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miércoles, 19 de agosto de 2015

La historia de los Lercaro

Buenos días querido lector

Una historia para comenzar el día:

Apunte, la historia es ficticia, la famila fue real y hoy en día se puede visitar el museo que fue la casa de esta familia noble.


LA HISTORIA DE LOS LERCARO


Cuento esta historia que me contó un anciano de La Laguna, unos de esos hombres que han nacido en su pequeña ciudad, allí han crecido y donde ahora descansan.
 La Laguna es antigua, muy antigua y encierra algunas historias extrañas y siniestras, algunas desde la época en que había conquistadores de todos los rincones del mundo. Muchas de ellas han estado ligadas a las casas de La Laguna, algunas son tan antiguas como la ciudad misma. Unas desmoronadas, otras resisten y unas últimas han sido restauradas para ser Ayuntamientos, colegios o museos de La Laguna y contar fragmentos de todo lo que ha sido testigo silencioso de esta ciudad.
Pero aunque ya ha pasado tiempo y la ciudad con sus casas se hallan cambiado lentamente, no ha impedido ni impedirá que las casa sigan estando liadas a esas historias que no se cuentan a los turistas cuando visitan La Laguna, ni siquiera a los jóvenes residentes.
Para ser recordadas por unos pocos e ignoradas por la mayoría.
Voy a contar una de tantas y una cosa aviso antes de empezar: esta que vas a leer no ha sido ni la más insólita ni la menos olvidada.

