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jueves, 13 de agosto de 2015

¿Por qué yo? ¿Por qué Salazar? Relato completo

Buenos días querido lector:


  ¡Empecemos la mañana!

  Para quien guste de leerlo de principio a fin, para quien se perdió una parte, para quien esperó a tener la historia completa, para   quién se acaba de incorporar y ni sabe de qué estoy hablando. Sencillamente, para ti. El relato completo con sus videos para disfrutar
(y esta tarde el Exorcista Piamontés)



¿Por qué Salazar¿ ¿Por qué yo?
Su historia. Mi historia
Esta es la historia que te quería contar:
Mi historia; la de Salazar.
¿Por qué yo?
¿Por qué Salazar?
¿Por qué “El abogado de las brujas”?
Esta es la pregunta que le enseñan a hacer a todo historiador ¿Por qué? Causa y consecuencia.
Esto está también basado en hechos reales, en como dos personas de siglos distintos se encuentran, se conocen  casualidad (¿o no?) y a partir de ahí son inseparables, no pueden vivir el uno sin el otro; se irán encontrando con el paso de los años como ironía de lo casual y el destino.
Todo empieza en una fría y húmeda universidad, pequeña pero atiborrada de estudiantes que van y vienen; cargados de libros, exámenes y un sinfín de trabajos que había que entregar en fechas imposibles.
En ese amasijo de estudiantes aún sin titular había una joven que estaba en su segundo curso de Historia. Ella también debía hacer trabajos como si de una maratón se tratase. Así que de la larga lista escogió uno que cumplía con los suficientes requisitos a su juicio:
Estaba libre.
Le llamaba la atención más que otros temas más bien aburridetes y tediosos.
De modo que escogió a la ligera y a lo caprichoso. A la ligera eligió cambiar el rumbo de su vida.
Lo siguiente que podemos ver es a una chica encerrada en su habitación con un ordenador y un reguero de libros en el suelo y en la cama un tanto extraños. Su madre se asomaba por la puerta y se preguntaba si su niña estudiaba historia o esoterismo.
Brujas por allá, demonios por aquí.
La Inquisición a la izquierda de la hechicería y aplastada por obsoletos manuales de aquelarres y torturas.
¿Estaba investigando para Historia Moderna o para el Cuarto Milenio?
La aspirante a aprobar el curso a pesar de toda adversidad logró finalizar su trabajo, exponerlo y sacar sus exámenes. Eso anunciaba la llegada del glorioso verano para descansar y ponerse morena.
Sin embargo, algo la reconcomía, le causaba fiebre y dolor de cabeza; no la dejaba relajarse o desconectar.
Extrañamente, ahí (enterrado bajo pilas de trabajos que ya ni recordaba) un curioso caso le venía a su mente y no la dejaba soñar con otra cosa.
Salazar Frías se le colaba en sus pensamientos.
Aquel extraño personaje, que había conocido en un viejo libro amarillento y rancio, tenía vida propia. Lograba salir del tercer piso de la biblioteca (y del siglo XVII) e ir a buscarla. 
Así que volvió a la biblioteca en vez de irse a la playa. Llegó por primera vez sin prisas ( sin tener que sacar diez libros de lecturita para dos días) y fue derecha al estante, pues aún siendo alumna ya se sabía de memoria la planta de Historia. Cogió el libro y leyó tranquilamente el extraño caso del Abogado de las brujas.
Y sin ni si quisiera pensarlo, lo decidió

