarle.
-¡¿Y así piensas pasarte tu vida, persiguiendo la mía?! ¡Loco! Acabarás en un psiquiátrico- afirmó mi tío, deleitándose con la idea.
-Puede, pero acabaré sabiendo la verdad, algún día te desquiciaré y te  la arrancaré  de tu boca- aseveró, totalmente dominado por la ira.
-¡No eres más que un niñito desagradecido! ¡¡Podrías haber acabado en orfanato y te acogí!!- le recordó, escupiendo las palabras como si fuera un lamento de haberlo hecho.
-¡¡Sólo lo hiciste para tener una buena imagen!! ¡Es fácil acoger a alguien y meterlo en una de las habitaciones de tu maldito teatro y que allí crezca como le parezca! Ni una mirada, ni una sonrisa, no podías perder ni un minuto en algo tan absurdo como el hijo de tu hijo- le echó en cara, la rabia la derramaba en sus gritos.
-Por favor- empezó mi tío con desprecio, - no te me pongas sentimental, los sentimientos son sólo el cauce de la debilidad y el fracaso. Yo no me relaciono con despojos lloricas, sino con hombres de verdad.- siguió con esa ironía suya fría e hiriente.
-Supongo que esos son los sentimientos de un trozo de hielo en el sitio del corazón. Pero yo ahora no te estoy pidiendo el cariño que nunca me regalaste ni siquiera en un cumpleaños. ¡Sino la verdad!- volvió a exigir.
-Tú me exiges la verdad que tú quieres oír, que es distinta a la verdad real que te la dije desde tus cinco años – le recordó, harto ya de la misma discusión desde hace años.
-¡Y un cuerno! ¡La verdad que tú cuentas es la verdad manipulada por tus manos, para que siempre tenga una imagen intachable tu maldito teatro!- le corrigió, furioso y descargando su rabio impotente que desde mi habitación la sentía y me estremecía.
-¡¿Te importa no decir maldito cada vez que nombras mi teatro?!-.
-Tú sabes mejor que yo que lo digo con razón, nada se escapa a tu vista, nada se hace aquí sin que lo sepas, porque todo lo planeas, todo lo ves, hasta el último rincón, sólo tú conoces cada secreto oscuro de este edificio… y son muchos, que se han de esconder ¿verdad? Más de lo que yo o cualquiera pueda imaginar. Este teatro está maldito porque tú has traído la maldición, pero en la sombra, donde los espectadores no puedan verlo, así has traído la fama y el éxito borrando el resto de los teatros que hay, ¡¿Pero a qué precio?!- le interrogó.
-¡No divagues! Soy un hombre de negocios que convirtió a un montón de ruinas en puro oro. Para tener éxito no hace falta pactar con el diablo- le aseguró, rabioso y enfurecido de que aquel mocoso se atreviera a desafiarle.
-No hace falta pactar con el diablo cuando se es uno ¿y si no hay algo oscuro por qué ninguno de tus subordinados se atreven a mirarte y nunca ríen, y las grandes estrellas hacen lo que tu digas cuando tú lo digas y como tú lo digas?- cuestionó.
-¡Porque todos saben que soy el mejor y ganarán dinero! Y para mandar hay que ser temido, ¡algo que deberías haber aprendido hace tiempo!-.
-¡¿Cómo murieron mis padres?!- interrogó, había oído muchas veces esa pregunta en muchas noches como esta.
-¡No hagas la pregunta que he respondido cada vez que hablamos!- le ordenó, era la única orden que no era obedecida desde hace mucho tiempo, más del que yo pueda recordar.
-¡Y esperas que me crea que murieron en tu teatro por un accidente! Sólo lo ocultas para mantener la fama-.
-¡Yo gobierno sobre las personas, no sobre techos que se desprenden!-.
-¡¿Con lo exigente que eres y dejaste que un techo estuviera en mal estado y se derrumbara?! Si tienes a un equipo de mantenimiento esclavizado y haciéndoles reparar cosas que están nuevas-.
-¡Se acabó! ¡Hoy es noche de sirena!- bramó.