Esta es la historia de los Lercaro.
Ésta ocurrió en una casa que ahora es museo y la puedes visitar...
Empieza imaginando una casa de las de antes, que tenía un patio y alrededor todas las habitaciones. El patio es de piedra y en su centro hay un pozo como en tantas otras, ahora hay plantas y flores que lo alegran, quizá con la misma viveza que en su tiempo. Mientras las habitaciones son grandes, con suelos de madera y paredes de piedra. Ahora cada habitación muestra determinados objetos de nuestra historia, pero antes eran ocupadas por los muebles de la familia Lercaro.
Los Lercaro, una familia genovesa de comerciantes que vinieron a esta pequeña ciudad en el siglo XVI, tras la conquista, si… esta también es una historia casi tan antigua como La Laguna.
Los Lercaro, al ser comerciantes manejaban el suficiente dinero como para construirse esta casa que en su momento fue una gran mansión. Todavía hoy, para muchos, esta casa es más grande de la que puedo tener  yo o tú. Si ya te las has imaginado, seguiré con el relato.
Mientras  Isabel la Católica había muerto y le sucedía su hija Juana I de Castilla, aquí, en esta ciudad, era no más que un bebé recibiendo a su primeras gentes que venían de España y Europa para disfrutar de nueva tierra conquistada donde poder tener mejor vida en una gran casa. Como fue el caso de los Lercaro.
Una familia adinerada no muy distinta de cualquier otra: el señor y la señora Lercaro: elegantes, poderosos y muy pendientes de la burguesía y la nobleza. Con sus hijos, que eran cuatro: el primogénito Damián, alto y atractivo, decidido a ser igual y más poderoso que su padre y llevar el nombre de la familia a la gloria. Norma, la segunda hija, bien instruida para buscar buen marido, cuyas estrategias eran las palabras y perfumes dulces, ya que su físico no colaboraba. Marco, el tercero, deseoso de haber sido primero para poder ser el favorito del padre y llevar la casa cuando éste no estuviera, no poseía la misma suerte en atractivo que su hermano. Y por último, Isabel, la benjamín, y quizá por ser la menor y tener que esperar a que se casase su hermana, Dios la dotó con más gracia y belleza. Ésta era la familia Lercaro que vino a vivir en esta ciudad.
 Ahora te voy a contar que puede pasarle a una familia si se deja llevar por la cruel sociedad, con sus tradiciones y reglas, y por la pasión desenfrenada, con sentimientos incontrolados que pueden volver a una persona loca o libre.
Quiso el destino que en estos parajes, además de esta familia burguesa, hubiese a su alrededor otra con que competir, los Berardi, y una familia noble de por medio, los Losantos. Junto con la gente humilde para servirlos como solía pasar.
Comencemos con Marco, cuyo corazón estaba dividido, una mitad para envidiar a su hermano y la otra para palpitar por Inés, la hija mayor de la familia noble, a quien solía espiar cuando daba paseos con su madre por las calles de La Laguna, algunas veces lo hacía desde la ventana, otras, salía y las perseguía de lejos. Motivo por el cual muchas veces llegaba tarde a almorzar. -Tarde otra vez, hijo ¿te parece propio que un chico de tu clase no llegue puntual a almorzar? ¿Qué excusas traes esta vez?- solía preguntar irritado su padre. Marco siempre daba alguna.
Sin embargo, Damián no iba en particular tras de ninguna, aprovechaba su buen ver para conquistar a una moza cuando le apetecía, con que la actitud de su hermano también le irritaba. A él sólo le preocupaba su herencia.
En cuanto a las hijas, Norma moría por casarse, pues ya empezaba a estar madura, deseaba mucho poder disfrutar de un hombre que la halagase con ricos vestidos y joyas, como hacía su padre con su madre. Y si Norma se moría de ganas, piensa en la desilusionada Isabel, viendo como su hermana no le aparecía siquiera un novio ¿cuándo le tocaría a ella?
En un día a la hora de almorzar en que Marco llegaba tarde una vez más, no pasaría la acostumbrada monotonía.
-Hijos míos, prestad atención, ya que por fin Marco se dignó a honrarnos con su visita- puntualizó el padre.