Dio paso a un verano diferente y… atípico
La playa con un helado en la mano fue sustituido por un ordenador y un abanico. Durante dos meses una joven de diecinueve años se dedicó en cuerpo y alma a seguir investigando y escribiendo el extraño caso de las brujas de Zugarramurdi.
¿Y cómo es que una chica no aprovechaba sus meses de descanso y se enfrascaba en una carrera a contrarreloj?
No era una obsesión, es que no tenía opción.
Si deseaba escribir el relato debía hacerlo antes que comenzara el curso y ya no tendría tiempo para escribir otra cosa que comentarios históricos y exámenes. Aquella trepidante y asombrosa historia le había calado en el alma.
Y lo peor
¡Ahora no salía!
Si señores, Salazar de Frías no salía de su cabeza; si no la escribía, temía que la sombra del personaje se le quedara tan hondo que la terminara ahogándola.
Debía dar a conocer quién fue el Abogado de las brujas, qué pasó en Zugarramurdi y todos los pueblos vecinos del norte, qué decidieron los inquisidores hacer para acabar con el caos brujeril…todo. Así ella se quedaría en paz y habría cumplido con su parte, como si de un pacto se tratase entre una estudiante del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Así escribía su historia en una novela basada en hechos reales con unas pinceladas de fantasía y magia. Los personajes muertes en archivos inquisitoriales cobraban aliento y voz en sus palabras.
Hasta que terminó. Tras dos meses intensos.
Respiró hondo, Salazar debía estar satisfecho: había acabado a tiempo. Ahora podría estudiar tranquila su tercer curso, aunque echaría de menos a aquel extraordinario personaje.
…o eso creía.
Pasaron unos meses…
Totalmente, tranquila, estudiando. Los días eran rutinas agradables y apacibles: biblioteca por la mañana, clase por la tarde y a la noche siempre era mejor adelantar algo de tarea después de la cena.
Tenía una novela flamante en la novela que aún olía a recién hecha como los bizcochos aún calientes y crujientes en su corteza pero blandos por dentro. Así estaba el libro en su ordenador.
¿Qué haría con él?
Si deseaba dar a conocer la increíble historia de Salazar morirse en la solitaria computadora no era una opción. Obviamente había que editarlo.
¡Qué fácil de decir y que complicado de hacer! Tendría que buscar editoriales a ver si, por cual extraño milagro, alguna le interesaba una escritora novel de tantísimos que debería de haber.
Su madre llevaba leyendo la novela desde que la terminó en verano y se había pasado unos meses escudriñándola para criticarla, revisarla y corregir aquello que se debiera para mejorar la comprensión y deleite de la obra.
¡Y menos mal que lo hizo! ¡Cuántas cosas se cambiaron! ¡Ufffffff! Juventud esta que con las prisas se saltan mil detalles, menos mal que las madres están siempre para salvar la situación…
En aquel otoño del tercer curso andaba ella atorrollada haciéndose una lista de editoriales, preguntándose si alguna respondería.
Un amigo le saltó del chat pero en ese momento a ella no le apetecía nada hablar ¡estaba ocupada! A ver quién le decía a un inquisidor del siglo XVII que no estaba haciendo nada por estar de chateo. De modo que le dijo claramente al amigo que andaba liada buscando editoriales.
Casualidades tramadas por el destino que el tal amigo tenía otro amigo que trabajaba en una editorial. Era justo la puerta que necesitaba: que fuera un trabajador desde dentro que la presentase y no otro manuscrito llegado por correo de miles.
En resumidas cuentas, aquel hombre respondió a su correo y solicitud, recogió su novela y la presentó a la editorial y…
Fue admitida, sería publicada, en papel.
La sombra de Salazar se marcharía satisfecha. O eso volvió a pensar ella.