Aquel último grito me heló la sangre y detuvo mi aliento, me paralizó al igual que paralizó a la cara de la noche, dejó de llorar, gritar y echar su gélido aliento. Ella temía esa frase tanto como yo. Pues aquella noche sería la testigo de un secreto más, uno oscuro, un último secreto.
Su nieto no entendió, se dio por vencido y oí sus pasos que se alejaban, en esos pasos oía perfectamente su impotencia y rabia.
Yo sabía que significaba aquello y me di cuenta de que se iba a escapar la poca esperanza que todavía había en este edificio, en mí, porque hace tiempo que dejé de ser persona y me convertí en un objeto más del teatro, oculto en la sombra y olvidados por todos, y como los demás objetos abandonados, testigos de algunos de los secretos. A eso me relegó mi tío, cuando dejé de ser la sobrina de su hermano pequeño muerto y un testigo de la muerte de su hijo y esposa.
Con seis años ya fui encerrada en mi habitación, mi prisión, por aquel entonces no entendí por qué, pero ahora, que han pasado los años y sigue ese recuerdo igual de vivo que cuando lo presencié, comprendo perfectamente de que soy el único punto débil de mi tío, su miedo. Por eso me ha amedrentado desde entonces y asegurado de que no sea capaz ni de mirarle a los ojos. No los veo desde los seis años, pero ellos me persiguen en mis pesadillas, mientras escucho su voz amenazándome y robándome mi voluntad como si sus palabras fuera un veneno que ingiero poco a poco y que cada vez me hace más daño.
Pero esa noche fui inmune a su veneno, tenía que serlo, o acabaría siendo uno letal.
El silencio volvió a ser soberano del teatro, de vez en cuando interrumpido por algún trueno débil. Me dirigí a la puerta, cerrada, hubo un tiempo en que estaba cerrada con llave, porque yo insistía en salir y aún tenías ganas de vivir viva y no muerta, pero dejó de hacerlo cuando vio que yo no era más que un cuerpo vivo con un espíritu muerto. Ahora la puerta estaba cerrada, simplemente cerrada.
Agarré el pomo, estaba frío, lo hice girar y la desvencijada puerta abrió a un mundo que yo conocía pero que no veía largo tiempo.
Oscuridad.
Al principio sólo eso.
Empecé a distinguir en medio de ella un pasillo ancho, tan lúgubre como mi habitación, estaba en la zona baja del teatro, donde no hace falta que esté bello para los espectadores ya que no pasaban por aquí.
Pasos lentos al principio daba, más rápidos después, pasos desesperados ¡Sólo había una oportunidad y dependía de la fortuna que me acompañara esa noche! Dos personas más en el teatro aparte de mí, si encontraba primero al nieto, salvada, si no, volvería a mi prisión o puede que algo peor ocurriese.
Pasillos y más pasillos, alguna sala, cuartos atestados de decorados y disfraces que en sombras son fantasmales. Ningún alma viva. Escaleras, por ellas empecé a subir, un piso, otro… y ningún alma viva.
El miedo me erizaba y me hacía pensar que quizás mi habitación no era un fin tan malo. En mitad de unas escaleras me quedé indecisa.
Yo no encontré al nieto de mi tío.
Pero él a mí si.
-¡Eh! ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?- interrogó un tanto sorprendido, él nunca me había visto ni sabía de mi existencia, como tanto otros.
Formulé una pregunta cuya respuesta conocía.
-¿Víctor? ¿Víctor Suárez, hijo de Carlos Suárez?, - asintió con la cabeza, algo desconfiado al ver una figura delgada y temblorosa con una cara pálida del miedo y de no haber visto el sol.
-¿Quién eres?- preguntó de nuevo.
-Soy Rebeca, -ya se me había olvidado como sonaba mi nombre, nadie lo había pronunciado y yo no lo pronuncié ni una vez en mi estancia en mi habitación. –Rebeca Suárez, hija del hermano pequeño de tu abuelo, mi tío, y tu padre era mi primo, tenía seis años la última vez que lo vi y fue en noche de sirena –le revelé. Siguió sin entender nada. Pero se quedó mirándome un rato y creo que sus inteligentes ojos pudieron ver parte de mi historia.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí encerrada? ¿Y qué es eso de noche de sirena?- quiso saber, acercándose y mirando alrededor, por si mi tío viniera.