-Padre, no empiece usted otra vez, por favor, insiste tanto en las reglas de la nobleza… y nosotros no somos nobles- le recordó, hastiado.
-Si somos más inteligentes y rápidos que los Berardi, pronto lo seremos, así que en un futuro próximo espero que empieces a variar tus costumbres- advirtió.
-Padre ¿qué es eso que pronto lo seremos?- preguntó Norma, con una esperanza.
- Los Losantos llevan tiempo disimulando, pero ya están al borde de la ruina y no quieren perder su vida lujosa, por tanto hará un acuerdo con una de las familias, o los Berardi, o nosotros, escogerán a la que vean con mejor fama y riqueza, por supuesto- añadió.
-Vuestro padre ha pensado que tú, Damián, al ser primogénito al igual que Inés, su hija mayor, eres perfecto, pues los Berardi tienen una primogénita y tres hijas más antes de tener el primer varón, que no es más que un chiquillo de quince años- intervino la señora Lercaro.
-¡Eso no puede ser!- bramó Marco, enfurecido, dando un puñetazo en la mesa, pues él siempre fue muy impulsivo y puede que eso ayudara a lo que vino después.
-No cuestiones mis decisiones, ni siguieres eres el mayor para tener la posibilidad de tener en cuenta tus palabras. Limítate a obedecer y ser motivo de orgullo de esta familia. Tu hermano está más capacitado y debe ser el que se case con Inés.
-Pero si es incapaz de amar a nadie- insistió Marco.
-Eso no es verdad, hermano, yo quiero y deseo cuidar de esta familia y para hacerlo asumo el deber de casarme con Inés, a la que amaré como esposa- se defendió con vehemencia.
-Escucha y aprende de tu hermano, así es como debe ser un hijo- le reprochó su padre.
Marco calló su ira, se levantó de su mesa y marchó a su cuarto. Su padre le dejó.
-Padre ¿y su hijo Francisco? Es el segundo, podría casarse conmigo- propuso Norma, ansiosa, siempre había observado a ese hombre, era guapo y fuerte, le gustaban mucho las mujeres jóvenes y hermosas y frecuentaba con ellas. Se sabía también que era violento.
-Lo primero es dar hombre a su primogénita, podríamos proponerlo- consideró su padre, ambicioso por un título de la nobleza.
-Entonces hagamos un banquete e invitemos a los Losantos, hija, tú me acompañarás mañana para comprar los mejores atavíos y por la tarde que las sirvientas te dejen deslumbrante. Tú, Isabel, puedes acompañarnos- dijo su madre.
Al día siguiente mientras en la casa las criadas fregaban, limpiaban y pulían para que todo estuviese reluciente en la casa de los Lercaro. Padre e hijo mayor hablaban de lo que convenía, Marcos seguía encerrado en su habitación y la madre con sus dos hijas iban a comprar.
Isabel iba indiferente a los nervios de su hermana y madre, estaba acostumbrada a que las cosas no le afectase a ella por ser la menor. Después de varias horas viendo a su hermana enfundada en todos los vestidos que en la ciudad existiese y su madre intentar ver cual disimulaba mejor su cuerpo no agraciado, Isabel se iba distanciando poco a poco hasta llegar a un puesto de flores.
Ensimismada en ellas no vio acercarse al mozo.
-Veo a una flor mirando a otras-. Isabel se asustó al ver junto a ella a un buen mozo vestido de soldado que la miraba fijamente. –Perdón si la he asustado, señorita-.
-No se disculpe caballero, soy yo que estaba absorta- respondió Isabel, bajando la cabeza y sumisa, como la habían enseñado a ser.
-¿Caballero? No señorita, más quisiera para poder pretenderos, no soy más que un soldado, Antonio Landi- .
-Isabel Lercaro- se presentó ella.
-He oído hablar de vuestra familia, yo vengo a servir a los Losantos como guardia personal-
-Entonces quizá venga a nuestra cena, esta noche son nuestros huéspedes- comentó ella, tímida.
-Entonces me consideraré afortunado de poder verla de nuevo- concluyó el hombre.
-¡Isabel! Ven aquí, vamos, tu hermana ya ha elegido vestido- le apremió la madre.
-Discúlpeme- y se alejó presurosa.
-¿Qué hacías hablando con un simple soldado? Si fuera al menos un oficial  - estimó su madre.
-Perdóneme madre, va a ser el nuevo guardia personal de los Losantos- contestó ella.
-Querrás decir nuestro nuevo guardia personal- le corrigió su hermana, deseosa.