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Saldría al año siguiente.
Entre papeleos y preparativos había llegado el cuarto curso sin darse ni siquiera cuenta y allá por un mes de noviembre de 2010, llegaba su ejemplar de la novela impresa.
La vio. La olió. Pasó las páginas. La miraba con la misma ternura que una madre mira a su bebé: ahí estaba su obra recién nacida.
La felicidad la embriagó y le dio fuerzas para lo que se avecinaba:
Presentaciones de la novela, entrevistas, charlas, librerías, ferias y más ferias. Por si no te lo había dicho: ¡ferias!
Eran horas, paciencia, sonrisas por doquier. Agotaba pero siempre merecía la pena aunque sólo fuera por conocer nuevas personas. Habían días rotundos y absolutos, otros en que pensabas: “ya será mañana otro día”.
Eran momentos de no parar, o estaba en clase, o estudiaba o iba corriendo a algún acto de promoción. Porque por suerte las había.
Y es que tenía ayuda ¡y mucha!
El apoyo incondicional de mi familia, mis compañeros de facultad se volcaron y animaron, los profesores mostraron su sorpresa y alegría.
Lo había hecho en verano sin decir nada, no es que quisiera ocultarlo; es que todo resultó espontáneo y ella aún no sabía que tenía el privilegio de haber un especialista de la inquisición en la universidad. La muy “perspicaz” se enteró una vez escrito y publicado el libro.
Cual fue la sorpresa del profesor más duro, respetado y temido de la facultad leer la portada de un libro que tenía un pasajero del tranvía y reconocer nombre y foto de una alumna  suya: y lo peor, su trabajo que presentaba a exposición iba del mismo tema; había aprovechado ya el trabajo de investigación. Así que la pilló, abordó y ayudó preparando todo para un acto.
Pero no fueron los únicos que la apoyaron, fuera del ámbito académico conoció periodistas y escritores que de buena gana se pusieron en contacto con ella. Se convirtieron en mentores y consejeros, la introdujeron en el mundo de las ferias y los actos. Conoció libreros que dejaron un espacio para ella y personas que compraban para ayudarla.
La única pena que tenía ella era no conocer cara a cara a todo aquel que compró el libro y se hizo una idea de Salazar, sin poder saber qué opinaba sobre él. Pero hubieron situaciones bastantes curiosas que le hacían reír el alma y guiñarle un ojo a Salazar.
Tras aquel intenso cuarto curso de Historia le sucedió el quinto. Aquel era el año de la finalización de la carrera, la preparación de la orla, pensar en el futuro incierto del trabajo dada la omnipresente crisis y defender el examen de idiomas oficial que ahora se exigía. Así que (con este también intenso panorama), la estudiante a punto de ser licenciada se limitó a escuchar a sus amistades y sus situaciones rocambolescas.
“El mes pasado viajé, y durante mi trayecto en tren una señora leía tu libro”.
“He enviado un ejemplar vía correo para mi amiga que vive al otro lado del charco, pues le gusta las brujas”.
“Espera, espera, tu eres la escritora, si esto, espera, yo me acuerdo del título, es que lo compré pero se lo di a mi tía y no me lo devolvió, ¿si eres no? Te pareces a la de la foto…”.
Incluso acabado la carrera, empezado a trabajar, desconectada ya de Salazar y los momentos maravillosos de cuando fue estudiante y escritora… todavía aún, se acercaba algún vecino que trabajaba enfrente suya que la conocía sin haberse hablado nunca, y era que recordaba que hace unos años se había comprado el libro, leído y vete a saber dónde estaba.
¿Era casualidades o Salazar de vez en cuando regresaba como sombra para que no le olvidara?
Casualidades, no podía aún seguirla, en su momento cumplió con el pacto extraño de una joven del siglo XXI y un inquisidor del siglo XVII.
Ay, subestimaba la tenacidad de aquel extraordinario inquisidor, claro que no eran casualidades. Y dado que aquella tozuda no se quería dar por enterada sería menos sutil con sus señales.
Vaya que si…..
Pasaron los días, cortos y estresantes.
Pasaron los meses, con prisas y el reloj gritándole ¡llegas tarde! ¡LLEGAS TARDE!
Pasaron los primeros años, entre clases y alumnos, clientes y ordenadores, exámenes y currículums.
Ella andaba entretenida todo el día. Muchos horarios, muchas horas de entrada y salida todo el día. Corría todo el día.
Así que Salazar esperaba paciente, no le iba a escuchar.
De vez en cuando su madre le recordaba que qué pasaba con la novela, si decidiría editarla de nuevo, pero ella tozuda, no tenía tiempo. Estaba centrada en las clases que debía impartir y en presentarse a exámenes de idiomas para obtener título. Le encantaba enseñar, era su pasión y sus alumnos llenaban su alma; pero también le fatigaba mucho.
Con tantas prisas, no veía ciertos detalles, ciertos mensajes sutiles.
Pasaba por la calle y no veía el letrero que decía “…Salazar y Frías: abogado” ¿Para qué iba a mirar? Ella no necesitaba ningún abogado.
Las insistencias de su madre y algunos amigos…no las oía del todo.
Encontrar su propio libro en unos estantes mientras buscaba otro de inglés…no le decía nada.
Pasar mil veces por delante del Obispado, cuyo edificio era propiedad de la antigua familia noble de los Salazar y Cologan…tampoco le decía nada.
Si ella pudiese ver la sombra del inquisidor, vería como se tiraba del cabello e imploraba a Dios con los brazos abiertos.
Pero si algo definía a Salazar, era su tenacidad y persistencia. E ideó el plan maestro para hacerla parar un momento y reflexionar.
Lo primero: ¡tenía que encontrar un empleo más sosegado!
A finales de aquel año, mientras impartía una de sus clases, recibió una llamada la joven.
Debía empezar a trabajar de inmediato en el museo.
Salazar sonrió en la sombra.
Perfecto