-Cuando dejas de darle importancia al tiempo no sabes cuanto de él pasa. Acabé aquí porque mi padre murió junto con mi madre, no supe que les pasó, tampoco pregunté, tenía cuatro años y a los seis dejé de preguntar-. Pero no estoy aquí para hablar de lo mío- mi voz no era más que un susurro temeroso de que fuera escuchado por los oídos de mi tío, su nieto se acercó más para oírme mejor.
-Este teatro guarda secretos, secretos que son la clave del éxito de tu abuelo: trampas, estafas, sobornos, robos, amenazas… a los trabajadores, a los actores, a su rivales de otros teatros… así ha conseguido el monopolio y una numerosa clientela de alto nivel y riqueza y ser él uno más de ellos. Cada vez que ha habido algo que tapar, ha sabido también manejar a policías y de entre sus subordinados están sanguinarios delincuentes que ante él no son más que ovejas asustadas. A la luz de sol es poderoso y a la sombra lo es aún más- le revelé.
-¿Cómo sabes todo eso?- inquirió, no muy sorprendido, no esperaba menos de mi tío.
- Me pasé dos años escuchando y viendo cuando era una niña, a escondidas, por entonces no entendía lo que presenciaba… hasta que una vez vi más de la cuenta y fui descubierta- añadí.
-Tu sabes que le pasó a mis padres- supuso, sus ojos me estaban pidiendo a gritos la verdad a la que él le había dedicado su vida.
-Tu padre empezó a ver los métodos de tu abuelo, no le gustaron e intentó persuadirle de que no le hiciera, los dos negaban, tu abuelo a dejar sus métodos y tu padre a estar callado y aún menos formar parte. Una noche tu padre fue a ver a tu abuelo y le comunicó que iba a denunciarlo, ya sabes que tenía prestigio tu padre como escritor de obras de teatro y él sabía que se le escucharía; por desgracia tu abuelo también lo sabía… decidió que era noche de sirena- relaté.
-Fue el solito quien sentenció su muerte y la de tu madre al contárselo- afirmó mi tío, apareciendo por la esquina de un ancho pasillo y colocándose delante un ventanal donde entraba la luz de la luna, que le daba por detrás y le daba un aspecto fantasmal.
-Ahora es comprensible de que no me quisieras nunca, no querías ni a tu hijo- acusó su nieto, cerrando los puños como si en ellos estuviese el cuello de mi tío.
-No me dejó otra opción, además, le avisé de que si esa noche iba a los periodistas, sería noche de sirena, sabía lo que había pero siguió adelante… lo intentó- rectificó, esbozando una sonrisa cruel.
-Y tú, chiquilla insolente, de nada te habrá servido hablar, además, ¿quién iba a creer a un estropajo como tú?- quiso saber.
-Nadie- admití, bajando la cabeza para no encontrarme a los ojos que tanto temía.
-Tú vas a pagar por todo lo que habrás hecho, mal nacido- bramó furioso, abalanzándose contra su abuelo, pero mi tío era más fuerte y a pesar de tener sus años le hizo frente.
Empezaron a pelear. Los puños rabiosos alcanzaban las caras. Las manos a los cuellos. Mi tío le arrojó contra la ventana.
Cristales rotos volaron.
La luna dejaba destellos en los cristales.
Rojos.
Porque estaban manchados de sangre joven.
Para desagrado de mi tío, el chico no cayó al vacío, se agarró a los cristales que quedaban aún en la ventana y volvió a colocar los pies en el sitio.
Mi tío  apartó la chaqueta del bolsillo trasero de su pantalón, ya había visto ese gesto, y sabía que le seguía.
Antes de darme cuenta mi mano ya estaba en su bolsillo y extraía el objeto que él quería sacar.
Se dio la vuelta, dispuesta a descargar toda su ira en mí.
Quité con mano nerviosa la funda.
-Ningún rey es rey por siempre- declaré mientras la hundía en su vientre y sentía la primera cosa cálida que le perteneciera.
Su sangre.
Al apartar la mano relució a la luz de la luna la empuñadura de la daga.

-Tenía razón… hoy es noche de sirena- reconoció su nieto, observando la empuñadura con forma de sirena.

Atentamente,

Elena Rojas

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