Por la tarde, Norma era arreglada por las criadas con esmero bajo las exigencias de la madre, que a la vez le daba consejos a la hija para conquistar a un hombre.
-Estar bella siempre para él y sumisa, si hablas es para halagarle, cuida bien tu maquillaje y procura estar bien perfumada, al bailar con elegancia y que te lleve él, accede a lo que te pida… mientras tú, Isabel, viste bien pero discreta, no debes llamar la atención,  habla sólo con las hijas de Losantos, que vean lo bien educada que estás, procura no hablar demasiado- ordenó dirigiéndose a su hija, ella asintió sin escuchar, pues llevaba todo el día escuchando las palabras de un simple soldado quien inesperadamente le habían llenado su corazón.
Con la entrada de la noche, la impoluta casa relució bajo los farolillos en el patio, ocupado con la mejor mesa y sillas, sobre la mesa estaba depositada la reluciente vajilla de porcelana y sobre la fresca hierba y flores, los músicos con sus instrumentos de madera brillante.
 Una velada perfecta y preparada hasta el último detalle.
Los Losantos comieron a gusto las carnes más caras acompañadas del mejor vino, junto con las palabras zalameras del señor y la señora Lercaro.
-Una cena exquisita, si me permitís, tomaré más vino- pidió el cabeza de familia, el señor Lercaro asintió y miró a Isabel ordenándole  con el gesto que le acercara el vino.
-Gracias jovenzuela, buena muchacha tiene, me recuerda a mi Inés a su edad- opinó el hombre, disfrutando del vino.
-Nada me halaga más- asintió el señor Lercaro, complacido, Francisco también estaba complacido con ella.
-Acercarme a mi también el vino, linda muchacha- pidió alzando la copa, Isabel se aproximó para acercarle el vino mientras él aprovechaba para devorarla con sus encaprichados ojos. Detalle que no se escapó a la experta madre ni a su hija dolorida Norma. Tampoco al soldado Antonio, junto a los músicos.
-Entonces ¿qué le parece mi hijo Damián para su adorable hija?- preguntó el señor Lercaro, Damián se levantó y se dirigió con cortesía al padre y madre Losantos.
-Sería para mí un honor poder desposar a vuestra hermosa hija y complacerla en sus deseos y ser humilde servidor entonces de mi nueva familia- dijo. Tanto el padre como la madre les gustó el porte del muchacho como su seguridad, sería un buen cabeza de familia.
-Sea pues entonces- asintió el señor Losantos. Inés se ruborizó, impresionada por el guapo chico que ni se daba cuenta del otro hermano.
-Dejemos entonces que los muchachos se diviertan y bailen- propuso el señor Lercaro, contento.
Damián sacó a bailar a Inés bajo la envidiosa mirada de su hermano, que se vio en la obligación de sacar a bailar a la hermana de Inés, no más que una niña.
-Francisco, baila con Norma, es la hija mayor de nuestros anfitriones- propuso su madre, Francisco obedeció, disimulando su desagrado al verla.
Isabel se quedó junto con los otros dos hijos de los Losantos, demasiado vino ya como para bailar.
-Isabel, acércate a la cocina y pide a la sirvienta que se lleve las copas de vino y traiga unos licores- le ordenó su padre. Isabel asintió y obedeció.
Entró en la cocina y se asustó al ver un hombre y no a la sirvienta, tirando a su paso una de las copas que estaban ya preparadas.
-Perdone señorita, ya la he asustado dos veces hoy- se disculpó Antonio, ayudándola a recoger,   sólo venía a por un poco de agua, no tengo la suerte  de estar sentado al lado de una linda joven  -piropeó, Isabel se ruborizó y bajó la cabeza.
-¿Por qué agacha la cabeza, señorita? Así no puedo verle esos ojos tan bonitos- preguntó, terminando de  recoger los cristales.
-No se debe mirar a un hombre- respondió cogiendo las copas de licor.
-Pues a mí me gusta que me mires y que me hables- confesó, alcanzándole la botella de licor.
Isabel se quedó mirándole tímidamente y él también a ella. Isabel empezó a perder la timidez.
-Creía que se debía de temer a un hombre- opinó, sirviendo licor en las copas.
-Sería incapaz de asustar a un ángel, yo procuraría hacerla reír-, a Isabel le empezaba a gustar bastante esa otra manera de vivir.
-¿Así se conocen los humildes?- preguntó.