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Era un mundo nuevo.
Uniforme, profesores a cargo de las exposiciones, compañeros, los visitantes…
Pronto aprendió sobre la historia del edificio emblemático para responder las preguntas de los turistas, a decir buenos días constantemente en varios idiomas y a indicar dónde andaba el baño (pregunta estrella por cierto).
Había días que era un hervidero de visitantes y no salía de su sala. Pero había otros en que el reloj del campanario, por mucho que avanzara, no entraba una triste alma perdida ni para guarecerse de la lluvia y frío del exterior.
Y si, solía hacer frío, del húmedo, de ese que por más que se abrigaba ella, acababa calada hasta los huesos y luego se llevaba aquel frío dentro de su cuerpo a su casa.
En aquellos momentos solitarios en que el museo enseñaba su esplendor únicamente a los trabajadores, solía salir al pasillo y admirar el lindo patio: vetusto, imponente, de madera y piedra, donde albergaba un estanque y un jardín botánico de incalculable valor.
A fuerza de la rutina la joven se aprendió todo al sumo detalle sin ni siquiera proponérselo en aquellos ratos solitarios.
Cada hoja y cada flor, las palomas y lindos pajarillos que bebían en el estanque (o se daban contra los cristales por no verlos) los peces que sobrevivían en las verdes aguas del estanque y salvaban del mosquerío…
También se aprendió los casi quinientos objetos que había en su sala, curiosos instrumentos de física y química de un par de siglos y ya sólo se veían en las películas de época o libros de texto. Tal era la tranquilidad en algunas frías y lluviosas mañanas que le daban ganas de hablar con la momia de la sala contigua (lástima que le faltara cabeza y no le pudiese responder).
Menos mal que en las salas de sus compañeros las salas de arte cambiaban cada par de meses, así se podía ver algo novedoso y no hacía disparates como asomarse a ver si el campanario seguía en pie (llevaba cinco siglos, pero quién sabe si habría ocurrido algo en los últimos cinco minutos).
Aunque su puesto estaba en la planta de arriba, Salazar sabía que antes o después repararía que en la planta primera, allí en una esquina (muchas veces tapado por mesas de cáterin) había una placa conmemorativa. 
Una tarde andaba ella con su compañero y estaban en uno de esos ratos apacibles. Daban vueltas al patio paseando mientras charlaban y comentaban que los niños estarían en el colegio, sus papás trabajando y los turistas en cualquier lado menos ahí….cuando ella reparó en la placa conmemorativa.
Ella ya sabía que aquel edificio además de haber sido un instituto, previamente fue un convento donde se albergaba una cripta secreta que fue descubierta no hace demasiado. Sin embargo, no se había parado a leer los nombres completos detenidamente.
“Entrada a espacio mortuorio”
“Cripta del siglo XVI”
“Aquí yacieron los cuerpos de D. Cristóbal de Frías y D. Ventura Salazar de Frías descubiertos accidentalmente en 1922”

Todo se paró.
Menos sus pensamientos.
Dejó de oír a su compañero, las campanadas del campanario, las pisadas de nuevos visitantes…
Sólo escuchaba sus propios pensamientos como truenos en tormento.
¿Aquí? ¿Los Salazar De Frías?
¿Sus descendientes aquí enterrados? ¿Desde Burgos?
¿Vine a trabajar justo en este lugar?
¿Su casa nobiliaria es el obispado? Justo al lado…
Hay que buscar el árbol genealógico.
Volvió a recorrer por sus venas aquel desasosiego y ya su mente quedó impregnada de aquellos pensamientos. Cuando retornó a su hogar, ya de noche, rebuscó en las cajas los libros extraídos de la biblioteca privada y comenzó a indagar. Al reafirmar que efectivamente, se trataba de la familia noble de los Condes del Valle Salazar provenientes de Burgos y emparentados con el Duque de Lerma. Los Salazar de Frías llegaron a estas tierras y empezaron a contraer matrimonios con otras familias de linaje establecidas aquí (como los Cologan).
Cuando cerró los libros se convenció al fin que eran demasiadas casualidades ya, y que no podía seguir ignorándolas, seguir ignorando al inquisidor del siglo XVII que, desde la sombra, ansiaba volver.
Salazar de Frías sonrió.
Perfecto

¿Te gustó?

Atentamente,

Elena Rojas

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