-Así lo hacen los enamorados- le contestó él.
Antes de que se diera cuenta, Isabel tocaba sus labios con los suyos, los retiró.
-Perdón por mi atrevimiento- se disculpó dándose la vuelta llevándose en una bandeja los licores.
-Entonces perdone señorita el mío- pidió, besándola dulcemente.
-Isabel, has tardado- objetó su padre.
-Perdone padre, no encontraba a la sirvienta - se disculpó volviéndose a sentar.
-Sería una lástima que en esta hermosa velada la muchacha no bailase ¿puedo sacarla a bailar?- preguntó Francisco, dejando a Norma, contrariada.
-Por supuesto, buen mozo, hacedlo, Norma debe estar cansada- aprobó el padre, dándose cuenta. –Seguid bailando, que son jóvenes, nosotros iremos junto a la chimenea, empieza a hacer fresco- propuso el señor Lercaro al señor y señora Losantos, ellos asintieron y se retiraron.
-Es verdad que hace un poco de fresco ¿no tiene frío? Puede pegarse más- invitó Francisco, al poco rato de estar bailando.
-No, gracias, no tengo frío. Estoy algo exhausta, será mejor que me retire y le deje con Norma- opinó ella, deseosa de marcharse.
-Entonces le acompañaré primero, además, su hermano mayor fue a enseñar a Inés vuestra sala de cuadros familiares, podría enseñármelo un momento- propuso, Isabel asintió resignada. Fueron a la sala.
-Deben haberse marchado ya- observó Francisco al no ver a nadie, ojeando sin prisa.
-Si me permite me retiro y le dejo para que se esté el tiempo que quiera- comentó Isabel, empezando a dirigirse a la puerta.
-No, muchacha, presentádmelos- le animó él, mirándola fijamente, Isabel bajó aún más la vista.
-Esa es mi abuela, se llamaba también Isabel- empezó.
-Y ha heredado usted algo más que su nombre, su belleza- opinó, situándose detrás y poniendo sus manos sobre sus hombros y empezando a deslizarlas.
-Será mejor que me marche- dijo incómoda y dirigiéndose a la puerta, éste la detuvo y empezó a forzarla.
-Mi señor, vuestro padre os llama, es algo importante- interrumpió Antonio, abriendo de golpe la puerta. Francisco lo miró con odio y salió, Antonio lo tuvo que seguir pero antes de marcharse le susurró a ella -enciérrate en tu habitación-.
Isabel corrió a su habitación y cerró la puerta con llave, para su sorpresa, Marco estaba ahí.
-Marco, hermano ¿qué haces aquí?- le preguntó, arreglándose.
-¿Los oyes? Y él no la ama- contestó, irascible y con los puños crispados.
Isabel los oyó, manteniendo relaciones en la habitación contigua.
-Cálmate, hermano- suplicó.
-No, no me calmo, y tú serás como las otras, sólo miran a los guapos- chilló, girando la llave y saliendo de la habitación.
 Allí se quedó, hasta que su madre la fue a buscar.
-Hija abre, deberías haber bajado para haberte despedido de los Losantos- opinó su madre.
-Perdone madre, estaba indispuesta- contestó, abriendo la puerta.
-Bajemos hija, tenemos que hablar junto con los demás- le ordenó su madre. Ambas bajaron.
-Muy bien, hijos míos, lo hemos conseguido, cuando se celebren las bodas, seremos de la nobleza- anunció el señor Lercaro, satisfecho.
-¿Las bodas? Entonces ¿me caso con Francisco?- preguntó Norma, esperanzada.
-Se lo propusimos a su padre y luego a él, pero el muchacho dijo que sólo se casaría con Isabel, así que accedimos- respondió el padre, frío.
-¡¿Qué?! ¡No puede! ¡Yo soy la mayor!- vociferó Norma, furiosa.
-Si así somos parte de ellos, así será y tú ya te casarás con otro- sentenció el padre.
Isabel estaba aterrorizada.
-Padre, me da miedo ese hombre- suplicó Isabel.
-¡Ella no quiere! ¡Yo si!- gritó Norma.
-El miedo lleva al respeto, te casarás con él- respondió el padre, impasible.
-Madre, intentó forzarme- exclamó Isabel, suplicante.
-Viene de una familia noble, no haría eso, además, a partir de ahora, al ser tu esposo, tendrás que acceder- le advirtió su madre.
-¡Yo quiero a Francisco!- siguió gritando Norma.
-¡Y yo a Antonio!- gritó también a Isabel, acto seguido se tapó la boca. Su padre la miró confuso.
-Es el guardia personal de los Losantos- contestó su mujer.
-¡Niña estúpida! Te casarás con Francisco y se acabó, retiraros todos a los dormitorios- ordenó el padre, saliendo con su mujer.
Las hijas también salieron.

-Hermano, tú no la amas- le detuvo Marco.
- Espera a que una de sus hermanas crezca un poco para ti- contestó con desprecio.
-¡Eso no es amor!-.
-Deja de soñar a partir de ahora con ella, es mía- le atajó, dirigiéndose a la cocina para beber agua.
-¡Todo es tuyo! El afecto de nuestro padre, la herencia, el buen físico, las mujeres, hasta la que yo amo.  Aunque te cases con ella seguirás con otras- bramó, persiguiéndolo.
-Pues asúmelo- le espetó. Empezaron a luchar, Damián apartó de a su hermano de un empujón, él perdió equilibrio, dio unos pasos atrás y cayó sobre el fogón, ardiendo. Su hermano intentó sacarle, pero cuando lo consiguió y apagó las llamas del cuerpo de Marco, fue tarde.

-¡Yo tenía que haber sido la primera en casarme!- gritó Norma, en el patio, donde estaba su hermana.
-¡Quédatelo! Me voy- anunció, caminado hacía la salida.
-¿Adónde vas?-.
-Junto con Antonio, me voy con él a cualquier parte- gritó.
-¡No! No puedes, no puedes marcharte, deshonrarás a nuestra familia ¡cásate con Francisco! -.
- Jamás, sólo me casaré con Antonio-.
-Despierta hermana, sólo te quiere igual que Francisco, luego perderá el interés-.
-No, me ama y voy con él-, su hermana se interpuso.
-Sabes que no puedes y padre no te dejará- bramó Norma.
-Pues si no puedo estar con él, con nadie, no entregaré mi corazón a nadie más- decidió Isabel.
-Tampoco podrás, una mujer debe casarse y si te niegas se romperá el acuerdo y serás la vergüenza de los Lercaro- negó Norma, cogiendo a su hermana y zarandeándola.
-Tú que tienes la oportunidad que a mi me falta, cásate- suplicó.
-¡No estoy enamorada de él!- se negó, desprendiéndose de ella.
-Para casarse no es necesario- le recordó, -si no lo haces con él, ningún otro hombre lo hará- siguió Norma, desesperada por hacerla entrar en razón. –Que daría yo por estar en tu lugar- siguió desconsolada.
-No quiero a  otro que a Antonio, vendrá a buscarme y nos casaremos- aseguró.
-Mi pobre hermana, y aunque él quisiera no le dejarían, padre le mataría- exclamó Norma.
Isabel afirmó, serenándose, su hermana suspiró al ver que por fin había entendido, -tienes razón, nosotros que supuestamente somos libres y los pobres no, somos más esclavos que ellos, y yo quiero libertad, pero no puedo tenerla… no lo soporto, así que adiós querida hermana- se despidió.
-¡No lo hagas! Otro hombre te ocupará el corazón, dale una oportunidad a Francisco, verás como te hace olvidar Antonio- suplicó Norma, agarrando a Isabel para que no se tirara por el pozo.
Pero lo consiguió.
En ese momento irrumpía en el patio Antonio.
-¿Dónde está tu hermana? Voy a llevármela antes que Francisco se case con ella- anunció.
-Vete muchacho y huye. Que por lo menos uno se libre de la desgracia. Ella ahora es libre- respondió Norma, señalando al pozo mientras veía por detrás de Antonio a su hermano mayor sosteniendo al cuerpo de Marco ya sin vida. -Vete, que padre no te encuentre o hallarás también la muerte- le apremió, llorando.

Ahora, siglos después, no hay rastro de lo que aconteció allá en el siglo  XVI, la casa es ahora museo restaurado, con un agradable patio con su pozo… que por la noche hay quienes dicen que aún se puede escuchar a Isabel en el pozo. Hay quien incluso dice que la ha visto. Yo, particularmente, no me he atrevido a ir por la noche a comprobarlo.   Creo que no sería capaz de aguantar sus sufridos llantos. Hay también quien dice que por la noche huele a carne quemada y ve fulgores en la cocina. Yo no me atrevo entrar ahí ni de día.                                                        
Ésta es una de las historias que oculta La Laguna. Ésta ha ocurrido en una de sus casas.

Hay muchas casas más que detrás de sus puertas se esconde algo más que polvo viejo y aire rancio.

Atentamente,

Elena Rojas

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